­Uno regresa de ver este Nabucco coproducido por el Principal y continúa arrobado por los rojizos de la escenografía contemporánea de Emilio Sagi, en ocasiones casi industrial y en otros momentos cercanamente lorquiana. Una puesta en escena que también podría haber servido para un Shakespeare actualizado.

A las 18.00 horas, el teatro ya estaba lleno y preparado para enfrentarse a la pátina de contemporaneidad con que se ha barnizado la tercera ópera de Verdi. Y desde el primer momento se ve que es un acierto porque es refinada y sobria. Depurada y estética. Con los elementos justos. El pueblo de Judea -interpretado por el coro- se presenta en el primer cuadro con atuendos de clase trabajadora urbana más del siglo XX que del XXI: trajes ellos, falda y chaqueta ellas. Aguardan la llegada del rey de Asiria, dispuesto a conquistarles. Para que el espectador se sitúe, del fondo penden una suerte de sagradas escrituras en hebreo. La luz es roja. Se huele la tensión. Una de las protagonistas de la noche hace acto de presencia, la mezzosoprano María Luisa Corbacho, en la piel de Fenena, la hija pequeña del rey y ahora retenida por los judíos porque está enamorada de uno de ellos, Ismaele (encarnado por Enrique Ferrer). Antes de avanzar sobre la trama, hay que decir sobre Corbacho que dominó la interpretación y las notas durante toda la sesión y que el público se lo agradeció con efusión en los aplausos finales.

Los efectos de Sagi -reforzando la acción- continúan sobre el escenario. Sombras casi chinescas o la caída repentina de las escrituras hebreas de los telones de fondo acompañan la entrada triunfal de Nabucodonosor al templo, donde se refugian los judíos. El rey entra en una suerte de carro con un ídolo de piedra. El templo es grisáceo, en algunos momentos podría recordar el interior de una fábrica de enormes techos donde el hombre queda reducido a un número, a una hormiga. El barítono Lucio Gallo (Nabucco) no tiene la voz en las mejores condiciones. Las notas no le salen claras. Al salir del teatro, se nos comenta que estaba indispuesto. Pese a las circunstancias, aguanta el papel durante las dos horas y media de función.

La soprano Maribel Ortega estuvo espléndida como Abigaille. Interpretó con precisión psicológica y emocional el rol de malvada y los matices de las notas. El monólogo en el que se descubre que es hija de esclavos y donde asoman sus dudas y debilidades fue uno de los grandes momentos del montaje, como cuando se inicia la disputa con Nabucco por la corona.

Uno de los momentos más artísticos de la pieza es cuando cae una tela roja sobre la escena y el pueblo judío se dispone a cantar el Va, pensiero, que se convirtió en uno de los símbolos de la unidad de Italia. En este punto, todo el montaje es propio del teatro más contemporáneo, con pocos elementos y muy efectivos: las velas, los espejos, las sillas. Es el momento en que Nabucco sólo quiere recuperar a su hija Fenena, convertida al judaísmo, y condenada a la horca por Abigaille, la usurpadora del trono y a la vez enamorada del novio de su hermana, Ismaele. El final, por su supuesto, es feliz, pero relata la muerte redentora del personaje más malvado, la hija mayor, arrepentida de sus acciones. Otro de los roles destacados y bien cantados fue el de Zaccaria, interpretado por Luiz-Ottavio Faria.

En la platea y los palcos, abundaron anoche los espectadores extranjeros y también los políticos: el presidente del Consell Miquel Ensenyat, su vicepresidente Francesc Miralles, el alcalde de Palma José Hila o el concejal de Cultura Miquel Perelló, entre otros.

Las próximas funciones de la ópera se celebrarán el miércoles 22 y el viernes 24 a las 20 horas, y el domingo 26, a las 18.