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Crítica

La viuda de América

Aprovechando una entrevista exclusiva a un periodista (Crudup), la viuda de J. F. Kennedy (Portman) recuerda los momentos previos y posteriores al asesinato de su marido. La película es densa, seria. Destacable como fínísimo retrato psicológico de la protagonista. Aparentaba limitada inteligencia y obsesión por la imagen; en el funeral mostró una astucia inesperada. Al calcar las exequias de Lincoln logró poner al país entero a sus pies, ensalzando el caché de los Kennedy, reciclando y publicitando el término Camelot y revalorizándose de paso a ella misma. La entrevista, sin ocupar demasiados minutos del filme, muestra el intento del periodista por desnudarla (metafóricamente) y de ella por manipularle. También hay jugosas chispas en la relación con Bobby Kennedy (Sarsgaard), con el cura de la familia (Hurt) y de Bobby con el vicepresidente Johnson.

En la dirección se nota la mano de Pablo Larraín en un proyecto que le llegó de rebote y que no le sedujo al principio (más detalles en Wikipedia). El chileno se contagia de la solemnidad del momento sin renunciar a su impronta. Los planos frontales de la entrevista recuerdan a los del inquisidor de El club; la steadycam se mueve igual de inquieta que en varias escenas de Neruda. Incluso algunas escenas de interiores recuerdan, muy levemente, al cine de Wes Anderson. La actuación de Portman es superlativa, igual que la de John Hurt. El que la película no llegue a emocionar quizás sea deliberado, en línea con el carácter de la mujer. Notable biopic, y paso firme en la carrera de Larraín; cineasta con más talento y menos ínfulas que Gonzalez Iñárritu.

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