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Crítica de Cine

Con Dulcinea en los talones

Actores: Adam Driver, Jonathan Pryce, Olga Kurlylenko, Joana Ribeiro, Rossy de Palma Cines: Ocimax

Quien tuvo, retuvo. Terry Gilliam (Los caballeros de la mesa cuadrada, Los héroes del tiempo, Brasil, El rey pescador) es un cineasta nada conformista, extremadamente curioso e inquieto. Gilliam leyó la novela de Cervantes en 1989 y le ha costado casi treinta años sacarla adelante.

Lo ha hecho con un acierto y una carencia. El primero es burlarse de sí mismo. El protagonista (Driver) es un engreído director de cine que intenta repetir una primera adaptación de la obra que hizo en su juventud con dos perras. Descubre que el actor original ha perdido la cabeza, creyéndose Don Quijote; y él mismo comienza a desvariar, creyendo que vive episodios de la obra durante escapadas suyas del rodaje. Acaba con una fastuosa fiesta medieval organizada por un magnate ruso.

El guión se mueve entre (falsa) realidad y ficción de forma caótica, lo cual, transgredir una obra que en su momento fue muy rompedora, es positivo. La carencia principal es que no se acaba de reconocer trasfondo, el tema apuntado por Cervantes, la facilidad que tenemos los humanos para imaginar realidades paralelas, creérnoslas e intentar imponérselas a los demás. No queda claro, en la trama seudopresente, quien emula a Quijote y quien a Sancho. En fotografía y producción la película es plana. Los actores sí dan la talla, Adam Driver muestra una vez más su versatilidad y talento, Pryce salva su exigente papel, los españoles (Mollá, López, Jaenada, Rossy de Palma) o la portuguesa Joana Ribeiro añaden color y vitalidad. Aunque queda muy lejos de las adaptaciones de Pabst (1933) y Orson Welles (1972, incompleta), esta curiosa película confirma la vigencia, pasada y venidera, del hidalgo de La Mancha.

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