El productor Harvey Weinstein además de mafiosillo de segunda (Peter Jackson dixit), fue un tuerto en reino de ciegos. Aprendió a dominar las debilidades de los académicos mejor que las suyas. El mercadeo de votos para los Oscars ha existido siempre; la única diferencia es que esta edición, sin un tigretón abriéndose paso a zarpazos y gatillazos, ha ofrecido más oportunidades al resto. Rasputines aparte, la otra gran pregunta previa cada año es si por fin la mayoría de académicos se han enterado de que estamos en el siglo XXI.
Sí (boutade) porque por primera vez en la historia un filme de ciencia ficción ha recibido la medalla de oro. No porque La forma del agua no era la mejor película según mayoría de críticos (puntuación agregada en Rotten Tomatoes) ni espectadores (IMDB o recaudación). A su favor tiene originalidad (con leves trazas de plagio), fantasía, evasión, aroma de cine clásico, un sencillo mensaje de inclusión, toques de genialidad (el premio a la dirección de Guillermo del Toro sí lo considero merecido) y un reparto que se puede sentir reivindicado con ambos premios. De actores y actrices sólo me ha chirriado la estatuilla a Gary Oldman. Mejor dicho, la aceptaría si se compartiera con los descendientes de Churchill, ya que se ha limitado a calcar los tics del idolatrado estadista. Los premios de McDormand y Rockwell estaban cantados; el de Allison Janney es un poderoso motivo para ver Yo, Tonya y comprobar que se puede sacar pólvora al cine con trasfondo deportivo. Sombrerazo al cámara Roger Deakins (habitual de los Coen) por Blade Runner 2049, tras doce nominaciones previas. El colectivo LGTB también está de fiesta por el guión adaptado de Call me by your name y la chilena Una mujer fantástica. En esta película prima el fondo, la denuncia de la hipocresía contra otras formas de sexualidad, sobre la realización, ramplona, casi tosca. Las mujeres, con el ninguneo de Greta Gerwig y Lady Bird deberán apretar los dientes y redoblar esfuerzos.
