En la película «No mires arriba» de Adan McKay, la científica Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) descubre un cometa que lleva un rumbo de colisión con la Tierra.

Su jefe, el profesor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), comprueba que esos cálculos son exactos.

Solo faltan seis meses para que el cometa impacte contra nuestro planeta, y el choque producirá una extinción masiva como la que hace 65 millones de años acabó con los dinosaurios.

Será el fin de la especie humana.

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Un argumento para pesar en lo que estamos haciendo

En la película «No mires arriba» queda claro que podríamos salvarnos, porque la humanidad tiene la capacidad tecnológica para desviar el cometa.

Lo único es que para lograrlo el mundo debería dedicar un ingente esfuerzo global. Y resulta más fácil no hacer nada.

Si no miramos hacia arriba no veremos como el cometa se aproxima. Y entonces podremos seguir en la normalidad.

Janie Orlean (Meryl Streep), la presidenta de los Estados Unidos en la película «No mires arriba», se aferra a la escasa probabilidad de que finalmente el cometa no impacte contra la Tierra.

En las redes sociales se desata un enconado debate entre quienes creen que hay que hacer algo de urgencia y los negacionistas del cometa que piensan que no pasará nada…

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Una parodia de nuestra insensatez

Para muchos «No mires arriba» es una parodia de nuestra insensatez frente a la amenaza del cambio climático.

Podría ser.

Pero también refleja fielmente nuestra irresponsable actitud frente a la pandemia de coronavirus.

La realidad objetiva es que tras dos años de pandemia, en Europa estamos en el pico de una ola que está batiendo todos los récords de contagios y alcanzando unos niveles nunca vistos.

Sin embargo, a medida que pasa el tiempo nos sentimos cada vez más cansados de la Covid-19.

Tenemos fatiga pandémica y coronafobia.

Y hartos de que no se vislumbre un final a corto plazo, preferimos dejar de mirar hacia el problema.

¿Relajarnos para dejar de sufrir es buena idea?

En el intento de volver cuanto antes a la antigua normalidad establecemos reducciones de cuarentenas y aislamientos.

Y ahora nos planteamos dejar de contabilizar la cifra de contagiados totales, limitando las estadísticas de la pandemia solamente los ingresados en hospitales y UCIs.

El objetivo final es dejar de tratar a la Covid-19 como una pandemia, pasando a considerarla una endemia.

Se busca convertirla en una enfermedad común relativamente leve, como la gripe, que va a estar entre nosotros para siempre y con la que no hay más remedio que convivir.

Pero enfrentarnos a la Covid-19 considerándola como a una endemia significa que vamos a relajar todavía más unas medidas que han sido insuficientes para controlar la enfermedad.

Podría salir bien.

Pero podría salirnos desastrosamente mal.

¿Queremos tomar una decisión del tipo «no mires arriba»?

Lo que estamos haciendo con esta estrategia de relajar las medidas preventivas de distanciamiento social, test masivos, rastreadores, cuarentenas, utilización de mascarillas FPP-2 y no vacunando absolutamente a todo el mundo, es permitir que se mantenga una gran población de virus circulantes donde ocurrirán mutaciones que darán lugar a nuevas variantes.

Quienes toman esta decisión de tipo “no mires arriba” dejando que sea la evolución del propio SARS-CoV-2 quien decida el resultado de esta pandemia, asumen que el coronavirus evolucionará hacia formas mucho menos dañinas que las actuales.

Creen que las nuevas variantes serán cada vez menos dañinas. Pero…

¿Cuándo y cómo terminará esta pandemia?

La pandemia terminará cuando aparezca una nueva variante muy contagiosa pero que apenas cause daño, de manera que en relativamente poco tiempo la Covid-19 se convierta en un simple catarro (por desgracia no es el caso de ómicron y sus miles de muertos).

Pero si confiamos en que la solución a la pandemia de Covid-19 se producirá porque el SARS-CoV-2 se convertirá en un virus apenas dañino, deberíamos estar seguros de que hay una probabilidad razonable de que acabe siendo así.

En esencia se trata de un problema de genética de poblaciones, la disciplina científica que permite entender cómo evolucionan a corto plazo los organismos.

Y, desafortunadamente, lo que predice la genética de poblaciones respecto a la capacidad de evolución del SARS-CoV-2 es de todo menos tranquilizador.

¿Se pueden torcer las cosas?

Desde que se produjo el brote de SARS-CoV-2 en Wuhan, cada cierto tiempo aparecen nuevas variantes.

– Algunas resultaron ser más dañinas que las variantes anteriores.

– Otras fueron más contagiosas, aunque menos dañinas.

Desgraciadamente existe la posibilidad de que aparezca una variante que sea mucho más infectiva y a la vez mucho más dañina que cualquiera de las que han aparecido hasta ahora.

Y no solo es posible sino que la probabilidad de que ocurra no es necesariamente baja.

El principal problema a la hora de predecir cómo serán las nuevas variantes de SARS-CoV-2 que aparezcan en el futuro radica en que todas ellas se originan por la acumulación de mutaciones que se producen aleatoriamente durante la replicación del RNA del coronavirus dentro de las células que infectan.

Es un problema de azar.

El experimento científico mejor diseñado de la historia dice…

En 1943 el médico Salvador Luria y el físico Max Delbrück publicaron el análisis de fluctuación, un procedimiento que permite estudiar si las nuevas mutaciones que aparecen en los microorganismos ocurren por azar o bien ocurren como respuesta adaptativa a la presión de selección.

Con ello no solo ganaron el premio Nobel, sino que parte de los epistemólogos de la ciencia consideran que ambos realizaron el experimento científico mejor diseñado de la historia de la humanidad.

Hoy en día el experimento de Luria y Delbrück (y otros parecidos) se repitió decenas de miles de veces en los más diversos organismos, desde los virus más simples a las células humanas, tanto normales como cancerosas.

Gracias a este ingente esfuerzo sabemos que todas y cada una de las mutaciones que se producen en cualquier organismo de la Tierra, incluido el SARS-CoV-2, ocurren al azar.

Lo que nos parecería lógico, pero no es

Aunque el experimento de Luria y Delbrück es extremadamente complejo, podemos entender buena parte intuitivamente.

Y como veremos, lo peor del asunto es que el resultado parece ir en contra de lo que pensamos que es lógico.

Por intentar explicarlo de una manera sencilla, imaginemos que tratamos bacterias patógenas con un antibiótico, por ejemplo la amoxicilina.

Análogamente podríamos pensar que el SARS-CoV-2 está luchando por conseguir un mutante de escape a las vacunas.

Pero aunque todo esto nos parezca muy lógico, la realidad no es así.

Las mutaciones sólo ocurren al azar.

Luria y Delbrück demostraron que en los organismos se producen mutaciones y que siempre ocurren al azar, debido a errores aleatorios cuando su material genético se replica.

La gran mayoría de estas mutaciones nunca sirven para nada. Pero hay excepciones.

Imaginemos una población de bacterias que se están replicando.

Aproximadamente una de cada 100.000 bacterias cometerá un error aleatorio (mutación) cuando replique su ADN.

Es una probabilidad similar a la de que a una persona le toque el «gordo» en la lotería de Navidad.

De todos esos errores, la mayoría serán letales para el propio virus. Otros no le servirán para nada, aunque no sean letales.

Pero unos pocos podrían llegar a servirle para algo en determinadas circunstancias.

Por ejemplo…

Por azar podría aparecer un mutante que sea resistente al antibiótico amoxicilina.

– Pudo aparecer en cualquier momento a lo largo de los más de 3.000 millones de años en que hubo bacterias sobre la Tierra.

– Pudo aparecer incluso aunque no existiese la amoxicilina, en cuyo caso no habrá servido para nada en ese momento.

Pero si en el futuro queremos combatir esa bacteria con el antibiótico amoxicilina, le será muy útil aquella mutación, aunque haya logrado la resistencia por un proceso totalmente al azar. Cuestión de suerte.

Claro que también pudo ocurrir que las mutaciones que permiten la resistencia a la amoxicilina no hubiesen aparecido nunca.

La mutación es un proceso lleno de incertidumbres.

Por eso destacados científicos del siglo XX decían que «Dios juega a los dados».

El azar tiene sus reglas.

El más simple juego de azar, como tirar una moneda al aire apostando sobre si sale cara o sale cruz, genera una gran incertidumbre sobre su resultado.

La teoría de la probabilidad nos dice que si la moneda no está trucada podemos esperar ganar la mitad de las veces.

Pero no pude asegurarnos que acertaremos apostando a que saldrá cruz en el siguiente lanzamiento.

Es más, imaginemos que para tener mayor probabilidad de ganar jugamos con una moneda trucada en la que, por ejemplo, la cruz sale 10 veces más que la cara.

La probabilidad de ganar apostando a que sale cruz es 10 veces mayor, pero en una apuesta a una sola tirada incluso un incauto que apueste a cara en contra de las probabilidades amañadas de semejante moneda trucada, puede ganar.

Aplicado a la vida real

Al igual que la ciencia no nos puede decir con total seguridad quién ganará en una apuesta a cara o cruz (ni siquiera con una moneda trucada), tampoco puede asegurarnos con total certeza cómo será la próxima variante de SARS-CoV-2 que aparezca.

El azar ligado a este proceso hace que nuestra previsión tenga un elevado grado de incertidumbre.

Pero la ciencia nos permite trucar la moneda de manera que tengamos las mayores probabilidades de ganar.

Y para ello tenemos que intentar que se produzca el menor número de mutaciones posible en la población de SARS-CoV-2.

No da igual: a menos virus, menos mutaciones y menos peligro

Ya hemos escrito que durante la replicación del ARN del coronavirus se cometen errores al azar que originan mutaciones a una tasa aproximada de 1 de cada 100.000.

Y aunque la mayoría de estas mutaciones son perjudiciales o no sirven para nada…

– Alguna de ellas podría permitir, por ejemplo, que el virus sea resistente a un fármaco antiviral que todavía no está inventado.

– También podría dar lugar a un mutante de escape a las vacunas.

– O producir una cepa muy infectiva pero casi nada dañina.

– O una cepa muy infectiva y extremadamente dañina que al principio no de síntomas pero que después de varios días o semanas sea a menudo letal.

Lo único seguro es que si se replican pocos virus es improbable que se originen nuevas mutaciones.

Pero si dejamos que se repliquen muchos, aparecerá una enorme cantidad de mutaciones.

La acumulación de varias de ellas es lo que podría dar lugar a una cepa con efectos desastrosos.

Por eso toda estrategia que no contemple la reducción del número de coronavirus que se están reproduciendo implica dejar en manos de la suerte que las cosas salgan bien o rematadamente mal.

Como estas mutaciones pueden aparecer, o no, en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo, no deberíamos comprar muchos boletos para esta lotería insensata.