Todo lo que hace lo considera pintura y lo ejecuta sin "pensamiento" previo, "como el sexo". Miquel Barceló, que vuelve a exponer en España, asegura que hace solo lo que quiere: "Antes tenía más pretensiones, ahora me la suda lo que parezca", tanto que jamás ha mirado su cotización.

Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) protagonizó su última gran exposición en España en 2010, en CaixaForum Madrid, y ahora vuelve con El arca de Noé, una selección de 80 obras, la mitad inéditas, que inundan Salamanca para celebrar el 800 aniversario de la creación de su Universidad (USAL) y que desde que se inauguró el 27 de abril han visto ya más de 60.000 personas.

"Primero el rector me pidió un anagrama para los 800 años; luego me dijo que me querían hacer honoris causa, y luego vine y vi que los espacios eran muy adecuados para hacer algo especial y decidí aceptar el reto. No se trataba de hacer algo antológico sino de traer obra reciente, algo de los últimos años, lo que menos se ha visto en España", detalla el artista.

A pesar de que él solo fue una semana estudiante en Bellas Artes -"parece que me cundió mucho", se ríe-, le gusta mucho la idea de universidad, "de conocimiento", y cree que, "si hay algo que apoyar" en España, es la Universidad de Salamanca: "Por lo que representa, por lo que es y porque, cuando vienes, se parece a Juego de tronos", bromea de nuevo.

El pintor explica que ha querido para cada uno de los seis espacios salmantinos que exponen sus obras la pieza "adecuada".

Así, pensó que su conocido Gran Elefant Dret tendría que ser el que estuviera en la plaza Mayor y que debía mudar su color negro a blanco e instalar sus cerillas -14 de más de 500 kilos cada una- en el claustro de las Escuelas Menores.

"Me gusta que la pintura y la escultura tengan esa relación con los espacios. Saber que aquí han estado fray Luis de León o Unamuno ya le da otro aire a todo", declara sobre la muestra de sus pinturas, arcillas, dibujo en agua, bronces y documentales, posible gracias al patrocinio de la Fundación Mapfre.

"Todo lo que hago, sea óleo, agua, hollín, lejía o barro, lo considero pintura, y la pintura es una cosa líquida que se seca", describe.

Para su trabajo usa "el deseo", y el "pensamiento" es siempre "posterior". Son "ganas de hacer las cosas, más parecido al sexo, a la energía sexual que a cualquier otra cosa. No piensas lo que vas a hacer. Lo haces", compara.

"Mi obra es algo que sucede, entre intuición y reflexión. Intento encontrar las formas adecuadas. A veces despintar es más sano que pintar, y por eso uso lejía, ácido sulfúrico o nítrico y hay mucho raspado. Para mí no es una virtud sino una necesidad", revela.

Afirma que, a pesar de la fama, los premios y la cotización de sus cuadros, su trabajo, y él mismo, no es más sofisticado que antes.

"Diría que no. Tenía más pretensiones antes que ahora no tengo. Ahora me la suda lo que parezca, para ser totalmente honesto, y antes, hace 30 años, sí pensaba en lo que mi obra parecería. Ahora me repatea. Lo que me importa es mi trabajo, para el que llevo 40 años preparándome".

"Siempre he dicho que la pintura es un larguísimo aprendizaje. No sé si hago lo que quería hacer, pero sí hago lo que quiero. Cuando tenía 20 años, trabajaba 8 ó 10 horas, ahora más y en más cosas. Antes solo hacía pintura o acuarela, ahora cerámica, bronces, yesos, grabados, litografía, retratos en lejía y siempre lo más rápido posible, en el tiempo preciso".

Recuerda que hicieron "un experimento" en la cueva francesa de Chauvet, donde hay un búho de 36.000 años en piedra caliza hecho con doce trazos: "Lo hice en una vidriera. La primera vez tardé 12 segundos y las siguientes 9. Fue emocionante pensar que quien lo hizo tardó lo mismo", describe, mientras lo "pinta" en la mesa con sus dedos.

Revela que "no tiene ni idea" de si, como se repite en muchas informaciones sobre él, es el pintor español vivo más cotizado. "Jamás he mirado mi cotización. Miro el tiempo de Mallorca. En el año 90 y algo, una obra se vendió por 100.000 dólares. Tenía 30 años y creo que fue un precio magnífico. Cuando se vende un cuadro muy caro en una subasta, me entero pero no lo controlo", confiesa. "No me parece ni bien ni mal lo de las cotizaciones. Nos escandaliza que un Gauguin valga lo que vale, pero no que se compren bombas nucleares", añade.

Proyectos en Brasil y Cataluña

Barceló anunció ayer que prepara para Brasil "un pabellón permanente con arcilla y luz" y "de forma muy inmediata" una "intervención" en un recinto románico catalán, obras públicas, "que no faraónicas", que le encantan y le suponen "un reto", asegura. No quiere dar demasiados datos sobre lo que prepara en uno y otro lugar pero sí que son "proyectos muy interesantes".

"Tengo algunos proyectos grandes en capilla. Sitios por donde pasan miles de personas cada día pero no puedo anunciarlo hasta que esté firmado", apunta.

Sobre uno de sus proyectos públicos más conocidos, la cúpula de la ONU en Ginebra, en la que empleó hace casi diez años 13 meses de su vida y 35.000 kilos de color para "meter el océano" en la Sala XX del Palacio de Naciones Unidas, asegura lo repetiría porque le gusta ese tipo de obras.

"Siempre es complicado y siempre hay reacción, es evidente. Si haces acuarelas a solas en tu casa no pasa nada, pero cuando haces obras públicas, por fuerza tiene que haber una reacción. No era mi intención provocarla. Es así, pero no pierdo tiempo en ello".

Se refiere así Barceló a la controversia pública que provocó el coste de la cúpula, 11,5 millones de euros, un 130 por ciento más de lo previsto inicialmente.

"En un momento dado yo me separé. No fue muy agradable el trato con los que me encargaron la obra y tuvimos momentos difíciles pero para mí lo importante era que se realizara la obra. La verdad es que no me ocupé mucho de los contratos, debería haber pedido que pagaran por adelantado pero nunca hago eso. Lo importante era que se hiciera la obra",.

Ha tenido que dejar de ir a Mali, donde tenía casa y pasó temporadas -en el pueblo de Gogolí- durante 25 años, porque, dice, "por un europeo dan 8 o 10 millones de euros" en el país africano. "Por suerte hace tiempo que no secuestran a nadie por ahí, pero sí hay un mercado. Seguramente nos secuestrarían adolescentes que habrían jugado hace unos años con nosotros. Es como si fuéramos lingotes de oro o trufas gigantes".