Jordi Maranges es único. Eso ya le convierte en noticia hoy, cuando todo está hipermultiplicado e hiperserializado. Este mallorquín se inventó El Diablo en el Ojo en milnovecientosnoventaytantos, una maravilla de personalidad que se convirtió en culto. Llenaban los locales donde actuaban y celebraron jornadas míticas, como aquel concierto en el cine-teatro Rialto de la calle San Felio, un espacio ya desaparecido, posteriormente especulado y después vulgarizado. Tras aquellos tiempos, no pudo seguir mirando a la cara del hijo-monstruo, aunque él añade que en la misma Mallorca también veía un monstruo. Se instaló en Barcelona, útero confortable para algunos, coño insufrible para otros. Y siguió creando maravillas: vino El piano ardiendo, vinieron Jacques Casanova & the Dandys y ahora ha vuelto a la isla como, simplemente, Jordi Maranges. Con ese nombre ha editado El baile de los cangrejos (Manlay, 2010), un disco en su línea habitual: envidiable. Ahora quiere hacer cabaret, performance y transformismo enhebrado con canciones clásicas (Porter, Vian, Weill), para lo que se hace acompañar tan solo de un pianista: primero fue Sasai, luego Valentín (¡un auténtico gitano de Transilvania!), dos músicos ideales no por técnica (que la hay sobrada), sino por sentido del gusto. Ha actuado todos los sábados de julio en el Jazz Voyeur de La Lonja (hoy es el último bolo: ¡corred!), y anuncia que en otoño habrá más y mejor. Sin novedad, por tanto.

-Solo hay dos tipos de artistas: los que se crean un personaje y los que no. Contigo no lo tengo claro: ¿has ido cambiando de personaje o siempre has sido Jordi Maranges?

-No creo que haya tenido nunca un personaje, aunque eso es lo interesante: saber si Robert Smith o Marilyn Manson son reales o no. La identidad no es algo puro. Tal vez con Jacques Casanova hubo una intención de crearlo, un dandy del siglo XIX y su estética, pero no iba por la calle bebiendo absenta. Aunque eso me está dando ideas… Pero vamos, que personaje, no: es un trabajo y un arte.

-Te hago la misma pregunta de otra manera, que es algo que siempre le he querido preguntar a Nick Cave: ¿has vivido todo lo que cantas?

-Obviamente, sí; obviamente, no. Sí porque entiendo que la idea de experiencia puede ser real pero también imaginada. En el show que hago ahora canto Fais-moi mal, Johnny, de Boris Vian, que habla de una relación sadomaso, canción que por cierto ahora sería imposible de hacer. Nunca he tenido una relación de ese tipo, pero la entiendo y la visualizo perfectamente.

-Y ahora dices que persigues a un ruso.

-¡Ja, ja! Sí, Melnichenko es un millonario ruso que le hace la competencia a Abramovich por tener el yate más grande, con el que fondeó por Mallorca. Es un tipo que ha pagado millones a estrellas como Jennifer López, George Michael o Christina Aguilera para que actúen en sus fiestas privadas, y todas se postran. Me encanta esa relación música-mafia. Y como quiero que me contrate, hago versiones de los artistas que él contrata. Por eso canto Woman in love de Barbra Streisand, que melódicamente se parece mucho al Oops! I did it again de Britney Spears.

-Nunca habías hecho tantas versiones en tu show. ¿Por qué ahora?

-El proyecto nació de forma muy básica, casi sin concepto. De hecho, en otoño quiero hacerlo más conceptual, trabajar con lo kitsch de masas. Ahora mismo no me interesa el ciclo normal de artista de rock: tocar, grabar, tocar… Quiero un show de cabaret, transformismo, ambigüedad sexual, muy estético.

-Cantas temas muy exigentes para un vocalista, como Anything goes

-Sí, aunque en los primeros conciertos con Sasai hacíamos canciones más complejas. Ahora seguimos haciendo temas como Over the rainbow de Judy Garland, pero realmente para una tesitura como la mía no es tan difícil. Sería más complicado para una mujer, por ejemplo por las subidas que tendría que hacer.

-Haces una versión extraordinaria de Alabama Song

-La versión original de Weill va por ahí, y los Doors la llevaron al rock. La original tiene ese punto marcial que nosotros hemos aumentado y dotado de algunos matices. En realidad no hemos tenido que hacer mucho trabajo con ella, simplemente ampliar los elementos que funcionan en escena.

-¿Qué es lo próximo que vas a hacer?

-En el Jazz Voyeur hemos estado a gusto, pero lo primero es buscar un espacio más grande para poder trabajar la escenografía y tocar nosotros solos, sin gente detrás.

-Con El Diablo en el Ojo conseguiste algo muy difícil de hacer en Mallorca: crear un culto, un volumen de seguidores que llenaba los locales cuando tocabais. ¿Tienes la sensación de que tienes que volver a andar lo andado y volver a crearlo?

-Satellites también lo hizo, y creo que más grande que nosotros. Pero precisamente por lo que decía antes de que no quiero meterme en esa dinámica del rock, no me interesa buscarlo, ni tampoco repetir un camino que ya he hecho.

-Volviste de Barcelona: ¿derrota o hastío? Dicen que cuesta mucho entrar en esa ciudad.

-No es que no me hayan dejado entrar, es que yo pongo muchas dificultades. Y también había hastío. Conseguí establecerme, tocar regularmente, pero acabé hasta las narices. ¡Lo mismo que de Mallorca! Después estuve tres meses en Berlín tratando de conseguir perspectiva, y vi claramente que no quería volver a Barcelona, que sería un paso atrás. Además, la ciudad ya no es tan excitante como podía ser hace unos años.

-Cuando supe que estabas en Berlín pensé que te quedarías allí: dicen que es un centro cultural y de creación enorme. Y una ciudad barata para vivir.

-Lo pensé, pero ya no es una ciudad barata. Y el tema del trabajo tampoco es tan sencillo. Por lo que dicen, hace cinco años la ciudad era la bomba. Pero lo importante es que allí descubrí a Cora Frost, una artista genial de cabaret. Tras ver varios de sus shows vi lo conceptual de ese tipo de espectáculo que no es solo un concierto, y empecé a comprender en concreto la idea abstracta que yo tenía en mente. Tenemos un proyecto pendiente, pero de momento está algo aparcado. Ahora mismo estoy venciendo prejuicios, como cantar sobre bases programadas, cosa que nunca creí que haría. Pero rompes con esa reticencia y te sorprendes al verte cómodo. ¡Es como una salida del armario!

-Sobre cómo están las cosas hoy en día: si haces un par de canciones resultonas, bebes y te drogas a destajo, te convertirás en un icono mundial. ¿A qué esperas?

-No es tan matemático. Hay muchos factores, tantas casualidades como causalidades. Y sobre todo está la actitud: el deseo auténtico que es lo que hace que se cumpla. Y eso es un trabajo, que es lo que hablábamos antes. Madonna, por ejemplo, no es solo una cantante: es una artista poliédrica, una performer heterodoxa.

-¿Quién es el dueño del mercado aparte de Lady Gaga?

-No es ella. Lo digo en mi show: creo en el poder y la presencia de los Iluminati. La realidad es mucho peor que Lady Gaga: Satán existe y es David Guetta.

¿SGAE no o SGAE tampoco?

-SGAE como está ahora, desde luego que no. Pero sí debe existir una empresa, no sé si pública o privada, que vele por los derechos de los artistas. Porque tampoco veo claro la opción copyleft, que todo lo cultural sea gratis… Y los artistas, ¿de qué comen? No sé si todo el lío tiene que ver con la idiosincrasia española de la picaresca. Si un médico cobra por su trabajo, nosotros también debemos hacerlo. Es todo muy contradictorio.