Su cama fue un escándalo que valió millones. Con ese título ("My bed") la británica Tracey Emin presentó en la Tate Gallery en 1999 una instalación que, como podía suponerse, iba a desatar todo tipo de críticas feroces y de intelectualizadas loas. Bingo. Lo que ya no resultaba tan fácil de prever era que, años después, se subastase en cuatro millones de euros aquella reconstrucción en la que no faltaba ninguno de los materiales de desecho que puede acumular junto al colchón una persona propensa al desorden espacial y químico. Claro que, para entonces, Emin era toda una celebridad y, dentro del grupo generacional conocido como Young British Artists, la suya era la firma más cotizada tras la de Damien Hirst. En 2005, Emin publicó esta aproximación a sus memorias titulada Strangeland que ahora ve la luz en castellano. Si buscan morbo en sus páginas es posible que queden un tanto decepcionados. Lo que sí encontrarán será el autorretrato a trazo grueso de una mujer agitada, con cierta tendencia a lamentarse y con un innegable don para transformar en cotizados objetos algunos incidentes de su vida que habrían aniquilado a otras personas.