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Destinos inciertos

El Molinar, de las clases populares a las élites

¿Qué queda de los lugares que guardamos en la memoria?

El que ayer fue un barrio popular, hoy se ha convertido en elitista. Las casas de primera línea ahora cotizan cerca del millón de euros. lorenzo

Mis visitas infantiles al Molinar comenzaban por una casa con molino y carpintería. Corrían los años 60 del siglo pasado. Estaba en la que hoy es la calle Josep María Palau i Camps, muy cerca de las actuales instalaciones que la Policía Nacional tiene en el barrio. El molino era de agua.

Hay que especificarlo porque el topónimo se asocia a los harineros, que copaban la primera línea del levante palmesano. A mediados del siglo XIX admiraron a Giovanni Maria Battista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti, el futuro papa Pío IX, cuando el barco en el que viajaba se refugió en la bahía protegiéndose de un temporal.

El molino extraía el agua del antaño pantanoso subsuelo de esta zona de Palma. El tío Tomeu Munar Fullana, hermano de mi abuelo materno Andreu, y su esposa Anita, quitaban el seguro a las aspas y manaba el agua. Se recogía en un estanque de agua clara en el que nadaban peces de un color rojo intenso. Para los niños era todo un espectáculo que reclamábamos ansiosos apenas habíamos cumplido con los saludos de cortesía.

Para acceder al molino pasábamos por la carpintería de otro hermano de mi abuelo, el tío Pedro, que fabricaba artesanalmente muebles. Nada de filigranas. Todo era útil, sólido y duradero. Algunas de sus manufacturas aún se mantienen en pleno uso en casas de la saga.

A tiro de piedra estaban los huertos de Cal Saül y ses Murteres, entre otros. En ellos trabajaron buena parte de los residentes en el barrio. Allí se ganaron el sustento mis antepasados maternos hasta que accedieron a otros oficios como electricista o carpintero. Los huertos eran la vida del Molinar.

En verano, las visitas terminaban obligatoriamente junto al mar. Nada de playa. Entre rocas. Nos entreteníamos cazando cangrejos. No recuerdo si llegué a capturar uno solo. Pero sí se me quedó grabada esta lección: hay que atraparlos desde detrás y apretar las pinzas. Si no ejecutas correctamente la maniobra te llevas un doloroso mordisco en la mano.

La primera línea, la calle Vicari Joaquim Fuster, estaba formada por casas que en su mayor parte eran de planta baja. Moradas generalmente humildes, que a veces tenían una terraza delantera en la que disfrutar de los atardeceres veraniegos. Un pequeño muro y una carretera con más baches que llano constituían la única separación del mar. Cuando arreciaba el temporal se repetía la escena: casas inundadas y la carretera costera destrozada por enésima vez por la fuerza de las olas.

Exprimo los recuerdos para constatar el cambio radical del barrio. El vuelco llegó cuando, allá por los años 80, se construyó el nuevo paseo marítimo. Una infraestructura pensada para evitar los estragos del mal tiempo se convirtió en uno de los atractivos favoritos de los palmesanos.

Las casas de primera línea que nadie quería cotizan hoy cerca del millón de euros. Las familias de pocos recursos han sido reemplazadas por millonarios de media Europa. Los restaurantes de moda y los lugares de copas atraen a residentes y turistas. Sobre el paseo se practica cualquier deporte con la única condición de que se pueda denominar en inglés: running, jogging, cycling... El vetusto club náutico ha sido escenario de una batalla especulativa que, sin duda, aún no ha terminado.

Hoy no soy capaz de descubrir las huellas de mis recuerdos infantiles. El Molinar necesita arqueólogos, pero ante la inutilidad de excavar en el subsuelo, no les quedará otra opción que apartar capas de la memoria para destapar los restos de un barrio que ayer fue popular y hoy es elitista.

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