El ‘Lechuga’, por ese simpático apodo identificaban sus compañeros a Carlos Alberto Roa, el portero y hombre clave en el gran Real Mallorca de Héctor Cúper. El grupo que disputó la final de la de Copa del Rey de 1998 y la final de la Recopa de Europa de 1999, en Birmingham. Desde un primer momento, el argentino se erigió en el peón de confianza del técnico que construyó a uno de los mejores equipos de la historia centenaria del Real Mallorca.

Roa, que en el mundo del fútbol terminó más mal que bien, por sus convicciones religiosas, llegó al Real Mallorca la temporada 1997/1998, junto a Cúper, en la campaña del regreso a Primera, con el Doctor Bartolomé Beltrán como presidente y Antonio Asensio su propietario.

La afición le recuerda por su caballerosidad sobre el terreno de juego y su espectacular aportación en la final de Copadel Rey que el Mallorca perdió en Mestalla, ante el Barcelona en la tanda de penaltis. En ella, Roa detuvo hasta tres lanzamientos -a Rivaldo, Celades y Figo-, al tiempo que anotó uno, aunque eso no impidió que los azulgranas fuesen quienes finalmente conquistaron el título.

La siguiente temporada, Roa mantuvo la titularidad y el Mallorca conquistó el primer título oficial de su historia, la Supercopa de España, además de proclamarse subcampeón de la Recopa de Europa. Y en la Liga, el Mallorca terminó la temporada 1998/1999 en tercera posición, la mejor clasificación de su historia y el sobrio portero argentino ganó el Trofeo Zamora, al concluir como el guardameta menos goleado del torneo.

En Argentina el cancerbero alcanzó la gloria defendiendo el arco del Club Atlético Lanús, bajo la dirección de Cúper. Un equipo que peleó la Liga y conquistó su primer título, la Copa Conmebol de 1996. Previamente, inició su carrera profesional en las filas del Racing Club de Avellaneda, equipo con el que debutó en la Primera División de Argentina en noviembre de 1988. Durante esa etapa sufrió un grave problema de salud que comprometió seriamente su futuro como deportista de primer nivel, tras infectarse de malaria durante una gira de verano en África.

Sin embargo, su despedida resultó un fiasco. El 25 de junio de 1999, con apenas 29 años y cuando se encontraba a punto de firmar un fichaje millonario con el Manchester United, Roa anunció que dejaba el fútbol profesional: “He sido un mal cristiano. Hay que tener fe, agarrar la Biblia y saber dejarte guiar por Dios”.

Su despedida, para dedicarse a la vida religiosa, causó sensación y significó el fin de la mejor época en la historia del club. “Nunca quise ser futbolista”, explicó desde Colonia Margarita, un pueblo bucólico de Santa Fe. “Para las cosas de Dios uno tiene que dedicarse por entero”, defendió antes de anunciar en abril del 2000 su regreso desafortunado al fútbol y al Mallorca. Una lesión en el hombro izquierdo marcó su vuelta, antes de recalar en el Albacete, en su despedida de España.