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POESÍA

Plantado en tierra del siglo XVII

Armando Roa Vial traduce por primera vez al castellano Homenaje a la

señora Bradstreet, el poema que consagró al estadounidense John Berryman

John Berryman. WIKIPEDIA

Homenaje a la señora Bradstreet es el poema por el que el estadounidense John Berryman (1914-1972) fue saludado como uno de los mejores poetas de su generación, la de Robert Lowell, buen amigo suyo, y Randall Jarrell. No es su debut, pero sí la obra que le granjeó inusitados parabienes de la crítica al publicarse en formato libro en 1956; incluso Edmund Wilson, promotor incansable del modernism, la celebró como “el más distinguido poema largo de un americano desde La tierra baldía”, ignorando como término de comparación –ahí es nada– los también eliotianos Cuatro cuartetos, a los que la quinta de Berryman y Lowell debe más, al menos en sus comienzos, que al gran poema de 1922.

La obra se publicó por primera vez en 1953 en Partisan Review, revista que, nacida para ser altavoz de la izquierda marxista norteamericana, había virado ya por completo, a la altura de la década de 1950, hacia un ferviente antiestalinismo. Y aunque Homenaje a la señora Bradstreet no sea lo que llamamos un poema político (aunque qué poema no lo es, en el fondo), tampoco es ocioso pensar que su primera publicación en una revista de izquierdas (cierto que ya financiada en secreto en ese momento por la CIA) le confiriera, como dice Armando Roa Vial, su primer traductor al castellano, una lectura política; una que entretejiera el incipiente macartismo de esos años con la época en que vivió la “homenajeada” del libro, la poeta Anne Bradstreet, “marcada por el puritanismo, la obsesión por el pecado y la predestinación”, en el escenario de gran riqueza metafórica, represivo y al mismo tiempo libertario, que ofrece la historia del establecimiento de la Colonia de la Bahía de Massachusetts (1630-1691) por calvinistas ingleses tan emprendedores en lo económico como retráctiles en todo lo demás. No hay que olvidar que en ese mismo 1953 Arthur Miller estrenó su drama El crisol, donde a partir de los hechos que desembocaron en los juicios por brujería celebrados en Salem (Massachusetts) en 1692, traza lo que unánimemente se tiene por una alegoría del macartismo.

Anne Bradstreet, por Edmund H. Garrett.

Anne Bradstreet, por Edmund H. Garrett. WIKIPEDIA

Todo ello aflora en mayor o menor medida a las 57 estrofas de ocho versos que componen el poema, que, sin ser la obra más recordada de Berryman (ese mérito corresponde a las Dream Songs, traducidas parcialmente, también por Vaso Roto, en 2019), vale tanto la pena como las cáusticas canciones de Henry, su victimista alter ego en ese decisivo e influyente libro. Nada más lejos de la máscara de Henry, desdoblada y multiforme, plagada de insertos del minstrel (una forma de musical racista típicamente estadounidense), que la Anne Bradstreet que Berryman dibuja en su “Homenaje”, cuya voz, contenida y circunspecta, va entregándonos retazos de su vida, entre apelaciones del poeta al sujeto hablante de su poema, casi siempre para inquirir sobre los motivos de sus acciones o garantizarle la apreciación presente y futura. Se establece así, inevitablemente, un diálogo entre ambos que es la parte más jugosa del poema (estrofas 25 a 39). “Yo también te echo de menos, Anne, / (…) frágil como una niña, / (…) condenada”, le asegura Berryman, para, unos versos después, requerir su ayuda: “Sé atenta ante ese que anda sin trabas, impetuoso & salvaje”.

Homenaje a la señora Bradstreet proporciona al lector abundante estímulo –es decir, reto– para obligarlo a recurrir a fuentes diversas en busca de la clarificación que, en muchos puntos, el texto necesita; pues, aunque Berryman lo hizo acompañar de unas escuetas notas tras su primera publicación, la oscuridad de ciertos pasajes recomendaría una edición crítica. Entre esas fuentes, quizá la única imprescindible –y también la más atractiva– sea la poesía de la propia Bradstreet, una sucinta muestra de la cual puede encontrarse en la antología Poe y otros cuervos (Mono Azul, 2006), en traducción de Antonio Rivero Taravillo.

JOHN BERRYMAN. Homenaje a la señora Bradstreet. Traduc. de Armando Roa Vial. Vaso Roto, 134 páginas, 22 €.

JOHN BERRYMAN. Homenaje a la señora Bradstreet. Traduc. de Armando Roa Vial. Vaso Roto, 134 páginas, 22 €.

Devota, doméstica, cotidiana, intimista, la Anne Bradstreet que escribió poemas como A mi esposo bienamado –que recuerda a Donne tanto por la limpieza de la dicción como por los ditirambos– o el más combativo que estalla: “Odio a los criticones que me dicen / que a mi mano le va más una aguja”, queda transformada por la pluma de Berryman en una mujer piadosa a la que su fe no suministra fuerza suficiente para encajar las pérdidas: “Somos lo que puede aplastar un pulgar” (estrofa 50). O: “Soy un armario que guarda secretos moribundos” (55). Una madre de familia y amante esposa cuya cultura, inusualmente rica en alguien de su sexo a mediados del siglo XVII, la faculta para disentir y protestar, y a la que Berryman, consciente del rol pionero que Bradstreet ostenta en la literatura femenina de su país, utiliza, reflejándose en ella, a fin de denunciar sin hacerlo –pues no hay alegoría– otro clima fanático, el de la Guerra Fría. La operación, de enorme sutileza, no consiste en trasponer elementos de una época a otra –no se juega al anacronismo–, sino en verter la voz de Bradstreet de tal modo que un poeta atormentado por la culpa, y obsesionado con el suicidio, pueda decirse también con ella –e incluso aplacar su sufrimiento con ella– en el arranque de la era Eisenhower. Es perfectamente lógico, entonces, que la forma elegida por Berryman para su homenaje tenga algo de su siglo y algo del de Bradstreet: estrofas de ocho versos (de nueve en la 24 y la 39) que combinan arte mayor y menor, con rimas que siempre dejan algún verso suelto –hasta cuatro en algunos casos– y que a menudo no son plenas, sino difusas, a veces compensando su ausencia con aliteraciones. La traducción, en verso libre y blanco, alterna la literalidad con la paráfrasis “y aun la imitación”, confiesa Roa Vial en su prólogo; pero tiene la ventaja de que no domestica el texto, no intenta enderezar su retorcida sintaxis, sembrada de insertos, pausas y balbuceos, sino que lo mantiene extraño al oído castellano, en un esfuerzo por preservar los rasgos que lo identifican como un vástago del modernism, aunque haya sido plantado en tierra del siglo XVII.

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