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Crítica de música

Nuevo/viejo mundo

Tocar como solista y dirigir el concierto es una actividad que siempre llama la atención, sirve, entre otras muchas cosas, para demostrar que el verdadero trabajo del director tiene lugar en los ensayos, pues a la hora del concierto, si además de dirigir toca un instrumento, la atención del que dirige va más hacia su interpretación que hacia la formación instrumental.

Pablo Mielgo tocó como solista y dirigió la orquesta en el pasado concierto de abono de nuestra Simfònica. Y lo hizo bien, no sobresaliente, pero bien.

Su interpretación de esa joya mozartiana que es el Concierto para piano número 23 fue de menos a más. En el primer movimiento el sonido del piano pecó de poca intensidad, la orquesta sonaba muy por encima, aunque en el segundo tiempo y en el tercero se suavizaron esos volúmenes y se ajustó la audición. Por lo que a la pulsación se refiere, Mielgo estuvo demasiado clásico, es decir, demasiado a lo pianoforte, quizás mejor decir que sonó un tanto mecánico. Si se trató de una decisión propia, adelante, si no, pues eso. De todas maneras no me importaría volver a escuchar al director en otra obra para piano y orquesta, en calidad de solista, se entiende.

En la segunda parte, con esa obra tan conocida y popular como es la Sinfonía del Nuevo Mundo (la número 9) de Dvorak, la orquesta sonó un tanto nebulosa. ¿Nebulosa? Sí, permitid el calificativo. Quiero decir que, sobre todo las secciones de las cuerdas, estuvieron faltas de matices, con un resultado poco claro por lo que a sonido se refiere. Pero también fueron de menos a más. En el segundo tiempo, con ese diálogo de melodías entrañables (¡Impecable, otra vez el corno!), el matiz de la cuerda cambió. Para bien naturalmente. Y así hasta el final.

En esa obra, los vientos, las maderas en concreto, fueron lo mejor de la sesión. Los metales, correctos, mejor incluso: de notable. De todas formas estuvimos delante de una lectura, que como comentó un vecino de asiente, fue un tanto conservadora.

Antes que todo eso, para empezar el concierto, la Obertura de Los esclavos felices de Arriaga. Aquí sí las cuerdas estuvieron especialmente notables. El paso de la lenta introducción al tema en forma de Presto fue realmente excelente.

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