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REEDICIÓN

Radiografía del nazi ordinario

En Creían que eran libres, Milton Mayer intentó averiguar por qué los alemanes se dejaron engañar por Hitler

Milton Mayer. GATOPARDO EDICIONES

Hitler tiene demasiadas connotaciones negativas para usarlo como comparación a no ser que la figura comparable sea la de otro tirano despótico y monstruoso que se le pueda aproximar, y en Europa solo se me ocurre Stalin. Un corolario de la Ley de Godwin, que determina este tipo de analogías, es que la persona que establece la comparación pierde el argumento. Aun así la reductio ad Hitlerum es uno de los recursos retóricos más usados en cualquier discusión colectiva, porque Hitler es también uno de los pocos seres humanos sobre los que casi todos podemos ponernos de acuerdo en que encarna el mal en estado puro. Pero si el Führer era la encarnación indiscutible de ese mal ¿cómo es que engañó al pueblo alemán, uno de los más avanzados intelectualmente, para hacer de él al gobernante supremo entre los de su condición? ¿O es que de un modo más siniestro fue el pueblo alemán lo suficientemente malvado para ver en Hitler la personificación nacional?

Sobre ello intenta arrojar luz el clásico de 1955 del periodista y pedagogo estadounidense Milton Mayer Creían que eran libres. Recientemente reeditado con un epílogo del historiador de Cambridge Richard J. Evans, fue uno de los primeros relatos de la vida ordinaria bajo el nazismo. Salpicado de humor y escrito con un toque aparentemente ligero, proporciona un contraste algo discordante con las devastadoras e inconclusas memorias de 1939 de Sebastian Haffner (Historia de un alemán), fruto de un testimonio directo del ascenso de Hitler. O de la perspectiva mucho más amplia de Konrad Jarausch en Broken Lives, un esfuerzo impagable por reconstruir la experiencia de los alemanes a lo largo de todo el siglo XX. Aunque es cierto que hay algo que une a los tres libros: no se centran en analizar el papel de las figuras históricas que tomaron decisiones transformadoras, sino que exploran cómo la gente común intentó sortear con sus vidas unas condiciones terribles y una situación extremadamente convulsa y peligrosa.

Periodista estadounidense de ascendencia alemana, Mayer era una especie de ácrata, objetor de la guerra y partidario de que el individuo hiciese valer sus derechos ante un Estado investido de poderes excesivos. Intentó reunirse con Hitler en 1935. Fracasó, pero viajó mucho por la Alemania nazi. Asombrado al descubrir un movimiento de masas en lugar de simplemente la tiranía de unos cuantos seres diabólicos, concluyó que su verdadero interés no estaba en el Führer sino en las personas corrientes, a quienes les había sucedido algo que no les había pasado a él ni a sus compatriotas americanos. En 1951, regresó a Alemania para vivir con su familia durante un año en una pequeña comunidad cercana a Fráncfort y tratar de averiguar qué había hecho posible el nazismo. En “Creían que eran libres”, decidió centrarse en diez personas, diferentes en muchos aspectos pero con una característica común: todas habían pertenecido al Partido Nazi.

Aceptaron hablar y colaborar, confiando en que su explicación permitiría a sus compatriotas y al resto del mundo comprender a Alemania. Mayer respetó sus opiniones y actuó de manera sincera en casi todo lo demás. Pero les ocultó que era judío.

MILTON MAYER. Creían que eran libres. Traducción de María Antonia de Miquel. Gatopardo, 424 páginas, 23,27 €.

MILTON MAYER. Creían que eran libres. Traducción de María Antonia de Miquel. Gatopardo, 424 páginas, 23,27 €.

A finales de la década de 1930, los entrevistados del libro trabajaban como ebanista, conserje, soldado, gerente administrativo de una oficina, panadero, cobrador, sastre, inspector, profesor de secundaria y oficial de policía. Todos hombres, ninguno de ellos ocupó posiciones de liderazgo o influencia. Se referían a sí mismos como “gente pequeña” y todos vivían en la misma pequeña ciudad universitaria a orillas del río Lahn, no lejos de Fráncfort. Mayer habló con ellos a lo largo de un año, fueron encuentros informales: cafés, comidas y veladas largas. Se hizo amigo de cada uno. Reconoció sorprendido que no pudo evitarlo. Aquellos nazis, gente común, podían llegar a ser irónicos, divertidos y autocríticos. La mayoría se reía de un chiste que circulaba en la Alemania que vivieron: “¿Qué es un ario? Un ario es un hombre alto como Hitler, rubio como Goebbels y ágil como Göring”. Actuaban con indiferencia frente al antisemitismo. En realidad, y antes de que tuvieran tiempo para darse cuenta de lo que habían apoyado en silencio, no encontraban razones para sentirse descontentos. El nazismo había mejorado las cosas para aquella gente corriente entrevistada por Mayer, no únicamente por haber restaurado parte del orgullo nacional perdido, sino porque mejoraba sus vidas diarias. Tenían trabajos y mejores viviendas. Podían disfrutar de vacaciones en Noruega o España a través de los programas de ocio emprendidos por el III Reich. Menos personas sufrían hambre o frío, y los enfermos recibían mejor tratamiento que en la República de Weimar. Eran “las bendiciones del Nuevo Orden”. A la mayoría de ellos jamás les habían importado otras cosas fundamentales fuera del transcurrir de sus simples vidas. El nazismo, por contra, les llevó a creerse gente decente, preocupada por las maquinaciones de los “enemigos nacionales”, fuera y dentro. Y, por supuesto, no tenían tiempo para reflexionar sobre el espanto que crecía, poco a poco, a su alrededor. Inconscientemente, estaban agradecidos. ¿Quién quería pensar en un clima social así? En cambio, y en una circunstancia analógica, es contra esa deformación moral contra la que es necesario resistir.

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