La Edad Media marcó un punto de inflexión en el devenir histórico de la ciudad de Toro y en su riqueza patrimonial. Iglesias, ermitas, monasterios, palacios y casonas proliferaron por doquier, vinculadas a la incipiente nobleza local y a la monarquía. Cuando el visitante pasea por el casco antiguo toresano aún puede llegar a percibir los ecos de ese evocador y lustroso pasado, jalonado por templos construidos siguiendo la tradición mudéjar, la gran Colegiata de Santa María que aunaba en su fábrica las estéticas del románico y del gótico, y toda una plétora de edificios erigidos en los estertores del medievo pero que seguían apegados al retardatario gusto de sus comitentes y de sus constructores.

La herencia de estas centurias no se limita únicamente a estas construcciones, sino que aún subsiste una mínima parte los bienes muebles que cobijaban o que fueron encargados o realizados ex profeso para ellos. La escultura, y más concretamente la imaginería, conforma un grupo destacado y privilegiado dentro de ese conjunto. Pese a que, quizá, lo más conocido de la ciudad en este campo sean las magníficas portadas escultóricas de la iglesia colegial, especialmente la de La Majestad, o incluso el antiguo acceso al convento dominico de San Ildefonso -convertido en pórtico de la iglesia de San Julián-, lo cierto es que todavía hoy conservamos una serie de imágenes exentas, cercana a las tres decenas, que poco tienen que envidiar a los testimonios anteriores.De manera reciente se ha abordado el estudio de todas estas tallas, labradas entre las décadas finales del siglo XII y los inicios del siglo XVI, en el contexto de la imaginería medieval de Zamora. Muchas de ellas siguen expuestas al culto pues, aunque hoy las consideremos obras de arte, no podemos olvidar que fueron fruto de la piedad y la devoción de las gentes y, en buena medida, eso es lo que las ha hecho perdurar.

Pese a la fuerte impronta que el arte románico dejó en la ciudad de las Leyes, son pocas las imágenes que de esa época han llegado hasta nosotros, tan sólo tres. Todas ellas pueden contemplarse en la iglesia-museo de San Salvador de los Caballeros y obedecen a las dos iconografías más habituales, Cristo crucificado y la Virgen con el Niño. De la ermita del Canto procede uno de los crucifijos, clavado a una cruz arbórea mediante cuatro clavos y presentándose en la habitual concepción de Cristo triunfante sobre la muerte, pues no sólo tocó su cabeza con corona real sino que su rostro y su cuerpo no muestran sensación de dolor. Ese hieratismo e incluso la frontalidad y el tratamiento lineal y plano de los pliegues, detalles característicos del románico, se aprecian también en la referida Virgen, originariamente ubicada en la iglesia de San Julián. No hace tanto que fue encontrada enterrada en el suelo de la parroquia y por su disposición recuerda a ejemplos de Vírgenes Theotokos fechables en el siglo XII, aunque en la de Toro llama la atención la manera en la que María sujeta al Niño e incluso el aspecto del propio infante, con nimbo cruciforme y una túnica muy ceñida casi fajándole.

La senda de la imaginería toresana prosigue en los fecundos siglos del gótico, contando con varias piezas diseminadas por los distintos templos de la ciudad. La iconografía más abundante es, de nuevo, la de Cristo crucificado. En ella, podremos ver una evolución estilística que va desde bien entrado el siglo XIII hasta el ocaso del XIV, llegando incluso algunas piezas a los primeros años de la centuria siguiente.

Para un mejor estudio de estas imágenes se establecieron una serie de Tipos, que nos han permitido comprender mucho mejor los cambios y formas que han experimentado estas representaciones a lo largo del tiempo. Un rasgo muy significativo en muchas de ellas es el hondo peso del románico, visible en formas y estilemas que se pueden detectar todavía en la primera mitad del siglo XIV. En un primer momento se crean crucificados góticos pero que siguen utilizando cuatro clavos, innovando en el tratamiento del paño de pureza al utilizar plegados que van describiendo "uves", ya propios del gótico. Tal es el caso del Cristo que procedente de la iglesia de San Lorenzo el Real se conserva hoy en el Museo Marès de Barcelona. En la iglesia de San Salvador se custodia otro Cristo, mutilado y desprovisto de policromía,-ya con tres clavos- que, conservando una anatomía esquemática y los restos de una corona de rey, presenta un paño de pureza característico, con una abertura que permite ver la rodilla derecha. Es una tipología que tendrá mucho predicamento en Zamora, llegando incluso a Salamanca. Del mismo estilo es uno enajenado que Gómez-Moreno llegó a recoger en su Catálogo Monumental. Otro de los tipos propios del ámbito zamorano, es el que muestra a unos crucificados con paño de pureza largo, ocultando las rodillas, y con un pequeño vuelo a la derecha. A pesar de que la anatomía responde todavía a convencionalismos románicos, el perizonium se vuelve más goticista, organizado mediante una cascada de pliegues en "uve". Buenos ejemplos son los Cristos de los conventos de Santa Clara y San José. Durante el siglo XIV, poco a poco estas imágenes van despegándose de los formulismos tradicionales para entrar en una corriente más gótica, con anatomías naturalistas, como el Cristo que se ubica a los pies de la Colegiata, y con un movimiento más rítmico al disponer los pies verticales y la cara de perfil, como el procedente de San Sebastián de los Caballeros y el del monasterio de Santa Sofía.

Unido al Cristo crucificado a veces se colocaban la Virgen y San Juan, conformando grupos de Calvario, con los típicos ademanes y gestos de dolor de las manos sobre el pecho en la Madre y sobre la mejilla del Apóstol, contando entre ellos los dos conjuntos que tras su venta pasaron al Museo Arqueológico Nacional y el visitable en San Salvador. En esta última iglesia -aunque perteneciente a la Ermita de la Vega- también se custodia una imagen aislada de la Virgen, que es la otra iconografía más numerosa en la provincia, en su versión de Theotokos o Madre Dios, con el infante dispuesto sobre su rodilla izquierda. Una talla fechable en el siglo XIV, como muestran los peinados, tocados, vestimenta y el aderezo de todo ello.

Las perlas de la imaginería gótica de Toro se tallaron en piedra y seguramente por un taller o grupo de maestros llegados o formados en la gran obra de la Catedral de León. Algunos testimonios de su paso por nuestra diócesis durante el primer cuarto del siglo XIV quedaron en la Catedral de Zamora, en La Hiniesta, en Benavente y, como no, en Toro. Aquí el influjo de doña María de Molina, a través de su hijo Fernando IV, resultaría determinante. A este escultor bautizado como "Maestro de la Virgen de la Calva", por ser esa su primera obra, se debe la soberbia Anunciación pétrea dispuesta a los pies de la Colegiata, además del Santiago Apóstol y el San Juan Evangelista que la acompañan. Aunque no entren en el discurso expositivo de Las Edades del Hombre, serán una de las joyas que no conviene perder de vista. Estos conjuntos de Virgen grávida y arcángel anunciador gozaron de notable fortuna y parece que la ciudad de las Leyes contó con otro, concretamente en la iglesia de la Trinidad, donde hace años aparecieron los restos del ángel Gabriel, hoy en el recomendable Museo de San Salvador.