Enlaces covalentes
Pere Estelrich i Massutí
Justo dos días antes del concierto que ofrecerá hoy en el Palau de la Música Catalana en Barcelona, nuestra Orquestra Simfònica convocó a sus seguidores en Mallorca para interpretar el segundo de los conciertos que, según el director titular Pablo Mielgo, forman una especie de unidad para entender la evolución de la Música del este de Europa, desde Txaikovsky a Shostakovich y con Bartók como guía. Y es que si en la anterior velada el segundo Concierto para violín de Bartók acompañó a la Quinta de Txaikovsky, en ese séptimo concierto de temporada sonaron el Concieto para viola de Bartók y la Sinfonía número 10 de Shostakovich. Dos obras totalmente diferentes a las anteriores, pero que permiten entender los contrastes en una misma zona geográfica.
El Bartók del segundo Concierto para violín no es el Bartók del Concierto para viola. En absoluto. En el de violín, el compositor experimenta, se siente contemporáneo, quiere probar nuevas vías para conjugar la música popular con la clásica. En cambio en ese concierto para viola vuelve la mirada al pasado convirtiéndose en un compositor neoclásico, más audible, eso sí, sin dejar de ser un hombre del siglo XX.
Julian Rachlin estableció, ya desde el primer momento, con nuestra formación sinfónica muy buena química, se le notaba a gusto al lado de la Orquestra. Solista, y profesores establecieron un enlace covalente, como el que hace que los átomos establezcan una relación estable. Rachlin tiene con nuestra Simfònica una relación cordial y nada puntual. Por eso es uno de los artistas en residencia, lo que le permite venir a la isla periódicamente. Y esa covalencia hizo que el Concierto para viola sonara de forma magnífica. De principio a fin, sin fisuras. Aunque me quedo con la interpretación del tercer tiempo en el cual, violista, orquesta y director llegaron a la cima más alta. Y de propina, cambiando la viola por el violín, una vez más una sonata de Eugéne Ysaÿe, la tercera (en el concierto anterior, Francisco García Fullana ofreció parte de la cuarta).
Y en la segunda parte, siguiendo con la buena química, la orquesta y el director, de forma también covalente, enlazaron los cuatro movimientos de esa obra faraónica que es la Décima de Shostakovich, una partitura que no deja respirar, por los efectos sonoros que produce, ahora la cuerda en pianísimo, ahora el tutti orquestal, ahora los vientos, juntos y por separado (siempre ofreciendo el mejor sonido posible), ahora los metales o la percusión. Cambios continuos de registro a partir de unos temas, de unos motivos minimalistas que pasan de una sección a otra hasta el agotamiento. Magnífica la interpretación, afinada, potente, lírica. Seductora, en definitiva. Atómica.
Orquestra Simfònica de Balears
Auditòrium de Palma. 26 de enero
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Julian Rachlin, viola
Pablo Mielgo, director
Obras de Bartók y Shostakovich
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