Es tan poderoso que acaba por empequeñecer cualquier cosa que se le acerca. Raphael sale al escenario del Auditòrium de riguroso negro y arropado desde el minuto uno por los aplausos de un Auditòrium sin una sola localidad libre. La Simfònica ya suena y el cantante, de voz apoteósica e interpretaciones épicas, arranca con Promesas. El público aún no se atreve con la letra, pero reacciona y se pone en pie cuando acaba el tema y arranca el siguiente, La noche, con el gran estribillo "Tu amor el día me hace odiar. La noche apaga mi rencor porque ella viene a recordarme que no soy nada sin tu amor". Y el divo irónico regala al auditorio su carcajada al final de la canción. La formación sinfónica de las islas, dirigida por la batuta del compositor asturiano Rubén Díez, acompaña a la perfección a Raphael. Le sigue y logra encajar el retraso y retorcimiento que a veces el cantante imprime en las frases. Un reto orquestal de primer orden.

El espectáculo se va calentando, también a nivel iluminación. Los focos empiezan a girar sobre el escenario y la platea. Y es el momento de que suene Enamorado de la vida, un tema con el que el artista se dosifica para lo que vendrá después. Porque la avalancha está a punto de producirse con Mi gran noche. Suenan los primeros acordes, y se escucha desde el público un "viva la madre que te parió". Fue uno de los tantos clímax de la velada.

El repertorio apabullante de Raphael (55 años de trayectoria musical resumidos en 170 minutos de concierto) dejó huella en la sala del Marítimo: Escándalo, Se me va, Despertar al amor, Digan lo que digan, Yo sigo siendo aquel, Te estoy queriendo tanto o Y fuimos dos estuvieron acompañadas de las palmas y a veces de los coros del público.