Brian May vive en Kensington, uno de los barrios de alta gama de Londres. El guitarrista y científico lidera una plataforma que pretende la conservación estética y patrimonial de la zona, ante la invasión de nuevos propietarios, venidos del este, que modifican las casas que han comprado a muy alto precio. La tradición convertida en horterada. Doy fe de ello.
No sé qué diría May de un espectáculo que utiliza los temas de su grupo Queen, para crear un show que poco tiene que ver con el espíritu que crearon él y Freddie Mercury. Una propuesta en la que diez instrumentistas de cuerda (violines, violas, cellos y contrabajo), cuatro de viento (dos maderas y dos metales), tres coristas y tres voces solistas se unen a guitarra, bajo, batería y teclados, para ofrecer casi tres horas de música en directo, apoyados por una iluminación discotequera. Eso sí, un tanto exagerada y hortera, sin duda. Como exagerado el volumen del sonido.
No nos engañemos, Symphonic Rhapsody of Queen, que se presentó de nuevo en el Auditòrium de Palma el pasado sábado, no pretende ser Queen, no es una imitación esperpéntica del grupo ni siquiera de su líder. Nada de eso. Ni los cantantes simulan parecerse al genial músico y vocalista. Estamos ante un grupo que no imita, versiona. Cosa de agradecer. Y es que las canciones de una de las mayores bandas de rock de la historia permiten esas adaptaciones. Son como las obras de Bach, que suenan bien en cualquier formato, en el del jazz, sobretodo.
Pues bien, los puristas, que los hay y muy notables, pueden dormir tranquilos. No se trata de un concierto a imagen y semejanza. No. Se trata de reinterpretar esas canciones que pertenecen al patrimonio universal y con las que todos podemos sentirnos identificados. Los de Symphonic Rhapsody of Queen no quieren ser Queen. Solamente quieren recrear su música. Podemos, o no, estar de acuerdo, pero hay que reconocer que tienen su público.
Symphonic Rhapsody of Queen
Auditòrium de Palma
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27/01/18
