Llucia Ramis (Palma, 1977) es la voz de la generación que ahora ronda los 40. Se convirtió en su cronista sin buscarlo y casi por casualidad. Su primer libro, Coses que et passen a Barcelona quan tens trenta anys, fue un encargo que funcionó y le valió la etiqueta de "novelista de la generación Ikea". Han pasado diez años, varios títulos más y premios. El último, el Anagrama a mejor novela en catalán por Les possessions.Les possessions

-Antes que escritora, es periodista. ¿Cuándo y cómo descubrió el periodismo?

-Empecé a trabajar en segundo de carrera en un periódico de barrio en Barcelona que se llamaba Nou barris. Abarcaba Horta-Guinardó, Sant Andreu y Nou barris. Gracias a ese medio entendí que me gustaba el periodismo porque, hasta entonces, por la carrera en sí pensaba que no me gustaba y que esos estudios eran sólo una vía de escape de Mallorca. Allí descubrí una Barcelona que era poco conocida. La mayoría de gente conoce el centro o Gràcia. Sobre todo, si acabas de llegar con 18 años. Yo conocí la Barcelona más de barrio. Y descubrí también el mundo de la crónica, de salir a la calle y preguntar a la gente. Cuando acabé la carrera, me incorporé a DIARIO de MALLORCA como becaria y después como redactora una temporada corta. La llegada al diario fue muy especial para mí porque era el periódico que siempre teníamos en casa. La sensación de contar es muy potente y que encima te lean los tuyos, tu familia, pues da más ilusión. Aprendí muchas cosas en DIARIO de MALLORCA, sobre todo con Pilar Garcés, que fue mi maestra en la sección de Cultura. Luego estuve trabajando para otras secciones haciendo otras cosas, y he de decir que siempre tuve libertad absoluta para escribir lo que quisiera en este periódico.

-Les possessions entronca con la primera novela que escribió, -Les possessionsCoses que passen a Barcelona quan tens trenta anys

-En realidad, Les possessions se fue tejiendo en mi cabeza cuando yo tenía 16 años. Mi madre y yo estábamos viendo la televisión y vimos una noticia que afectaba en parte a mi familia, en concreto a mis abuelos belgas. Yo aún estaba en el instituto: fue una noticia que salió por todo, en cambio en casa nunca se habló de ello. Era muy extraño: estaba pasando algo muy gordo que estaba afectando a mi abuelo y hacíamos como que no estaba ocurriendo. Eso es algo que se me quedó. Y empecé a preguntarme quién era mi familia en realidad, por qué se utilizaba el silencio para protegernos... Como mi género periodístico y literario favorito es la crónica, el de la observación, a partir de ahí intenté hacer un retrato general. Más adelante, cuando fui a publicar Coses que et passen a Barcelona quan tens trenta anys, ocurrió otra cosa importante en la familia. Y me dije a mí misma que era algo que a la larga tenía que contar. Pero sin hacer daño a nadie. Mallorca es muy pequeña y sé que todo el mundo lo iba a comentar.

-En la novela habla de desposesión respecto a Mallorca, pero su arraigo también está en los lectores de la isla, que la adoran.

-Estoy muy contenta. Mallorca es como tu madre. A tu madre siempre la vas a ver como la mujer más guapa del mundo. La vas a querer con locura. Quieres verla de vez en cuando porque la echas mucho de menos. Eso sí, cuando pasas dos o tres días en casa, ya está, es suficiente. Lo que no quita que adore Mallorca y piense que es el lugar más bonito del mundo.

-De todas las desposesiones de las que habla en su libro, ¿cuál es la más dolorosa?

-No sé si la más dolorosa, pero la más desestabilizadora es la pérdida de unos referentes, el desengaño cuando entiendes que las personas o las situaciones no eran como siempre habías creído. En lo personal, la más dolorosa fue la desposesión del paisaje, la sensación de no tener un lugar al que volver. No poder recuperar las vistas y las tierras que conformaron mi infancia, porque si quiero ir a la casa donde pasé todos los veranos de mi vida hasta casi los treinta años sólo puedo hacerlo convertida en una intrusa. Cuando sientes que perteneces a un lugar, crees erróneamente que ese lugar también te pertenece. Y supongo que también podría aplicarse a las personas.

-¿Qué es lo que menos entiende de nuestra generación?

-La falta de conciencia de lo que está ocurriendo. Ha habido dos intentos: el 15M y en el caso catalán el Procés. Han sido dos momentos de "vamos a cambiar las cosas". Eso nos ha dado cierta esperanza pero, por otro lado, a la hora de hacerlo de verdad pasa algo que supongo que es el sistema y que no acaba de ser. A lo mejor es verdad que están cambiando las cosas. Nos falta perspectiva. Pero da la sensación de que los que van a venir después todavía se van a mover menos. Da la sensación de que nosotros somos los últimos con ganas de permanecer o hacer algo perdurable. Los que vienen después son como muy efímeros en todo. Lo que les dura más tiempo es el tatuaje.

-¿ La precariedad es el lema de nuestra generación?

-La eterna provisionalidad. De hecho, el piso al que me mudo ahora en Barcelona es el número 9. Luego hay que añadirle uno en Buenos Aires y otro en París. Esa provisionalidad es en todo: el trabajo, la pareja, el piso. Te acostumbras como con todo. Se lleva con mucho humor. El humor te permite reírte de cualquier dolor.

-¿Es la literatura una manera de combatir esa eterna provisionalidad?

-En cierto sentido, sí. Además buscas trascendencia con ella, lo que nos une a todos: las personas, los países y los lugares. Pero en cierto modo escribir es trampa y salvación. Trampa porque cualquier relato es una reconstrucción de la realidad, pero no tiene por qué ser la realidad misma. Pero es salvación porque nos ayuda a sobrevivir: darle un sentido a las cosas, porque la realidad misma no tiene sentido. Es maravilloso poder darle tu propio sentido a la realidad.

-Los intelectuales de ahora, incluso los de su propia generación, no han sabido dar un nuevo discurso a la izquierda. ¿Lo harán las nuevas generaciones?

-Es muy difícil encajar un discurso de izquierdas en una sociedad capitalista. A los hijos de los progres se nos educó para que fuéramos libres e independientes. Pero, ¿qué significa eso? La libertad, para nosotros, significa poder elegir. Pero cuantas más opciones hay, más nos cuesta tomar decisiones, puesto que no estamos acostumbrados a prescindir de nada. Podemos conseguir casi cualquier cosa con un clic, sin pensar y sin esfuerzo; si no funciona o no nos gusta, lo devolvemos. Creemos que quejarse públicamente nos exime de cualquier protesta, y nos quejamos sin parar. Señalar la corrupción está bien, pero ¿eso es ser de izquierdas, o debería de ser lo normal? Nos parece más aceptable perder derechos y libertades a perder privilegios y comodidad, porque no acabamos de creernos que eso pueda pasar.

-¿El posible diálogo que se establezca entre Sánchez y Quim Torra hará bajar el anhelo independentista y que los votos se vayan a otras fuerzas?

-El independentista lo seguirá siendo y, a la larga, es posible que cada vez haya más independentistas. Es un tema que habría que tratar de una vez, y no seguir fingiendo que no está ahí. Ahora bien, creo que el Procés, como el 15M en su momento, fue una ilusión, en el sentido de que parecía que las cosas podían ser de otra manera. En ambos casos vino seguida de una desilusión en cuanto se quiso instrumentalizar el movimiento social. La diferencia es que, en el Procés, hubo una gran irresponsabilidad por parte de los políticos. Y esa irresponsabilidad parte de una falta de comunicación consciente e intencionada, además de por la voluntad de confundir hechos y opiniones. Soy escéptica y dudo que los gobiernos de Sánchez y Torra vayan a resolver las cosas, pero como mínimo tal vez se calmen una temporada. Supongo que nos esperan discursos grandilocuentes y simbólicos: el gobierno de Sánchez está cargado de mensaje y de mensajes; de Borrell a Grande-Marlaska, pasando por las ministras. Mucha perorata, pero poco cambio. En Cataluña había mucho malestar, y supongo que la mayoría se tomará bien una temporada más relajada, aunque nadie lo admita. Ahora bien: será difícil mientras los Jordis y políticos sigan en prisión.