Una conversación con Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) es un compendio de sus principios como artista: hay tanto reflexión y densidad como humor y autenticidad. Ha dedicado su vida entera al arte en el que cree, y no ha querido anestesiarse regodeándose en sus logros, pioneros en la creación conceptual y en la performance. Ni siquiera cuando recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2008. Ha venido a Palma a presentar En cuatro movimientos, una selección de 113 obras, realizadas entre 1981 y 2011, que ella se niega a calificar de autobiográficas o retrospectivas, sino como su interpretación del arte y del mundo a través de cuatro conceptos habituales en su trabajo: tiempo, repetición, infinito y presencia. La exposición puede verse en Es Baluard hasta el 22 de abril. Es una coproducción junto a Acción Cultural Española (AC/E), la Fundación Artium de Álava y el Centro Galego de Arte Contemporánea.

Víctor M. Conejo / M. Elena Vallés.

-Se ha llamado performance

-Es como con la anarquía: es lo que es, interesante e inteligente, pero también el concepto estúpido que propone el poder porque no quiere que la gente lo adopte. Con la performance sucede lo mismo: lo llaman así cuando no entienden algo. A mí me da lo mismo. No he nacido para defenderla.

-No existe la asignatura de performance

-¡Mejor que no exista! Puede hacerla cualquier persona.

-¿Hasta Lady Gaga?

-Sí, aunque así es de mediocre. La acción, palabra que me gusta más, consiste en inventártela y hacerla lo mejor que puedas. Tú te inventas la disciplina y la técnica, si la necesitas. Pero con honestidad artística. Y luego la llevas hasta donde quieras. Siempre he dicho que es el arte más democrático que existe. Lo que más me gusta es hacer una acción y que la gente diga “¿esto qué es; con qué se come; qué está haciendo esta mujer tan ridícula, tan vieja?”, porque me demuestra que el arte sigue evolucionando y que soy capaz de pensar algo interesante.

-El público cambia y no reacciona ante los mismos estímulos. ¿Ha cambiado usted sus recursos, su técnica, sus objetivos?

-Nunca pienso en el público, y no he adaptado nunca nada. Como dijo Unamuno: “Que inventen ellos”. En la época franquista hacía una performance llamada Profilaxis, en la que me metía el dedo en la nariz y me limpiaba todos los orificios de mi cuerpo. Todo el mundo hacía una lectura política inmediata. Ahora lo hago, y el público hace una lectura completamente diferente. La situación política y social condiciona la lectura de la obra.

-¿Está vigente hoy desnudarse en una acción?

-Se le da demasiada importancia al vestirse y desvestirse. Sigue siendo una revolución que te vean el culo. Me desnudo por militancia. Una mujer tiene que ser perfecta, guapa y tener siempre 20 años, y yo con 74 años me doy el derecho como mujer a ir como quiero.

-¿Cuánto compartían las teorías de ZAJ [colectivo pionero en el arte conceptual al que perteneció Ferrer] y Fluxus?

-Nosotros nunca formamos parte de Fluxus. A ZAJ lo llamaron el “Fluxus español”, y nosotros contestamos que no, que Fluxus era el ZAJ americano. Aunque todos estamos bajo la influencia de John Cage, evidentemente. Me invitan muchas veces, y participo, pero no como Fluxus. Sobre la teoría, prefiero que cada uno se haga la suya propia. Tengo la mía, válida solo para mí.

-Conoció personalmente a Cage. ¿Cómo le recuerda?

-Le conocí en 1973, cuando nos organizó una gira por EE UU. Vivía con [el bailarín y coreógrafo] Merce Cunningham, y ambos trabajaban en el estudio de este en Nueva York, un espacio enorme y precioso al que invitaban a los artistas. También fuimos de los pocos artistas europeos que en aquella época se presentaron en The Kitchen, la catedral underground y del arte. Cage me influenció como a la mayor parte del mundo de la acción. De él he aprendido, entre otras cosas, a saber lo que es la música y a escuchar los ruidos de este mundo. Abrió mis posibilidades de percepción del sonido.

-¿No se planteó trabajar más con danza y música, o traerse algunas de aquellas ideas rompedoras a España?

-No. Tengo mis influencias, aunque una no se dé cuenta, pero yo lo saco todo de mi cabeza.

-Dice trabajar mejor con pocos medios, y que lo ideal es hacerlo solo con su cuerpo.

-Busco acciones en las que no necesite nada y pueda hacerlas en cualquier espacio con un material que pueda conseguir en cualquier parte.

-Imposible imaginar a un artista más lejos del divismo.

-Si tuviera unas tetas y un culo esplendorosos, a lo mejor me creía una diva.

-¿Le molesta el culto al artista, a veces promovido por el propio artista, como Damien Hirst o Miquel Barceló?

-Lo soporto muy mal. Pienso siempre que el artista en cuestión debe pensar que soy idiota. Me siento ofendida. Pienso, “¿cree que me lo voy a creer?”. Me gusta pasar desapercibida y que me dejen trabajar en paz.

-¿Crea para el público o para sí misma?

-Para mí. Lo repito cincuenta veces. Si sirviéndome a mí, sirve a otros, ¡maravilloso! Aunque como feminista, tengo mis compromisos. Ante un hecho social o político que sientes que no se puede dejar pasar, haces el llamado arte comprometido. Eso, si tienes una buena idea. Si no la tengo, me limito a ir a la manifestación correspondiente, como todo el mundo.

-Tras la concesión del Nacional de Artes Plásticas en 2008 se definió “anarquista, feminista, sin dios ni patrón ni nacionalidad”. Dada la mayoría conservadora actual, ¿no quiere pensárselo dos veces?

-Sigo en lo mismo. Y que ellos sigan con su mayoría.

-¿En qué país se está haciendo la mejor performance

-Hay artistas buenos y malos en todas partes. No hay monopolio.

-Muchos artistas veteranos, preguntados sobre sus gustos, afirman seguir inspirados por lo que descubrieron en sus inicios. ¿Le sucede lo mismo o procura estar al tanto de la actualidad?

-Aunque haga un cierto arte definido como “conceptual”, me gusta cualquier tipo de arte. Hasta el arte malo. Me gusta hasta el pintor de domingo, el que desconecta de la presión de su trabajo pintando en su casa. Me interesa verlo todo, pasearme por el arte como un no man’s land.

-Ha trabajado usted mucho sobre los conceptos de tiempo e infinito, memoria y olvido. ¿Envejecer es injusto?

-¡Es horroroso! Debería estar prohibido. Es inevitable, pero es una jodienda. Aunque la alternativa, ser inmortal, tampoco me parece conceptualmente apasionante. Me gustaría poder transformarme en un neutrino o en una ameba, algo que se pasee por los multiversos [término que prefiere a “universos”] que, parece, están por el mundo. Me fascina la idea de que la muerte supone una transformación de una materia en otra. En tu cuerpo y en una piedra están los mismos elementos, pero combinados de diferente manera. El neutrino no interviene en los elementos: los atraviesa. Imagínate que tu cuerpo se transforme en una materia que pueda viajar por el universo, que también sería perecedera. Muere y se transforma en otra cosa. Pero morir sin saber por qué estamos aquí es sádico.

-Si se confirman algunas de las teorías que modificarían el concepto “clásico” de tiempo y espacio, ¿le desmontaría su corpus teórico?

-¡Todo lo contrario! Me encantaría. Dicen que el universo es pura matemática, y cuando trabajas con los números primos y con Pi, tienes la sensación de que todo corresponde a algo en el universo, que no hay nada irracional. Es una sensación que no puedo explicar. Por eso trabajo con números, porque te conecta con algo que no sabes lo que es, pero que sientes que funciona.

-En una de sus instalaciones, usted pregunta al público por qué quiere ser inmortal. ¿Usted no quiere serlo?

-Como decía, quiero transformarme en algo, que es una forma de inmortalidad. Una transformación de la materia, no un mito. El problema es que no tengo medios para hacer una instalación en la que convertirme en un neutrino.