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"Los conservatorios no quieren ir más allá de Ravel, no hacen pedagogía de lo nuevo"

Llorenç Barber, introductor del minimalismo musical en España, ofreció ayer por el Día de los Museos dos conciertos en Alcúdia: el primero, en la iglesia de Sant Jaume, y el segundo, en el Museu sa Bassa Blanca, en el espacio de los megalitos. "El arte sonoro se plantea la escucha. Y el que escucha es el pueblo y eso no le gusta al ministro y a toda su corte de pijos", sostiene el artista.

Llorenç Barber, ayer, en la iglesia de Sant Jaume de Alcúdia. pere a. ramis

¿En qué consistió el concierto que ayer ofreció en Sa Bassa Blanca?

Fue un concierto que trataba de despertar los ecos y las memorias de un lugar muy especial como éste. Hemos hecho un concierto de improvisación donde el personaje más importante es la memoria que guarda este lugar. Es un trabajo de concentración a partir de las dimensiones, espacios, las piedras de este sitio.

¿Estamos preparados para entender el arte sonoro?

Todos estamos preparados menos las instituciones. El arte sonoro no tiene misterio.

Pocas instituciones le han dedicado exposiciones al tema. Recuerdo la de la Fundación Juan March.

La exposición de la March ofrecía una versión muy reducida, condensada y elitista de lo que es el arte sonoro. No llamaron a muchos artistas que hacen música contextual, inventores de instrumentos electrónicos o que hacen arte sonoro con la voz. Hay millones de praxis distintas. El arte sonoro es tan joven que es el de la libertad absoluta. El arte sonoro es el que se hace desde fuera de las instituciones y de los conservatorios.

Pero creo que les están empezando a llamar. ¿Es tarde?

Hasta ahora estábamos en la calle, pero ahora empiezan a llamarnos desde lugares institucionalizados. Están espabilando. Bien, hay que ser optimista. De todos modos, creo que el arte sonoro no casa con los museos mausoleos. Es un arte que tiene mil caras y mil maneras de traducirse. El problema lo tiene este país conducido por gente que no se entera. Se enterarán de lo que estamos haciendo tarde. Las instituciones tienen los peores asesores del mundo y hacen las cosas de espaldas a la realidad. Hacen las cosas sólo para demostrar que son chulos. Muchas de estas instituciones y fundaciones no están al servicio de la educación sino de ostentar.

¿Las posibilidades para los artistas sonoros están fuera de España?

No lo creo. Desde el 50 del siglo pasado, aquí en España se han estado haciendo prácticas en arte sonoro. Lo que pasa es que el término nos pilla tarde. Pero aquí había músicas experimentales, conceptuales, algorítmicas, free improvisation, poesía sonora, etc. En nuestro libro La mosca tras la oreja todo esto se explica. Es una constante muy rica y variable. Lo que pasa es que los conservatorios se han cerrado en Ravel, y de Ravel no quieren pasar, les cuesta mucho. ¿Y los ministros qué hacen? Ponen al más tonto de la tribu a que diga lo de siempre. No hacen pedagogía de las cosas nuevas. Son torpes, van a lo cómodo... Muchas prácticas del arte sonoro las hacen personas del pueblo, gente normal. O gente de la electrónica. Sigue habiendo prejuicios sobre lo que hacemos.

¿Qué plantea el arte sonoro?

Problemas. El arte sonoro se plantea la escucha. Y el que escucha es el pueblo y eso no le gusta al ministro y a toda su corte de pijos. Hay que ir más allá. Hay que salir del pijismo. Mira, para mí el arte es salirse del arte. Esto molesta y causa problemas porque no somos tan limpios o puros. Nos quieren tiesos, pero el arte sonoro es salvaje. Yo no me pongo pajarita, ni voy a los auditorios. Yo quiero escuchar a la calle. Las tormentas producen sinfonías extraordinarias, o el viento en la bahía. Hay tantas maneras de enriquecerse fuera de los auditorios que prefiero estar fuera. Somos muchos músicos que hemos estado en ellos, pero nuestra praxis, nuestro compromiso ético de ser artista nos lleva a otras actitudes y a estar más a gusto en la calle. Y en los museos están empezando a darse cuenta. El otro día me llamaron del Reina Sofía. Yo llevo viviendo al lado de este museo unos 30 ó 40 años. Y he tocado allí pequeñas cosas antes de ser tan pijos. El pijismo paraliza muchas cosas, pero poco a poco se están abriendo. A mí me llaman de todo el mundo. Y los más espabilados hacen más cosas. Y los menos, pues se quedan tocando a Ravel.

¿Le gusta la iniciativa de proponer el toque de campanas a Patrimonio de la Humanidad?

Es una estupenda iniciativa. Pero no se puede quedar sólo en eso. Hay que hacerse amigo de los vecinos, de la comunidad, investigar cómo se tocaban antes y ver qué puedo hacer yo ahora con las campanas. No puede quedarse únicamente en un trabajo de arqueología.

¿Qué tienen de especial las campanas?

Son mágicas. Físicamente no tienen parangón y tienen una capacidad enorme de sonido. Vienen de la época de la ruta de la seda, de China, y en Europa ya son siete u ocho siglos de acumular historia. El suyo es un sonido emblemático, icónico, único. Y además comunitario. El toque de las campanas es el sonido de la comunidad, del espacio público. A mí y a Montse, mi mujer, que toca conmigo, nos interesa más la comunidad y los vecinos que ser virtuosos.

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