Riki López (Palma, 1968) iba para cantautor solemne hasta que se le escapó una carcajada. "La intención era hacer canciones sobrias pero las presentaciones de los temas me salían graciosas y fui derivando hacia el cantahumor", confiesa. Hoy, dos décadas después de su estreno, es uno de los artistas que mejor se mueve en un escenario. Tras un paréntesis obligado "para cargar pilas", el ideólogo del Festival FesJaJá y padre de temas tan divertidos como Cibeles no conduzcas o El busto es mío, la canción que fue talismán para la selección de baloncesto en su conquista del Mundial de Japón en 2006, está de vuelta. El último sábado de cada mes se le puede encontrar en la Sala Galileo Galilei de Madrid y todos los domingos, en la palmesana La Movida. En abril publica nuevo disco, una década después del último, Buenrollitina. Una colección de nueve canciones bajo el título Qué harto estoy de ser tan cool.

Cuenta la leyenda que vino al mundo por sorpresa, en Palma, y que algún tiempo después sus padres, naturales de Jaén, declararían: "Cuando nació fue una gran alegría; luego, ya no". Tres han sido sus barrios hasta la fecha: La Soledad, donde se crió; Es Rafal, en el que creció; y Sa Calatrava, donde vive en la actualidad. Sin contar el cuartel en el que hizo el servicio militar obligatorio, "la puta mili" que diría Ivà. "Yo escribía poesía, pero haciendo la mili escuché el disco La Mandrágora -el primero que publicaron Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez- y decidí apuntarme a clases de guitarra, con Nando González", recuerda. En cuanto supo tres acordes no dudó en hacer suyas las canciones de Tracy Chapman y Bruce Springsteen, y poco después se lanzó a por sus propias composiciones. De las primeras fueron El menú del bar Rambo, que dura cuatro minutos y la compuso en poco más de dos, y Se fue la luz, ya en clave cómica.

Si las acampadas y cenas de amigos fueron su escuela guitarrística, Sa Finestra, el bar que regentó del 92 al 99, se convirtió en su trampolín hacia el público. "Nunca tuve la pretensión de actuar, hasta que vi a Daniel Higiénico en Sa Finestra, donde se dio a conocer. Al verle me dije: yo también quiero hacer esto". Y así lo hizo, en aquel antiguo pub de Gomila que adquirió tras un viaje a Nueva Orleans y que se convirtió en el primer local de Palma con actuaciones en vivo regulares de una ciudad que vivía la noche. "Yo la viví, y mucho, pero he perdido el contacto con el crapulismo, afortunadamente para mi salud". Tras su etapa en Sa Finestra, hizo las maletas y se instaló en Madrid, donde desfiló por locales como Reciclaje, El Café del Foro o el Café del Mercado, y donde se codeó con "genios del absurdo" como Pablo Carbonell o Pepín Tre. Fogonazos musicales que cegaron a Guillermo Fesser y Juan Luis Cano, quienes le ficharon para su programa radiofónico. " Gomaespuma me catapultó. Con una audiencia de 1,2 millones de oyentes, fue el mejor escaparate", reconoce.

Antes del nuevo milenio debutó en el mercado discográfico con República Anónima y Con el sudor de la gente, dos trabajos que reflejaron el sentir por su oficio. "Hago canciones cuando me comprometo a hacerlas. Cuando hay una obligación, yo mismo me doy largas", descubre este compositor "sin método". Devoto de Robert McKee, autor que defiende que el escritor o guionista es más importane que el director de una película, Riki siempre trata de neutralizar sus historias. "Si critico algo, al final de la canción le doy la vuelta para equilibrar. Critico y reivindico a la vez, busco un desenlace sorpresivo", subraya. Las relaciones humanas constituyen la piedra angular de su cancionero, sometido a la reprobación propia. "Me autocensuro en cosas que puedan crear conflicto, como la política o las dos Españas. No me posiciono en exceso. Me siento más cómodo como espía. Es más transgresor tener público de todos los colores y hacerles pensar un poco", argumenta.

Hubo un tiempo en el que Riki tuvo un local de ensayo. Se encontraba en una travesía de Blanquerna, pero aquello no funcionó. "Quedaba conmigo y no me presentaba", se queja. Así que cerró filas para adentro. "En casa lo tengo todo: nevera e internet", exclama. Y ahí sigue, probando sus canciones entre sus cuatro paredes, lejos del sofá, al que considera "la tumba de los pobres. La horizontalidad no te lleva a ningún sitio. Prefiero la hamaca, que ya tiene movimiento". Sus dos guitarras Alhambra, una en Palma y la otra en Madrid, también vuelven a estar en movimiento, están que arden. De sus cuerdas han salido las nuevas canciones que dan forma a Qué harto estoy de ser tan cool, un disco que ha grabado con su viejo amigo Toni Pastor y que presentará primero en Madrid, a finales de junio, y luego en Mallorca, quizá en la première del FesJaJá. El cedé, con portada en el que se le ve polo en mano y sombrero a lo Tomeu Penya, arranca con el tema Aena, dedicado a "la huelga salvaje de los controladores aéreos"; e incluye cortes como Con el corazón en la nariz, La cruz de su promesa, El dios de la humedad, Magaluf o una versión de su admirado Javier Krahe, Ron de caña, convertida en habanera.