Para Ann Taylor, la idea de que la colosal industria del carbón australiana debe ser limitada es risible.

Taylor es alcaldesa de un consejo en el estado de Queensland que ya alberga 26 minas. Quiere que se agregue más de la cercana cuenca Galilee, una zona rica en carbón del tamaño del Reino Unido que, de ser completamente desarrollada, podría duplicar con creces las exportaciones de combustible de Australia.

"Estamos absolutamente a favor de la minería del carbón y estamos orgullosos de ello, por eso estamos aquí", dijo Taylor en su oficina en Moranbah, una ciudad de 8.000 habitantes que debe su existencia de medio siglo a la industria. "Queda mucha vida en el carbón".

El carbón es el segundo mayor generador de ingresos de Australia después del mineral de hierro, y muchos legisladores acogen con satisfacción los esfuerzos para impulsar una industria que genera 60.000 millones de dólares australianos (US$42.000 millones) al año. Ninguno más que el primer ministro, Scott Morrison, quien como tesorero del país hace dos años blandió un trozo de carbón en el parlamento, burlándose de los legisladores del opositor Partido Laborista diciendo que temían al combustible porque favorecían más recortes a las emisiones carbono.

A medida que se acercan las elecciones del 18 de mayo, las encuestas sugieren que el líder laborista, Bill Shorten, ahora puede tener la ventaja sobre el gobierno conservador de Morrison, con la energía y el medio ambiente como una línea divisoria política clave. Sin embargo, Shorten solo está dispuesto a antagonizar a la industria del carbón hasta cierto punto. Incluso en el continente habitado más seco del mundo, los imperativos de aumentar los ingresos y el crecimiento económico están superando las preocupaciones sobre los efectos negativos del cambio climático provocado por el hombre.

Australia es el mayor exportador de carbón del mundo, y la cuenca de Galilee ayudará a decidir si se mantiene en esa posición. El gobierno de Morrison ha sido criticado por su apoyo al plan del multimillonario indio Gautam Adani de abrir Galilee con su mina Carmichael. Shorten ha sido menos directo. Se encuentra atrapado entre el apoyo tradicional de su partido a la industria minera y los legisladores que representan a los distritos urbanos de Sídney y Melbourne, en contra de Carmichael por motivos ambientales. Presionado repetidamente para aclarar su postura durante la campaña, el líder laborista sigue siendo ambivalente.

Bruce Currie está desesperado por encontrar pistas, ya que cualquiera de los lados que prevalezca afectará su sustento, quizás de manera permanente. Como ganadero que lucha por ganarse la vida en los márgenes del Outback, Currie ha visto a su rancho asolado por una sequía que ha reducido su rebaño de 1.500 cabezas de ganado a solo 70.

Estamos en la línea del frente aquí mismo, dice Currie mientras observa su presa, reducida a un estanque poco profundo y fangoso. Si bien teme al cambio climático, Currie asegura que su preocupación inmediata es que el proyecto Carmichael, a menos de 150 kilómetros de distancia, podría agotar y contaminar el agua de la Gran Cuenca Artesiana, el recurso de agua subterránea natural más grande del mundo. Para Currie, el agua estraída de la cuenca ahora es cuestión de vida o muerte.

"Si la mina sigue adelante, nos destruirá", dice Currie. "Vamos de cabeza a un posible desastre".

El jefe ejecutivo de la división de minería australiana de Adani, Lucas Dow, rechaza las preocupaciones de que Carmichael creará cualquier daño a Australia, o al mundo. El trabajo en la mina procederá tan pronto como se cumplan las condiciones ambientales, afirma.

Después de ocho años y US$3.000 millones gastados por la compañía india, lo que alguna vez se planeó fuera la mina de carbón más grande del mundo, con un costo de capital de 16.000 millones de dólares australianos, se redujo drásticamente a medida que los patrocinadores financieros se retiraban, en medio de una campaña concertada por activistas ambientales.

"La posibilidad de que nos vayamos ahora es una tontería", dijo Dow en una entrevista en la sede de la empresa en Australia, en Brisbane, capital del estado de Queensland.

"La gente parece tener la opinión de que si cierran nuestros proyectos, todos los problemas del mundo se resolverán", dice Dow. "La cruda realidad es que de hecho se exacerbarían. El carbón es abundante en todo el mundo, así que si Australia no lo ofrece, alguien más lo hará, pero será de menor calidad".