Andrea Motis Band

A. Motis (voz y trompeta), Joan Chamorro (contrabajo), Ignasi Terraza (piano), Josep Traver (guitarra), Esteve Pi (batería), Sergio Krakowski (pandeiro), Fernando de Papa (cavaquinho), Matthieu Guillemont (guitarra), Gabriel Amargant (clarinete y saxo tenor) y Christoph Mallinger (violín).

Festival Alternatilla Jazz. Teatre Principal de Palma, jueves 21 de noviembre. Aforo: lleno (803 plazas).

Tres estrellas y tres cuartos sobre cinco.

MANDÍBULA

Es una perogrullada decir que la canción que abre un concierto es una declaración de intenciones, pero en el caso de Andrea Motis, que arrancó tan solo acompañada de un guitarrista y de su trompeta, la enunciación se convirtió en evidencia. La jovencísima catalana ha recibido varapalos desde la crítica de fiabilidad indeleble por lo suavón de sus músicas y sobre todo sus interpretaciones, por su propuesta no distintivamente individual sino universal, en el sentido de accesible para la gran mayoría de público, siempre por lógica irrebatible poco curtido de tímpano, pues la sensibilidad y el criterio hay que trabajárselos con insistencia, como un paladar ante un vino o un beso sincero ante una decepción. Pero había un nuevo factor fundamental en la ecuación: Brasil, el hilo conductor de Do outro lado do azul, su octavo y postrer álbum.

La voz de Motis es límpida, nítida, hermosa, tersa, agraciada. Se empeñan en vincularla a la de Billie Holiday, cuando su registro y sobre todo su emotividad anda por Saturno cuando la de Motis suena en la Tierra, muchísimo más cercana a la amabilidad vocal de Ella Fitzgerald. Es cierto que cuando requiere desgarrarse no convence, pero lo oído en el Principal casi desarmó: qué bien enguanta con el feeling carioca, de cariz melódico, luminoso, y cuyos aires entristecidos se alcanzan por medio de la belleza y no del desgarro. No es incompatible afirmar que sus interpretaciones no fueron apoteósicas pero sí maravillosas, sobre todo en los tempos taimados, donde hubo hechizo.

Menciones necesarias: uno, Terraza, ciego y pianista mayestático, propietario de las mayores cuotas autorales de la velada. Dos, Krakowski, el Satisfyer de la pandereta, inmensamente asombroso en su capacidad de contarnos tanto con un instrumento se supone que intrascendente (¡con solos de casi cuatro minutos!). Y tres, lo engrandecido de la trompeta de Motis. Dinámica porque evocó a Benny Carter, y tan delicada que juro haber visto asomar la mandíbula destrozada y apenada de Chet Baker por la campana de esa trompeta.