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Crítica de cine

Mala hierba nunca muere

Michael Haneke repesca al protagonista de Amor, su anterior filme (Georges/Trintignant), a su hija (Anne/Huppert), y nos presenta al resto de su familia con sus turbulencias financieras y personales.

Trintignant es el patriarca chocheante, caústico y lúcido al mismo tiempo de una saga de empresarios de la costa bretona algo descolocados en el siglo XXI; Huppert la cuerda, hipercerebral, en la frenopática mansión; el hijo de esta (Rogowski, soberbio en En tránsito) el bala perdida, inseguro y amargado; Mathieu Kassovitz un médico yuppie y pichabrava; de la joven hija de éste (Harduin)? diré sólo que ha heredado al cien por cien los genes del abuelo. De hecho, la conversación que tienen ambos muy avanzada la película es un prodigio de sutileza y subtexto. La escena final remite, por si alguien no lo había pillado antes, al Buñuel tardío por su tema de fondo, la discreta descomposición de la burguesía, su debilidad por esconder sus miserias bajo la alfombra hasta que el piso se derrumba. El cineasta austriaco abandona la sobriedad, incluso el hiperclasicismo de películas precedentes. Juega, sin pasarse, sin pisar las minas de los cineastas novatos, con nuevas tecnologías (tomas de un móvil, chats de Internet) y exige toda la atención del espectador alternando planos cortísimos, medios o superabiertos; limando las escenas hasta que no hay ni un diálogo ni un fotograma superfluo. Por esa densidad, esa experimentación, esa naturalidad para alternar accidentes, infidelidades, asesinatos o suicidios como si estuviera removiendo canicas en un puño puede dar la impresión de que ha cruzado una (invisible) línea roja. En absoluto. Puro Haneke, reitero.

Happy end

****½

Nacionalidad: Francia, Alemania, Austria, 107 min.

Director: Michael Haneke

Actores: Jean Louis Trintignant, Isabelle Huppert, Fantine Harduin, Franz Rogowski

Cines: Augusta, CineCiutat.

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