Poner en valor la obra de nuestros escritores

Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

El amplio reportaje sobre el legado de Juan Marsé de la pasada semana en el suplemento ABRIL provocó un interés en el mundo editorial español por encima de lo normal. Era lógico. Primero, porque los libros del escritor barcelonés se enmarca en la gran literatura del siglo XX, con una aceptación de lectura y simpatía excepcional. Segundo, porque cualquier tema que trate de la continuación de la obra de un escritor fallecido capta la atención, a veces por saber más de su literatura y, otras, por cierto morbo. Para qué nos vamos a engañar.

El mensaje llegó a su destino. Y no tanto por el Ministerio de Cultura, donde el ministro Miquel Iceta ya había mantenido reuniones, en concreto con la hija del escritor, para interesarse por su obra. La nuestra era una reflexión más general. Esa era la intención: que las instituciones culturales, en cualquiera de sus competencias, comiencen a mostrarse abiertas a trabajar con los herederos, a través de fundaciones o no, para poner en valor la vida y la obra del creador. Y no sólo eso, también ayudar a organizar para que los investigadores puedan seguir actualizando y, por lo tanto, llenando otra vez de vida los manuscritos y el pensamiento de esos autores.

Estamos en un país donde se le da una excesiva importancia al lugar en el que pueda quedar la obra. En tiempos donde las redes sociales, en concreto, y la tecnología, en general, deja anticuado la necesidad de cercanía, no debería ser lo más importante. En eso la política debería ser generosa. Gana quien más sensibilidad pueda tener para poner en valor toda la obra. En el caso de Juan Marsé, por supuesto que tendría sentido que sus manuscritos, dibujos, reflexiones y detalles se quedaran en Barcelona. De hecho, la propia ciudad siempre fue uno de sus personajes. Pero no es lo más importante. O, al menos, sería un error partir de esa única premisa. Se trata de sumar. 

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