Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

35 años de residencia

El genio que se inspiró en Mallorca

Camilo José Cela salió de Palma camino del Nobel después de consolidarse en la isla como narrador. En su vida privada, buscaba la tranquilidad para escribir y frecuentaba un club selecto de amigos formado por médicos, burgueses y artistas

El escritor junto a sus amigos, en una de las cenas que le gustaba organizar.

Camilo José Cela recaló en Mallorca huyendo del "pudridero de Madrid". Para él, la isla era "un país liberal" donde se podría trabajar con sosiego, un oasis perfecto para escribir. Entre 1954 y 1989 -el periodo que residió aquí-, desarrolló la mayor parte de su producción novelística además de practicar otros géneros. Hubo tiempo también para impulsar desde Palma una de las más importantes revistas de las letras españolas, Papeles de Son Armadans (1956-1979), y organizar un encuentro literario que atrajo a Formentor a personalidades como Duras, Aleixandre o Rosales. Fue en sus años mallorquines cuando le designaron académico de la lengua (1957), adquirió el grado de catedrático en la incipiente universidad balear (1980) y fundó la editorial Alfaguara (1964). Mallorca fue la tierra celiana más fecunda, su industria: en obra, amistades y relaciones laborales.

La primera vez que puso un pie en la isla se alojó en el hotel Maricel. Corría 1954 y Cela tardaría aún un año más en instalarse definitivamente en Mallorca. Junto a su primera esposa Charo Conde, buscó un lugar en el que escribir La catira. Y lo encontraron en el Port de Pollença, donde alquilaron una pequeña casa. Sin embargo, aquellas paredes no abrigaron finalmente el nacimiento de la sexta novela del autor de La colmena. Los hijos de sus vecinos se encargaron con sus gritos de perturbarle, obligándole a la febril escritura de las noches.

Poco después se mudaron a Villa Clorinda, un caserón apartado del puerto, con un gran jardín y unas espectaculares vistas a la bahía de Pollença. Precisamente fue en esta morada donde puso punto final a La catira. Pero la calma brillaba por su ausencia. El nuevo vecindario no era lo suficientemente tranquilo para el escritor, amarrado a una rutina de horarios nocturnos. Según relata su hijo Camilo José Cela Conde en el libro Cela, mi padre, montó su mesa de trabajo en el inmenso comedor de la planta baja y "cuando yo me levantaba a media noche en busca de un vaso de agua, veía siempre la luz de su despacho escapándose por las rendijas de aquella puerta". Fue en esta casa donde también ordenó las notas para sus libros de viajes y empezó a redactar otras piezas como Café de artistas.

La mudanza a Palma se produjo al año siguiente. En el chalé de la calle Bosque, Cela declaró que iba a descansar. Sin embargo, allí engendró Primer viaje andaluz, La rosa y Tres poemas galegos. Una vez más en busca de la máxima tranquilidad y el aislamiento, necesarios para una dinámica de trabajo que empezó a obsesionarle, decidió buscar un nuevo domicilio. José Villalonga, 87 fue la tercera residencia del Nobel en Mallorca, pero no la última. La casa definitiva la tuvo en La Bonanova, un moderno chalé que encargó a dos arquitectos locales y que podría haberse convertido en el museo Cela en la isla si finalmente lo hubieran adquirido las instituciones locales y si hubiera existido un interés político por arraigar el legado del artista en la isla. Entre estas dos últimas viviendas, completó gran parte de su producción con Tobogán de hambrientos, San Camilo 1936, Mazurca para dos muertos, Once cuentos de fútbol, Páginas de geografía errabunda o Nuevo viaje a la Alcarria.

La colaboradora del escritor Mercedes Juan, que entró a trabajar en la biblioteca mallorquina de Cela y que se encargaba de hacer fichas de todos los personajes de sus nuevos manuscritos a modo de guía para no perderse, describía el modus operandi celiano así: "Escribía a mano, con una pluma que mojaba directamente en un tintero mientras se limpiaba los dedos con un trapo".

Todos los amigos mallorquines y allegados del autor, entre ellos Mabel Dodero, su secretaria durante treinta años, siempre han sostenido que había otro Cela detrás de la fachada del personaje, "un Cela escondido por la ruidosa turbamulta de otros Celas", escribe José Carlos Llop en La ciudad sumergida. "Un hombre diferente al de las coces y los exabruptos", continúa. Ése fue el que creó Papeles de Son Armadans y el que consideraba "la belleza como una cualidad moral".

Otra de sus vertientes más desconocidas es la hogareña. Algunos la tildan incluso de "tierna". "A Cela le gustaba tener invitados para cenar cada noche aunque le horrorizaban las visitas de los niños", comentan sus amigos. El buen comer lo compensaba con su cinturón negro de judo.

No cabe duda de que Cela creó en Palma una suerte de club privado frecuentado por médicos, burgueses, escritores, algún hotelero, pintores o artistas extranjeros. "Decía que era amigo de médicos y arrieros aunque no de curas ni enterradores", repite el doctor Alfonso Ballesteros. Los miércoles solía reunir en su casa a los Dodero, a Josep Maria Llompart y a su esposa, a Eugenio Suárez -director de Sábado Gráfico y El caso-, a Remigia Caubet o a los Garau, a los Servera o a los Jordana. Un club que en realidad era lo más parecido en la España de ese momento a cierta modernidad europea. El autor también mantuvo contacto con los escritores de la isla (conoció a Blai Bonet, Llompart o a un joven Baltasar Porcel) mientras recibía constantes visitas de autores españoles del interior y del exilio, y celebridades extranjeras. Organizó cursos, conferencias y actividades que encendieron la isla.

Gustaba de callejear con amigos y de comer en el restaurante Patio, así como menudear el Formentor o los bares y cafés del barrio de Son Armadans.

Fernando Corugedo, otro de sus colaboradores más cercanos, resume en una anécdota lo inagotable del genio, siempre bregando por una empresa nueva: "En la isla estuvo trabajando en la elaboración de un Diccionario total del español que no llegó a terminar, porque era como reunir el de la Real Academia, el María Moliner, el de Seco y añadirle uno de vocablos de Hispanoamérica".

La casualidad -o no tanta, los tres vieron Mallorca como un refugio de libertad- reunió en la isla y en sincronía a tres grandes artistas del siglo XX: Robert Graves, Joan Miró y Cela. Al británico lo conoció a través de Anthony Kerrigan, que también vivía en La Bonanova. El Nobel tradujo el poema de Graves The Person from Porlock, que se publicó en Papeles de Son Armadans. Asimismo, estuvo presente en la proclamación del autor inglés como hijo ilustre de Deià. Como contrapartida, éste fue uno de los escritores que participaron en los Encuentros poéticos de Formentor. Pese a esta relación, los dos genios jamás intimaron, quizá por sus fuertes y dominantes personalidades.

Como vecino de La Bonanova, estaba escrito que el Nobel iba a encontrarse con Miró, con quien sí forjó amistad. Una de las anécdotas que siempre relata el nieto del pintor, Joan Punyet, es la relativa al apuñalamiento por parte de Cela de un cuadro falso de su abuelo, adquirido al artista Manolo Viola. "Quería ver a Miró para que le extendiera un certificado de autenticidad. Y coincidía que aquellos días estaba con él Jacques Dupin. Fue éste quien le comunicó que el cuadro era falso". Cela rasgó la pintura, pero el genio catalán le pidió que se la prestara. Al cabo de un tiempo, se la devolvió cosida con una leyenda en el reverso que decía: "Ésta es la historia de una tela apuñalada que ha dado lugar a una tela auténtica".

Si hay una figura que merece un lugar destacado en los años mallorquines del autor, es su primera mujer, Charo Conde, vital y entusiasta. La esposa del Nobel se ocupaba de todo, era el "alma organizativa de la industria Cela", escribe Llop en La ciudad sumergida.

La decisión de abandonar la isla -se casó con Marina Castaño en 1991- supuso un duro varapalo para Mallorca. Y para sus amigos, que perdieron definitivamente el contacto con aquel escritor cuya huella sigue siendo endeble en la actualidad por estos lares. El centenario que ahora se celebra, además de la lucha iniciada por parte de su hijo a través de la Fundación Charo y Camilo José Cela -solicitan un espacio como centro museográfico, de actividades y estudio-, disipa un poco la niebla que ha empañado la figura de un genio que vivió la literatura desde la seriedad y la pasión, y que hizo de Palma una ciudad excitante.

Compartir el artículo

stats