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Sol y misterio

La mano y el puñal

Era una forma blanca, muy rápida, que dejaba un rastro ligeramente agitado en el agua. Una mano pálida, que agarraba un puñal

Vista general de las aguas de la Platja de Muro. c. darder

Hay vida más allá de los recuerdos? ¿Por qué algunas imágenes del pasado perduran como si fuesen de ayer mismo? ¿Son ellas o en realidad constituyen un espejismo de tramas mucho más complejas: imaginaciones, presentimientos, sueños?

Me he hecho muchas veces esta pregunta recordando una mañana de 1961. Iba con mis padres de Alcúdia a Can Picafort. Era un camino lleno de arena, con las raíces de los pinos a flor de tierra. A los lados, solo dunas y pinares.

Mi padre detuvo el coche para hacer unas fotos. Yo, que era un niño de 10 años, aproveché para internarme en la duna. Sabía que el mar estaba más allá. Caminé un trecho, y de repente apareció ante mí la playa. Totalmente desierta. Luminosa. La arena deslumbrante, el mar azulísimo. Di unos pasos hacia la orilla. No había nadie en todo el arenal. Y entonces la vi.

Pasó delante mío, muy cerca de la zona de vaivén donde rompen las olas. Era una forma blanca, muy rápida, que dejaba un rastro ligeramente agitado en el agua. Una mano pálida, que agarraba un puñal.

Me quedé aterrorizado, y volví corriendo hacia el coche. Nos fuimos. Y nunca he sabido si era realmente una mano amputada con un puñal, o una medusa o una figura creada únicamente por mi imaginación. Pero todavía la conservo nítidamente en la memoria. ¿Por qué?

No me hice más preguntas, hasta el día en que vi una imagen en la Historia de Mallorca de Mascaró Passarius. Era una especie de moneda, llamada por el historiador "pendeloque". Fue hallada en Es Fornassos de Caimari, entre una serie de objetos funerarios de época talayótica. La pieza era extraordinaria, porque tenía unas figuras agrafitadas. Una escena clarísima. Una mujer que llevaba un niño en brazos. Una estrella en lo alto. Y un hombre que levantaba un puñal como si estuviese a punto de hacer un sacrificio.

¡Una mano con un puñal!

Instantáneamente recordé la escena de Can Picafort. Y con tanta fuerza, que no me lo podía quitar de la mente. En la fotografía se aclaraba que la pieza estaba en el Museu de Lluc. Y hasta allí fui un día para hablar con Cristòfol Veny, el arqueólogo que más ha sabido de las cuevas, director entonces del museo. Pero no recuerdo por qué razón no pude hablar con él.

La mano con el puñal me perseguía. Aquella escena del medallón tenía un dramatismo encriptado. Era como el pasaporte a otros tiempos. Tan entusiasmado estaba que le conté la historia a mi amigo Federico. Y él, igualmente impresionado, me envió días después un dibujo. Donde reproducía exactamente la escena del medallón. Igual. ¡Y sin haberlo visto!

¿Se trataba de un mensaje arquetípico? ¿Tenía algo que ver el recuerdo de infancia con un objeto prehistórico? ¿Estaba anunciando algo del futuro? ¿Cuál podía ser la relación?

Años más tarde, me encontré con Veny. Poco antes de que muriera. Y me dejó ver el misterioso pendeloque. Era más grande que una moneda, pesado. Y las imágenes estaban grabadas con un trazo muy fino. Enmascaradas por adornos y figuras extrañas.

Le hice fotos, que he perdido. Veny murió poco después. Ignoro donde fue parar esa pieza. Era como si el destino no quisiese darla a conocer.

Un día decidí volver a aquella playa. O lo que queda de ella. El mar sigue siendo azul luminiscente. La arena blanquísima. Pero las dunas casi han desaparecido. Los edificios lo ocupan todo. Coches, gente, barcos, ruido. El resto del paisaje no tiene nada que ver.

Me acerqué a la orilla. Y me dije: "¿No sería esta la amenaza del hombre del puñal?".

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