La muerte de Stalin
* * * * ½
Nacionalidad: Reino Unido, Francia, Bélgica 106 min.
Director: Armando Ianucci
Actores: Olga Kurylenko, Jeffrey Tambor, Simon Russell Beale, Steve Buscemi, Michael Palin
Cines: CineCiutat
El cineasta Armando Ianucci (In the loop, Veep) adapta al cine un cómic francés que recrea en clave de sátira los momentos anteriores y posteriores a la muerte del dictador ruso. Otra apuesta muy arriesgada, como Yo, Tonya, con ingredientes distintos: hechos reales, dramáticos, simplificados, exagerados, teatralizados y mostrados con prisma cómico. La fidelidad histórica es razonable (Slate.com, en inglés, detalla en un ameno artículo sus confluencias y divergencias). Sobre todo en dos puntos clave, la tardía atención médica a Stalin porque nadie quiso asumir el resultado; y las intrigas palaciegas subsiguientes, con el temido Beria y el trapisondista Jruschov como gallos más activos y Melenkov de pelele. El primero es clave, un psicópata y depredador sexual al frente del aparato represor del país, logrando que nos riamos sin minimizar su crueldad. El ritmo es acelerado; el reparto, clavado, Steve Buscemi como Jruschov, Michael Palin como Molotov, Jeffrey Tambor como Melenkov, Jason Isaacs como el general Zhukov y Simon Russell Beale como Beria. La pitufa de turno es Olga Kurylenko interpretando a Maria Yudina, una destacada pianista que logró mandar un mensaje personal a Stalin quejándose de sus purgas.
La película da en la diana por doble motivo. Demuestra que la banalidad del mal también puede reflejarse en comedia, y reivindica el valor y poder de ésta. El filme ha sido prohibido en Rusia por "profanar símbolos históricos". Un caso más, como Valtonyc y otros amordazados, de tiro al mensajero. A Stalin lo dejaron morir sus más fieles por miedo a represalias. A la libertad de expresión le está ocurriendo lo mismo en muchos países occidentales. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta siempre?
