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A tiro

Mural mutante

Lluïsa Febrer es una joven pintora sin descanso. Es alegre, no tiene complejos y está lejos del halo de artista sagrado entronizado por galerías, bienales y comisarios de pluma ampulosa. Verla a ella y sus dibujos supone siempre una calada de energía, autenticidad y sorna en un mundo donde el arte está demasiado anclado en la melancolía, el sufrimiento personal, la anécdota dolorosa y el dramatismo. La artista de Sant Joan, que cursa estudios en Madrid, presentó ayer su nuevo proyecto en el espacio palmesano Taca junto al también bisoño e ilusionante Lluís Vecina. Bajo el título de Lluïsor, propusieron un juego al espectador: comprar uno de los dibujos de Febrer a un euro (todo un gesto hacia el coleccionismo elitista) y arrancarlos directamente de la pared para cargar con ellos. Nada de puntos rojos. A primera vista, las piezas, coloristas y de un figurativismo muy particular (beben de la hiperbolización y caricaturismo del cómic), son, para sorpresa del espectador, inocuas, apacibles, como las fotografías de Martin Parr. Representan acciones burguesas desarrolladas en entornos integrados en la industria cultural o de ocio. Hay personajes admirando cuadros en un museo, corridas de toros, gente practicando deporte, otra cocinando, sacándose selfies, etc. Costumbrismo inocuo y capitalista. Los dibujos conforman una suerte de mural de la banalidad que despierta una sonrisa agradable en una mañana de sábado soleada. Nadie sospecha el pellizco que vendrá después. A medida que la hucha se iba llenando de peculio, las piezas de la pared iban cayendo como en un recorrido de dominó, dejando entrever una realidad opuesta. Bajo el mosaico de Febrer, emergen otras obras, las de Vecina: refugiados, policías, militares, mujeres maltratadas e incluso algún político que copa portadas de periódicos. Alehop, se cuela Jaume Matas. El mural ha mutado en pocos minutos y la reflexión está servida. El juego de planos de Lluïsa y Lluís ilumina nuestra conciencia, escondida en alguna parte de nuestro cerebro. El tándem también presentó su último fanzine, una suerte de hilarante "bestiario de turistas" -así lo llaman- que frecuentan la isla. Una jungla en la que me adentro cada día gracias al lienzo de Febrer que preside mi salón, Mallorca Shore.

Con Lluïsor, me alegra constatar que hay una generación de artistas mallorquines muy jóvenes y de sensibilidad nerviosa y crítica que trabajan a partir de referentes locales para apresar el espectáculo del mundo. En Mallorca tienen una mina, de varietés y vodeviles. En este sentido, me gustaría citar también a Guillem Portell o a Toni Amengual, un poco más mayor que todos ellos. El tiempo dirá si esta cantera de pintores, ilustradores o autores en sentido amplio va sofisticando la materialización de sus proyectos y si les dejan hacerlo. Por otra parte, espero que sus obras permanezcan con el tiempo tan frescas que pareciera que si uno se atreviera a tocarlas se le mancharían los dedos de color. De momento, voceamos un "hurra" por su temeridad juvenil de número de acrobacia.

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