Unas veces el camino lo escogemos y otras se nos es dado. Toni Verd (es Fortí, Palma, 1973) encontró el suyo en la guitarra y la voz. Con Crudos escribió una de las páginas más subversivas del rock de los 90 en Mallorca, ejerciendo de músico callejero creció como músico y persona, y alimentado por la poesía y la filosofía acabó por encarnarse en un Aucell Cantaire, con el que le canta a "un regalo que nos han hecho y al que a veces no le damos valor", la vida.

Más que un regalo, la música la entiende como "un hallazgo, un tesoro que tienes que encontrar". Él lo halló en la escuela, con los amigos, que le dieron los primeros acordes con los que iniciarse en la guitarra, y en el bajo, porque antes que en Los Crudos militó en una banda de instituto, Voodoo Chiles. Del Thriller de Michael Jackson, Loquillo y Madonna, giró hacia los Rolling Stones, y de ahí al grunge y el noise, a Sonic Youth, Nirvana o los Pleasure Fuckers, a los que vio en El Barco de Gomila.

Crudos será recordado por sus directos lisérgicos, siempre cautivadores, con Ginés Fernández a la batería y Jaume Gost al bajo, y con Max entre sus fans (suya es la portada del 7" Fuckin' Up My Brain (Malafama Records, 1995), y por su único disco, La Teoría de Pavlov (1997), una especie de epitafio del grupo. "Eran vida extrema al límite", como diría Joan Cabot, de Bubota Discos, la discográfica de Aucell Cantaire. Con la perspectiva que da el tiempo, Verd reconoce que ha aprendido "que no se puede ser tan gamberro y luego lamentar que no te haya ido bien. Hay que ser más humilde, más trabajador. Con esa edad es muy difícil. No es que (Crudos) fuéramos unos creídos, pero te crees que todo es más importante de lo que es y a la vez que lo puedes echar todo por la borda. Las oportunidades hay que aprovecharlas y eso no supimos hacerlo".

Finiquitada aquella aventura, dejó los escenarios pero no la música. Sus palabras y sus canciones pasaron a volar por las calles, de Palma, Evissa, Barcelona, Galicia... "Fui músico callejero unos diez años, cosa que valoro mucho. Es una práctica muy interesante, y siempre que puedo hago una escapada. Me encanta tocar en la calle y ver qué pasa. El público es una escuela en la que aprendes la humildad. Tienes que adaptarte, porque el público siempre es imprevisible. A uno le puede gustar algo de tu actuación y otro pensar que es horrible. Eso es lo que hace crecer al músico que está atento. Eso te hace crecer como persona, no puedes depender de la opinión de los demás", reflexiona. La paternidad se le cruzó en su vida hace diez años y aquel nuevo camino también resultó infinitamente enriquecedor y le permitió hacer las paces consigo mismo y con el mundo. "Creo que he mejorado mi manera de amarme, y ya no es una manera de amarse digamos neurótica, con dolor, sino con respeto. Ser padre me ha ayudado a entender mejor la vida. Yo era y soy de esos que les ha costado mucho sentir ciertas cosas, sobre todo buenas o elevadas, sea amor, compasión, generosidad? Ser padre me las ha dado. Te permite ponerte en la piel de otro y entender el sufrimiento humano que hay alrededor del mundo de un modo más profundo y serio".

Con la mirada puesta en la vida misma y desde la responsabilidad, volvió a asomarse a los escenarios y los estudios, primero con Els Brots y Alens (junto a Elisabetta Monacelli y Kiko Barrenengoa), y finalmente, con su actual proyecto, el Aucell Cantaire, un viaje interior hacia la madurez y la búsqueda de una existencia más sencilla. Cantar por cantar, "porque nos alegra, como hacen los pájaros". Bubota enmarcó el debut discográfico de Aucell Cantaire, en 2016, entre Ovidi Montllor, Toti Soler y Pep Laguarda, músicos que respeta pero que no cita como influencias, al contrario que Dylan, "mucho más referente, un icono muy grande".

'Pastor', 'Miracles', Avui, Pensament, Memòria, Cançons... Su cancionero es "minimalismo sencillo pero muy medido y calculado", musicalmente folk, con pequeñas dosis de psicodelia, y con una alta carga poética. Canciones que nacen de la lectura, de Espriu, Graves, Borges y Pessoa, también de Walter Benjamin, Foucault, Jerry Mander o David Mamet, de la poesía oriental, los aforismos... "La poesía es muy grande, lo más musical, después o tal vez antes que la propia música. La palabra hecha sonido, cargada de significado", sostiene. Canciones, las suyas, que nacen en papeles y cuadernos que pueden tomar vida. Una colección de canciones que intenta no ampliar demasiado porque "me cuesta memorizarlas y tampoco son tan importantes, no como para tener cien. Entre 20 y 40, esas manejo, y me gusta más volverlas a hacer? En un disco quedan como la fotografía de un momento. No necesito tirar las canciones que hice hace cinco años y hacer otras nuevas, necesito ir haciendo canciones, pero a veces parece que se impone un renovar el espectáculo, el repertorio, y dices: pero si eso estaba bien. En eso me veo un pelín más antiguo, más cantor que escritor".