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A tiro

Los ojos de Antònia Vicens

La escritora mallorquina Antònia Vicens.

La grandilocuencia es lo contrario de la literatura. La literatura es precisión a una escala casi molecular, es la reacción química cuando se combinan dos palabras bien elegidas, imantadas entre sí. La literatura es lo que no puede ser dicho de otra manera. Reflexiones así me asaltan después de leer la extensa conversación entre Sebastià Portell y la escritora Antònia Vicens en Massa deutes amb les flors, editada por Lleonard Muntaner. El volumen es una extensa entrevista de corte clásico donde se repasa cronológicamente la biografía y producción de la autora de Santanyí. Un formato que personalmente me gusta y que funciona muy bien cuando el entrevistador conoce lo suficiente la obra del entrevistado para saber justo cuándo debe desaparecer y cuando el pensamiento del que contesta se vuelve locuaz. Y es lo que le sucede a Vicens, generosa, libre, extremadamente sensible, fuerte, luchadora y políticamente incorrecta. No sé cuán sola debe sentirse la escritora ostentando estas características. Presumo que bastante. No debe haber día en que Antònia no piense en el recurso que empleaba cuando era pequeña para sobrevivir a aquel ambiente pacato de la postguerra y a un dormitorio sin ventanas y, por supuesto, al hecho de ser mujer.

"Convertia les parets de la meva habitació en una pantalla i recreava el món que m´envoltava, el tornava fictici. Màgic", confiesa. Fue en los libros de vidas de santas donde encontró la huida de una manera de vivir como mujer que por tradición le tocaba y a su vez detestaba. De las místicas como Santa Teresa de Ávila, le maravillaba aquella capacidad mental de catapultar cualquier objeto o acto pequeño, cualquier ardor del alma, a otra dimensión. Fue en estos libros donde Vicens aprendió que el mundo estaba dentro de ella, un refugio interior que siempre conservó por si había que regresar a él cuando había hostilidad. En la mayoría de edad, llegó el choque de verdad con el mundo exterior: el boom del turismo, alegre y superficial, que ella lo contemplada como un gran duelo desde Cala d´Or; los derechos de los trabajadores de la costa; el Premi Sant Jordi de Novela con sólo 26 años; las escapadas a Barcelona; una estancia en Montserrat; su crítica a ciertos idealismos de izquierdas faltos de pragmática y una justicia social real; el dolor, la maternidad y el divorcio; la AELC; su rechazo al Ramon Llull de la Comunidad Autónoma por la política de Matas o la llegada inesperada, a los 69 años, de la poesía. Este último episodio lo relata como una epifanía: "Lovely [título de su primer poemario] em va caure al damunt de cop i volta, com una pluja sobtada. No m´havia plantejat en cap moment escriure poesia. Era el 3 d´agost de 2006, a les dotze del migdia, davall una ombrel·la a una terrassa de ca meva. Em varen començar a venir totes aquelles imatges i en lloc de dinar jo escrivia. El meu fill Hèctor i na Maria Gomila hi eren i em deien: ´I què fas tan afuada escrivint?´ I jo els contestava: ´Em cauen poemes, em cau la vida..." La muerte de su padre hacía justo tres años se le revelaba en esos versos.

Fred als ulls es lo último que ha publicado la escritora de 75 años. Es un libro escrito literalmente desde la oscuridad, lo que me recuerda a la habitación infantil sin ventanas de la autora. Decía lo de la oscuridad física porque Antònia fue operada de la vista y estuvo más de un mes sin ver de un ojo. Escuchaba música o escuchaba el silencio. "I escoltar el silenci pot ser molt dolorós". Fred als ulls es un extenso poema sobre la crueldad y la belleza. Me quedo con muchas frases de Vicens, pero sobre todo con ésta: "[...] El dolor que anam creant, i que s´estén, que just que escoltem el sentim. Aquest misteri tan gros, el dolor".

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