Participativo (en la tónica del año anterior, con bastante extranjero, sobre todo nórdico), de tamaño asequible -en tres horas se podía hacer el recorrido sin ir con la lengua afuera- y bastante bien de nivel, con dos o tres proyectos muy notables. Éstas son algunas de las claves del ArtPalma Brunch que se celebró ayer en Palma, un recorrido con predominio de las instalaciones y los proyectos que reflexionan acerca del hombre y su relación con el espacio y el entorno más próximos, si es que hubiera que buscarle un hilo conductor a las más de diez propuestas de la programación oficial.

Sin embargo, estos adjetivos son insuficientes para valorar el evento, al que habría que situar en su entorno a fin de otorgarle todos los matices posibles. Hay que hacer hincapié en que la cultura de la ciudad está viviendo quizá uno de sus momentos más mustios a nivel institucional. Los centros y museos públicos apenas ofrecen proyectos, alguno incluso está descabezado -el Solleric-. Así, la oferta que en estos momentos conforma la agenda de arte contemporáneo de la ciudad proviene casi al cien por cien del sector privado (galerías y otros espacios multidisciplinares y alternativos).

Explicado esto, es importante aplaudir el pulso privado que ayer latió en solitario en la ciudad, sin espacios institucionales inaugurando al unísono. Aunque es cierto que sin competencia, los esfuerzos siempre suenan más loables. El caso es que entre las galerías de ArtPalma, las que no están asociadas y espacios alternativos, en el centro de Palma había ayer una exposición en cada esquina.

En la Horrach Moyà, Alicia Framis, que representó a Holanda en la Bienal de Venecia en 2003, baja las escaleras con un bote de disolvente. Ha limpiado las placas que emulan los paneles informativos de los aeropuertos, donde se invita al espectador a viajar a un lugar imaginario: Gotham City, Utopia, Metrópolis, Sion, Dogville... Una pieza que pone al descubierto la práctica cotidiana de crear nuevos mundos y nuevas sociedades. Justo antes, el visitante se queda impactado con una instalación de 203 fiambreras de cerámica, todas exactamente iguales y una para cada día de clase en Holanda. Una pieza magnífica y más museística que comercial que se convierte en un monumento a la invisibilidad del intenso trabajo de las madres.

Desde las 11.30, Aba Art va recibiendo gente sin parar. En la plaza de enfrente y también de brunch, está la eurodiputada Rosa Estaràs. En el interior de la galería, Joan Costa explica su nuevo proyecto, bien recibido por el público. Una de las mejores piezas es la instalación con una enorme gota en el centro y cuyo peso provoca ondulaciones en un mar lapislázuli representado por sal marina teñida. "Estas piezas site-specific son las que primero enamoran al público y al coleccionista porque llevan mucho trabajo e implican un dominio del espacio y de tu propio lenguaje", comenta Maribel Bordoy.

Una de las paradas obligatorias de ayer -ya fuera por cotilleo, curiosidad o espionaje de la competencia- era el nuevo espacio de Fran Reus, dos plantas en Paseo Mallorca que darán mucho juego en la ciudad. Arriba, el proyecto Plaza de Pau Sampera, artista curtido en las diferentes culturas urbanas de los 90, con el que reflexiona sobre los límites de actuación y relación con el espacio público. No se perdieron la apertura -que duró hasta las 16 horas-, los artistas Ian Waelder, José Fiol, Nauzet Mayor, Luis Maraver, Tià Zanoguera o Marta Pujades o los comisarios Pilar Ribal, Jordi Pallarés y Magda Albis o la exconsellera de Cultura Bàrbara Galmés.

El mayor reguero de gente vuelve a concentrarse en Sant Feliu, como en la Nit de l´Art. En la Maior, Mitsuo Miura vuelve sobre su memoria con ojos nuevos en varios ejercicios pictóricos frescos y geométricos. La galerista Jero Martínez ejerce de anfitriona junto al artista Amador, quien conversa con Rosa Regí y Fernando Rotger (directores de la clínica Rotger). La oferta musical también está en esta calle, con Joe Orson en Taca y una dj en una Gerhardt Braun con ambiente de marcha y copeo. En una esquina, otro pequeño concierto en una tienda de marcos. Los comercios se suman al movimiento que genera el ArtBrunch. Otro de los grandes proyectos del programa es el del portugués Pedro Cabrita Reis. Una instalación de grandes vigas de hierro, también una pieza muy museística, dialoga en la oficina de la Kewenig -donde se encuentra también un artista habitual de la galería, Marcelo Viquez- con un conjunto de esbozos que representan los procesos de creación. La hostilidad de los materiales industriales y varias imágenes de derrumbamientos reflexionan sobre la relación del hombre moderno con el espacio urbano y su propia cultura, una cultura -la europea-, que en parte está desapareciendo.

De camino a La Caja Blanca, pasadas las 12.30, se pasea una comitiva política encabezada por el alcalde José Hila, quien también acudiría a la fiesta de cierre del brunch en la Horrach Moyà, con coleccionistas y otros profesionales del sector. Al primer edil le acompañan los concejales Joan Ferrer, Aligi Molina y las directora y coordinadora de Cultura Francisca Niell y Noemí Garcies. Del Consell, pudo verse al director insular Rafel Creus. Y del Govern, no se estrenó la consellera Ruth Mateu, quien delegó en el director del IEB Josep R. Cerdà.

Por Pelaires, con la aplaudida exposición de Pello Irazu (también digna de museo) pasaron los comisarios Tolo Cañellas (curator de AVPD) y Biel Amer. Pep Pinya atendía junto a su hijo Frederic a todos los visitantes con buen vino ecológico y ensaïmada. Allí también estaban la librera Marina P. de Cabo, el músico Sebastià Mesquida y el director de IB3 Televisió Joan Carles Martorell.

Mucho público también en la Xavier Fiol, con la nueva obra de Ñaco Fabré. Y muy bien el trabajo de Pep Vidal en L21 sobre la relación que establecemos con los sistemas: el máximo y el mínimo, lo estándar y lo intuitivo.

Más artistas en el fin de fiesta, tardeo -por las horas- cultureta hablando de Isabel Coixet y de que quizá había menos alemán entre el público por cuestiones del calendario de Semana Santa. El de Tomàs Pizá, Luis Jaume y el galerista Tomeu Simonet, un grupúsculo divertido, un soplo de aire fresco a tantos días periodísticos sobre la crisis de gobierno y su conselleria de Cultura, un tema ante el que los artistas no se han inmutado. Pues poco esperan.