En un mundo de princesas y superhéroes, todos acabamos heridos. La violencia invisible, esa de los estereotipos que dirigen el comportamiento de los seres humanos de una manera casi inocente, golpea con más fuerza a las mujeres, víctimas de agresiones y asesinatos que van in crescendo en los últimos años. Con Identitat la artista Mercedes Prieto Melero desenmascara los patrones que nos condicionan desde que nacemos y que "perpetúan la desigualdad". Un recorrido a través de cinco etapas fundamentales en la vida de toda persona para reflexionar acerca de lo que somos y de lo que nos han hecho creer que somos. "El debate está en marcha", anuncia Prieto Melero. La guía de este viaje nos conduce por su exposición "en torno al género y los roles sociales", que hasta el 16 de diciembre se aloja en el centre Flassaders.

"Rosa o azul es la etiqueta que nos ponen al nacer", explica la artista. "La primera etapa trata de evidenciar que actos que parecen tan inofensivos como hacer una foto a un bebé, están cargados de un simbolismo que determina una manera de comportarse a lo largo de la vida", señala Prieto Melero. Junto a sus dibujos de dos recién nacidos, indiferenciados en sus rasgos físicos, un panel con fotografías recortadas de revistas, marcan la abismal diferencia. "Mientras que para ellas abundan lazos, collares, flores, vestidos de princesas, ellos son retratados sin tantos ornamentos en simples posturas o dormidos, con un fondo de suave tono azul".

"Rosa, azul, y también violeta", definen la infancia. En este nuevo color se ubica "al que no encaja con el patrón original". Adjetivos como "raro, sensible, especial", son las etiquetas escritas sobre cajas pintadas en los talleres previos a la muestra, en el marco de Canamunt en femení. "A estas excentricidades aún no se le dan mayor importancia, como algo que se va a ir solucionando, o eso se espera", aclara Prieto Melero. Irrumpen los juguetes como arma educativa. "No tendrían que tener ninguna asignación de género, pero buscan poner a cada uno en su lugar", aclara. "Para ellas es todo lo que enseña a ser cuidadoras o dedicarse a la belleza. Para ellos, se dirigen a la ciencia, a la acción o aquello que los va a profesionalizar", destaca. En la publicidad "en el caso de los niños, se los muestra muy normales, mientras que ellas aparecen hipersexualizadas, vestidas como mujeres o en posiciones pocos naturales. Hasta roza la pederastia", nos traslada nuestra guía al siguiente nivel.

Tras esa infancia tan bonita, llegamos a la adolescencia en la que "se multiplican los roles, aparece la sexualidad y los problemas que implica". Priman los insultos a los adjetivos: "eres raro, inestable, loca, maricón, bollera, marimacho? la diferencia no se ve como algo positivo". En este juego social nadie sale beneficiado. "A los chicos se les hace creer que tienen que ser fuertes, valientes, con buen físico, pero sobre todo se valora la tribu. La mujer es un objeto a su disposición. Por su parte, las chicas tienen que cubrir un canon estético muy difícil, con dietas y todo tipo de martirios, como tacones o incómodas formas de vestir", mantiene. "Son las únicas responsables del control de un posible embarazo, se manifiesta la sumisión y aceptan el control de sus parejas como una forma de amor".

"En la juventud se llega a la cima del desarrollo de la persona", indica Prieto. Los roles están claramente marcados y en la franja violeta entran grupos desde homosexuales a cualquier individuo que se aleje del estereotipo hombre y mujer. "La sociedad intenta ocultarlos. Hay muy poca exteriorización de su manera de ser y de querer", sostiene. En el terreno masculino, "son los dueños del espacio público", mientras que las mujeres duplican el trabajo, fuera y dentro de casa, "pero no pueden mostrarse agotadas".

La madurez es la etapa del declive físico. "Pese al tiempo, la edad y las arrugas, ellas tienen que seguir bellas, pero llevan el estigma de la suegra y deben cuidar a los suyos hasta el final. Ellos se jubilan, logran un prestigio social con determinados niveles profesionales a los que las mujeres no pudieron llegar". No es fácil tampoco para la franja violeta: "a los raros, por llamarlos de alguna manera, se les ridiculiza y oculta". Así concluye el periplo por los roles asignados que "no tienen nada que ver con la genética". La proeza es hallar nuestra verdadera identidad.