Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MÚSICA

Fulgor, demonios en lucha y resurrección de Coque Malla

Aventuras del músico que, tras tocar el cielo a los 19 años, inició una larga travesía del desierto hasta renacer hace una década

Coque Malla. EL PERIÓDICO

Debió de ser hacia finales de los 80. Adiós papá arrasaba y a Coque Malla, que la había cantado cientos de veces, le gustaba embromar a sus amigos. Se hacía el zombi pasado de todo, ojos extraviados y voz cavernosa, y decía: “¿Te acuerdas de miií? ¡Yo soy el de adiós papaaá!”. La anécdota la cuenta Arancha Moreno en su espléndido Coque Malla. Sueños, gigantes y astronautas (Efe Eme), una biografía musical nacida de largas conversaciones con el músico y con decenas de personas más.

Poco después de aquello, la gente dejó de ir a los conciertos de Los Ronaldos. Hacían buenos discos, ampliaban su raíz rocanrolera y stoniana (Beatles, soul, funk, latino) pero el público no respondía. En el “mainstream” mandaba el rock-folk de Celtas cortos y luego el rock latino de Los Rodríguez. En el rock esencial, la bomba Nirvana estalló en 1991, un manto “indie” cubrió España y las bandas cantaban en inglés. Eran los tiempos del “Xixón sound”.

“Los Ronaldos” se separaron en el 97, año en el que Dover vendió 800.000 copias de Devil come to me, y Coque Malla, que con 28 años llevaba ya más de una década en las tablas, inició una larga travesía del desierto en busca de su identidad personal y musical.

Malla había hecho su primer bolo con “Los Ronaldos” en enero de 1986, con 16 años, y en noviembre, con apenas 17, el grupo ya tenía su primer LP. Les alababan un potente directo, un cantante que se comía el escenario con un fraseo impecable, y unas letras frescas y directas que admitían interpretaciones. Un año después, Por las noches y Adiós papá sonaban sin tregua y el LP iba por 120.000 copias. Epígonos de la movida, parecían un cohete. Y de repente, dejaron de ser negocio.

Se ve claro a distancia, no en el momento. La banda, que al cuarteto sumó tres saxos y un teclado, se fue a Inglaterra a grabar un tercer disco, Sabor Salado, producido por John Cale. No funcionó. El viola de la Velvet no era el más indicado para meter dosis de Prince y ritmo latino en su cóctel. El cuarto, Cero es una pequeña joya conceptual, su Sargent Pepper’s, pero la torpeza analógica de los ingenieros de la época lo asfixió. Eso sí, en temas como Árboles cruzados o Así no se vive bien late ya la esencia del ataque vocal del Malla maduro. Idiota y el directo Quiero que estemos cerca fueron el canto del cisne.

Por la época de Cero, Coque Malla había iniciado una carrera de actor. Viene de familia de teatreros y desde pequeño es un consumado bailarín de claqué. Pero tras una corta carrera, culminada con sus papeles protagonistas en Todo es mentira y en El efecto mariposa, lo deja en 1998. O te concentras en ser actor o te concentras en ser músico, resumió muchos años después.

Malla ha tenido siempre claro que él es músico. Lo duro fue que, tras la separación de 1997, tardó once años en dar forma a una obra mayor. No le costó mucho encontrar discográfica para Soy un astronauta más (1999), que refleja una personalidad en profunda crisis: “Soy un astronauta más / Pero voy sin nave / una mujer me la robó / una mujer sin llave”. Era un desnudo estupendo, sí, pero el público pasó del porno.

De modo que se tiró cinco años haciendo garitos con otro guitarrista. Bolos de esos en los que la gente no escucha. Sin embargo, en esas actuaciones madura su relación con la guitarra y con su propia voz, crece el músico. Y brotan canciones. En 2004, graba Sueños. Onírico de punta a cabo, es su hijo más minimalista y desgarrador. Una pieza soberbia que no le pone en el mapa. Hoy sólo se encuentra en su web, pero a él le indicó la salida del túnel.

Hacia 2005, “Los Ronaldos” vuelven a la carretera. Ahora son una banda madura, que borda su repertorio, aunque le falte cierto descaro juvenil. Al estudio solo irán a grabar el EP Cuatro canciones. Entre ellas figura No puedo vivir sin ti, que se revelará crucial para Malla. Es la más reproducida en Spotify (17,1 millones), muy por delante de Adiós papá (5,4).

“Los Ronaldos” lo dejaron en 2008. Malla ya no estaba en guerra con el mundo y había ido componiendo una colección de canciones increíbles que, por primera vez, podrá llevar al estudio con libertad, experiencia y, en plena era digital, con medios para que cuerdas y vientos no suenen a lata de sardinas.

Es La hora de los gigantes. En sus surcos hay roncanrol (She ’s my baby, Abróchate), pero también un nuevo Malla, reposado, que se toma tiempo para desarrollar el tema y si llega el caso (Hasta el final) rasgarlo a guitarrazos. La cumbre de la nueva forma es Berlín, cuya letra también respira el ánimo que le impulsa: “Hoy voy a empezar a construir / la casa donde estaré / para toda la vida”. Por fin, Coque Malla, a los 40 años, ha hecho el disco que buscaba. De remate, IKEA elige en 2010 No puedo vivir sin ti para un anuncio. Eso sí que es estar en el mapa, y la discográfica reedita La hora… con bonus acústicos.

Pero aún no había llegado la hora del final feliz. La buena acogida no da para una promoción con toda la banda. Toca, pues, una promoción acústica que, junto a una ruptura sentimental, desemboca en que el analógico Termonuclear sea de nuevo un disco de crisis, conceptual, minimalista, de menor repercusión. No obstante, para Malla, es lo mejor que ha hecho: “Tiene una profundidad que no tiene ninguno de mis discos”. Tal vez porque aporta dos innovaciones: canta en un tono más grave, que amplía su registro, y ha descubierto a The Divine Comedy, que le incita a trabajar con más capas sonoras.

Se atisba ya el camino a El último hombre en la tierra, la obra cumbre. Un camino bífido. Por un lado, las grabaciones en directo que lo preceden: Termonuclear en casa de Coque Malla, Mujeres, Rubén Blades y un tributo al Transformer de Lou Reed con The Satellites, banda formada exprofeso. Por otro la composición de música para el cine. Armado con ese arsenal, Malla aborda El último hombre..., un disco con un gran trabajo de metal y cuerda donde logra la mejor fusión de su alma rockera con lo melódico. La señal o Me dejó marchar son hitos de un volumen sin mácula en el que confluyen sus continuas búsquedas musicales y de identidad.

Un disco que, en unión del arropadísimo directo Irrepetible (2018), completa la resurrección del inconformista y perfeccionista Coque Malla hasta dejarlo, ya al borde de los 50 años, tan en paz con su trayectoria y sus orígenes como para incluir en el listado del “live” un tema de “Los Ronaldos”. Fue Guárdalo, del primer LP, y lo hizo con Dani Martin, al parecer el mayor especialista en aquel grupo sobre el que Jorge Ilegales recordaba, no hace mucho, cuánto celebró su salto a la pista de 1987 después de toda “la plasta de la movida”.

Compartir el artículo

stats