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ANÁLISIS

Sheila quiere ser arquitecta

Presentamos dos aproximaciones al mismo texto, realizadas por una lectora atenta (Miró) y por una profesional, profesora de secundaria y de la UIB (Antich)

Aina y Sheila Calvo. ARCHIVO FAMILIAR

Espléndido el título del libro que tengo entre manos. Título y subtítulo reflejan perfectamente el contenido: la dislexia narrada desde esa primera persona de la autora que, alentada por la profesora universitaria que es su tía, conjugan una propuesta impecable.

Presentémoslas: firman el libro Sheila Calvo Fernández de Castro, estudiante de bachillerato y sobrina de Aina –Aina Calvo Sastre–, pedagoga en la UIB y tía de Sheila, esa persona de «energía positiva contagiosa descomunal» como la define Miguel Albero en el epílogo. El libro conjuga textos breves con efectistas dibujos que consiguen un acercamiento muy nítido a la dificultad de aprendizaje que conlleva crecer con dislexia: Como yo lo veo, como yo lo leo narra la Dislexia en primera persona, la que vive Sheila y a quien ha impulsado Aina para que nos muestre cómo «todos somos diferentes y eso es bueno».

Es un libro ameno, que permite diferentes lecturas, apoyado por un prólogo del pedagogo universitario Francisco Imbernón pero también por un epílogo del diplomático y escritor Miguel Albero, en el que Aina Calvo presenta las páginas preparadas por ambas autoras como una «declaración de amor y de guerra»: amor como admiración a quienes saben acompañar el sufrimiento que significa crecer con dislexia –y a quienes se enfrentan a ello directamente–; guerra pacífica contra el inmovilismo por el que todo se sigue haciendo como siempre.

«Dos osadas convenientemente prudentes» han elaborado un material en que a partir de frases cortas extraídas de la reflexión escrita por Sheila Calvo (íntegra al final), acompañadas de emotivos e incitadores dibujos, permiten «reconciliar a Sheila con la palabra escrita tras el destrozo provocado», afirma Aina Calvo, pero fundamentalmente nos muestran a todos los demás, los realmente diferentes, cómo ver el mundo –y especialmente el de la educación en que se desenvuelve la estudiante Sheila– desde los ojos de su dislexia.

Este libro me toca una fibra sensible, que es la de la percepción de la diferencia, y me cuesta centrarlo solo en la dislexia, porque, aunque lo que explica de manera especialmente clara es justamente ese diagnóstico y cómo enfrentarse a él y no a otro, el libro me parece una muestra clara de la necesidad que tenemos de entendernos en las adaptaciones que cada uno podríamos precisar para sacar adelante nuestra propia vida.

Es excelente el recorrido por las sensaciones de la persona disléxica, por el muro contra el que se enfrenta, por esa «teoría de la relatividad» que permite a Sheila poner los pies en el suelo y entender que es «igual que el resto», por la necesidad de tiempo para el juego, por las jerarquías y la necesidad de adaptaciones, por las explicaciones que podríamos no tener que exigir siempre, por una utopía de sistema educativo alternativo, y sobre todo por la lucha sin rendición a que ha sabido enfrentarse. Conociéndose a sí misma, aceptándose, y concediéndonos la lectura de esta preciosidad me pregunto cómo han sido capaces, Sheila y Aina Calvo, de permitirnos entenderlas tan bien.

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