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Sol y misterio

Los ojos del librero

Hasta que llegó el librero, con un café que había ido a buscar al bar de la plaza. Un hombre extraño. De ojos penetrantes y frases...

La Biblioteca del Monestir de la Real. m. hernández

Nos esforzamos para adquirir conocimientos. Estudios, preparación, reciclaje. ¿Pero y si existiera un conocimiento que nos viene dado, sin aprendizaje ninguno? ¿Y si incluso funcionara sin que nosotros lo deseemos?

Es un lugar turístico de montaña. Un pueblo de casas de piedra, calles estrechas y silenciosas. Sombra de iglesia, jardincitos ocultos. En un rincón, encontré una extraña librería. Parecía esconderse de los posibles clientes. Estaba dedicada a los libros de viejo, que un peculiar propietario iba buscando por casas particulares y a veces por los contenedores.

Entré en una especie de cochera, llena de libros por todos lados. Con aquel olor rancio de papel. El propietario no estaba. No había nadie. Iba con mi mujer y ambos curioseamos un rato. Hasta que llegó el encargado, con un café que había ido a buscar al bar de la plaza. Un hombre extraño. De ojos penetrantes y frases un poco enigmáticas. En lo último en lo que parecía interesado era en ganar dinero.

Aquel día nos habíamos quedado sin efectivo. Yo llevaba un euro y medio, y mi pareja tres. Pero encontramos libros interesantes. Una edición antigua de Mario Verdaguer, y un libro ilustrado sobre culturas del mundo. "Creo que no se lo podremos comprar", le dije compungido. El hombre me miró como si me estuviese haciendo una fotocopia. "Este vale un euro y medio". Vaya, justo lo que llevaba. Luego miró a mi mujer: "Este se lo dejo por tres euros". ¡Había adivinado exactamente el poco dinero que llevábamos!

Empezamos a hablar. Le dije que me sorprendía aquel lugar tan retirado. Bebiendo su café, me contó su historia. Un poco a regañadientes, es verdad. Pero supongo que estaba aburrido en aquella cochera, con solo un gato viejo por compañía.

Me contó que trabajaba en una empresa, y un día cogió el avión para Barcelona. Y nada más entrar se sintió mal. Tuvo una extraña sensación. Se sentó en su asiento, y no podía creerlo. Miraba al pasaje y...¡veía la cara que tendrían al morir!

Aquella joven de al lado se convirtió en una anciana arrugada, el hombre en un enfermo consumido por la fiebre, el niño en un joven con el rostro deformado por un accidente. De una forma inexplicable, le llegó el conocimiento más terrible. El futuro y la muerte. Incluso vio la mueca de la azafata después de fallecer por una enfermedad incurable.

"Aquel fue el peor viaje de mi vida", nos confesó. "Aunque al menos tenía la certeza de que no moriríamos en un accidente aéreo".

A partir de aquel momento, era capaz de adivinar los secretos de aquellos con los que se topaba. Algo que al principio le resultó desconcertante, pero que a medida que pasaba el tiempo se le hizo insoportable. "Yo no lo quiero. Daría lo que fuese por perder ese poder".

Y soplaba en su café, mientras el gato se frotaba en nuestras piernas.

"Por eso me decidí a esconderme. Y vine aquí, donde en realidad muy poca gente está interesada en los libros. No quiero que venga gente. Vendo lo que me regalan. Intento no mirar la cara a mis clientes", y desvió la mirada.

Había adivinado el importe exacto que llevábamos en nuestros bolsillos. ¿Fue capaz también de ver con antelación el momento de nuestra muerte?

La verdad es que no me he atrevido a abrir el libro que le compré.

No vaya a ser contagiosa esa facultad.

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