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Entrevista

Gonzalo Garcés: "En nombre de la igualdad de género se cometen ciertas injusticias"

"Cualquier crítica por meditada que sea a la visión feminista del mundo se confunde con machismo"

El escritor argentino Gonzalo Garcés, en Palma. manu mielniezuk

-¿Se siente un autor incomprendido?

-No. Cuando he tenido malas críticas, en general, me han parecido justificadas. Me dolieron, por supuesto. En España he tenido las mejores y las peores.

-¿Qué les diría a quienes le tildan de machista por resaltar ciertos valores de la masculinidad en su última novela, Hacete hombre?

-Que es mentira. Cualquier crítica por meditada que sea a la visión feminista del mundo se confunde con machismo. Criticar al feminismo no es criticar a las mujeres ni a su papel en el mundo. La modernidad es lo que todos hemos abrazado en los últimos 200 años y significa que cada uno, mientras no dañe a otros, haga con su vida lo que quiera: quedarse en casa, trabajar, postularse para presidente, ser amo/a de casa...

-¿Qué le disgusta del feminismo?

-Una de mis críticas al feminismo es que no puede tolerar esa diversidad. Necesita que toda mujer elija una profesión, rechace cualquier rol limitado a lo doméstico, y eso no es libertad, es otro mandato, diferente del tradicional pero un mandato. Yo comparto la mayoría de las banderas del feminismo pero difiero en la visión de la historia. No creo que haya habido una conspiración machista para someter a la mujer durante siglos. Creo que durante siglos las condiciones tecnológicas y de producción de nuestras sociedades demandaban una cierta división del papel productivo y del doméstico y a los hombres globalmente les tocó la guerra y la producción de bienes, y a las mujeres la administración de la casa y la familia. Cuando cambió el orden económico que permitió el acceso masivo de las mujeres al mercado de trabajo naturalmente ese orden tenía que cambiar y está muy bien que haya sido así, pero no es lo mismo decir que cambió el orden de géneros en la sociedad que decir que hubo una revolución que hizo caer un patriarcado opresor. Eso no lo compro.

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-¿Sostiene que en nombre de la igualdad se cometen injusticias?

-Sí, se cometen ciertas injusticias, por ejemplo cuando cierto feminismo reclama igualdad de salarios omitiendo que a trabajo igual al menos en Europa occidental corresponde un salario igual. Las diferencias que se perciben en el salario medio de hombres y mujeres se deben a otra cosa, a que muchas mujeres tienden a tomar trabajo parttime, a hacer pausas en sus carreras, generalmente debido a la maternidad y a elecciones de orden personal que no son imputables a una presión social sino al libre ejercicio de una libertad. Los hombres siguen siendo los que acumulan en forma casi exclusiva las muertes en accidentes de trabajo, porque los más peligrosos siguen siendo ejercidos por hombres. Y económicamente es cierto que en la franja de los más ricos en su mayoría son hombres pero en la extrema pobreza también es coto casi exclusivo de hombres. El 90 por ciento de los suicidios derivados de divorcios o situaciones de separación lo padecen los hombres... Esto no significa que haya males de los que son víctimas primariamente las mujeres, como la violencia familiar, pero insisto, no es lo mismo señalar que existen problemas específicos de los géneros del mismo modo que existen problemas específicos de los homosexuales o los transexuales, que seguir insistiendo en la teoría de que vivimos bajo un patriarcado que beneficia sistemáticamente a los hombres para perjudicar a las mujeres.

-¿Qué busca en Mallorca?

-Quedaría bien decir que vengo tras las huellas de Rubén Darío o Borges pero la verdad es que estoy aquí de vacaciones, visitando a un amigo, José María Lafuente, a quien he tenido el gusto de publicar, como editor, un libro en Argentina (Evita en la Golden Home).

-En la isla de Cortázar, ¿le echa en cara algún reproche?

-Cualquier crítica a Cortázar es tomada en mi país (Argentina) como una herejía. Cortázar es un gran escritor, y también era un hombre con una cuota de esnobismo importante, algo que se ve por ejemplo en Rayuela, cuando el personaje principal piensa con desdén en cómo la gente de Buenos Aires está escuchando a Louis Armstrong que ya está viejo y el protagonista entonces piensa en esos pobres porteños que escuchan esos refritos. Y al leer esas páginas me pregunté qué debo pensar de un hombre que quisiera palidecer de envidia por no haber estado en el ajo en alguna gran capital de Estados Unidos o Europa para escuchar al verdadero Armstrong. Había en Cortázar algo por otra parte típicamente argentino de querer estar en la avanzada de las cosas, leer los libros antes de que se tradujeran, estar a la última moda intelectual. Si descartáramos a los escritores que tienen algún rasgo antipático nos quedaríamos sin literatura, desde Cela al mismo Borges. Como con casi toda la literatura mi aprecio por Cortázar no es incondicional.

-¿La narrativa española actual le apasiona?

-Hay escritores de mi generación que me gustan muchísimo, el primero, Jorge Carrión (Librerías, Teleshakespeare, Los muertos), al haber sabido tender puentes entre la literatura latinoamericana y la española. También soy un gran fanático de Javier Marías y Enrique Vila-Matas, y tengo mucho afecto por autores anteriores como Juan Marsé y también tendría que mencionar a una rara avis, Isaac Rosa, quizá el último gran escritor de izquierdas, que yo conozca al menos, en la literatura hispánica.

-¿Qué mundos comparte con su admirado Michel Houellebecq?

-Le he entrevistado en tres ocasiones, la última con motivo de Sumisión, para mí de lo mejor que ha escrito, y ahora me preparo para hacerlo de nuevo, en noviembre. Me gustaría compartir mundos con él. Barnes dijo que el problema de muchos escritores contemporáneos es que solo les sale bien una cosa: los diálogos, o las descripciones, o las reflexiones... Algunas de las cosas que Houellebecq sabe hacer bien al mismo tiempo es que toma el lenguaje ampuloso y casi fosilizado que es el francés literario y le da una pátina de ironía y de modernidad que lo vuelve al mismo tiempo tradicional, modernísimo y desconcertante; sabe captar como si tuviera verdaderas antenas o radares sobrenaturales el espíritu de la época. En Las partículas elementales supo captar el miedo de Francia a convertirse en un país pobre, el individualismo, la soledad y la frustración sexual de los años 90. Ahora ha sabido captar el miedo de Francia a perder su identidad ante la ola inmigratoria de origen musulmán y ha sabido captar algo más sutil aún, que es cierto el soterrado y secreto deseo de los franceses de convertirse en otro país, de dejar de ser Francia.

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