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Destinos inciertos

Voramar, el placer de coincidir con Agatha Christie

¿Qué queda de los lugares que guardamos en la memoria?

El Passeig Anglada Camarassa con los hoteles Bristol y Miramar en los años 20.

Lo bueno de tener a mano el texto de una gran escritora es que ahorra trabajo: "No lejos de allí había un hotel más grande, el Mariposa, donde se alojaban muchos ingleses. Por aquella parte había también una numerosa colonia de artistas. Se podía ir andando por la orilla del mar hasta el pueblecito de pescadores, donde había un bar en el que se reunía la gente y algunas tiendas. Todo muy tranquilo y agradable. Las chicas se paseaban en pantalones, y con el busto cubierto con pañuelos de vivos colores. En el Mac's Bar, jóvenes con boina y de cabellos bastante largos peroraban sobre temas tales como valores plásticos o arte abstracto". Es de Agatha Christie. De su relato Problema en Pollença.

"Un pequeño hotel situado a la orilla del mar, con una vista que, en la neblina de aquella hermosa mañana, tenía la exquisita vaguedad de una lámina japonesa. Parker Pyne [el protagonista] comprendió enseguida que aquel, y sólo aquel, era el sitio que buscaba". Podría ser el Illa d'Or o el Sis Pins, los dos con méritos suficientes para enamorar a la escritora y a su personaje.

El Port de Pollença ya no es el tranquilo pueblecito de pescadores fotografiado por Guillem Bestard i Cànaves, el padre de una saga de tres generaciones de retratistas que han legado más de 350.000 imágenes a su pueblo natal. En el mar no se se ve a los pescadores preparando los aparejos a bordo de sus llaüts. Lo que abundan son los yates y los veleros de recreo. En la línea de costa no se divisan unos pocos edificios, antiguas fondas en las que se hospedaban los artistas y los viajeros del periodo de entreguerras europeas o de la posguerra española. Ahora encontramos edificios de hoteles y apartamentos que se extienden tierra adentro.

En algunos momentos podría pensarse que el Port de Pollença es una víctima más de la balearización. No. Es una visión errónea. Allí aún se respira un ambiente heredado de los años de bohemia, artistas y escritores.

Además, en cuanto uno llega al final del Passeig Anglada Camarassa y se adentra en el Passeig Voramar, penetra en una dimensión absolutamente distinta. Los pinos saltan de la playa -un mínimo arenal- al mar. Se puede comer en un restaurante con terraza a la que da sombra una higuera. Es cierto que hay algunas casas impersonales construidas en las últimas décadas, pero se imponen aquellas con un estilo regionalista o ecléctico que, incluso en las más descuidadas, despierta el interés del caminante. Se respira mar y calma.

El paseo cambia de nombre varias veces, pero continúa junto al mar. Las administraciones públicas no logran, ni lograrán, romper vía decreto la unidad conceptual. Aún queda por visitar el hotel Illa d'Or. Ese en el que estuvo, o no, Agatha Christie. Fundado en 1929, mantiene la elegancia de antaño. Muy a nuestro pesar, el paseo acaba abruptamente cuando se llega a la base de hidroaviones. Lástima, porque a uno le quedan ganas de más.

Como hizo la escritora británica en 1926, a todos nos apetece perdernos durante un tiempo. Si quién se esfumase fuera un servidor, no dudaría en elegir un lugar como el Passeig Voramar. Conserva el encanto que descubrió la señora Christie, que cautivó a Parker Pyne, que enamoró a los artistas, a los viajeros que lo disfrutaron hace unas décadas y aún atrapa a los paseantes de hoy.

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