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Qué es cultura

ESCRIBIR | Lectura y escritura son indivisibles: dos caras de la misma moneda

Hay momentos en los que se surge de manera inevitable una cuestión central en la vida y el trabajo de todo escritor: el miedo a no volver a escribir. Para los escritores, las fronteras entre quién se es y el trabajo que se desarrolla bajo la faceta de autor son difusas y llevan con frecuencia a olvidar coordenadas de la propia obra o a cuestionar las razones de la escritura. ¿Qué hacer si esa llama alguna vez se apaga? ¿Quién es un escritor que ya no sabe escribir? ¿Se puede volver a escribir desde esa pregunta?

Pero escribir es la praxis de la duda. Y en el ejercicio continuo de la pregunta, existe la posibilidad de dar con una palabra secreta, con un camino hasta entonces escondido entre la maleza, con un libro que todavía nadie ha escrito. En la certeza no existe la posibilidad de crear mundos infinitos, de dar con una palabra que esclarezca, de tantear en busca de aquello que se esconde secreto y no se revela fácilmente, porque, desde la seguridad, dejamos de buscar. A la escritura le precede la duda, pero esa misma duda también precede al deseo de leer, haciendo que escribir y leer sean indivisibles: dos caras de la misma moneda.

El amor por la lectura empieza con la búsqueda de un libro secreto. Y este es un poder que es incalculable porque pasa desapercibido. La historia de todo libro secreto es la de una niña que está sola, que se pierde en las estanterías de una biblioteca de pueblo, con una pregunta en los labios que aún no acierta a formular. En ese balbuceo de una palabra trémula, la niña busca un libro que no ha leído todavía. Un libro secreto, olvidado, prohibido. ¿Existe ese libro? La niña busca y, mientras, sigue leyendo. ¿Qué duda es necesaria para que alguien lo escriba? Pasan los años, y los libros, y las páginas, y la niña que ya no es una niña sigue buscando y leyendo, en países extranjeros, en idiomas nuevos y traducciones traidoras, busca y lee, no se cansa, sigue haciéndose la misma pregunta: ¿dónde está ese libro? ¿Por qué lo perdí? ¿Quién va a escribirlo?

Al preguntarse “¿quién va a escribir ese libro?”, se está haciendo una promesa a sí misma de la que quizás no se da cuenta: escribirlo. Al desprenderse de la certeza, se da cuenta de que ya leyó alguna vez ese libro. Quizás fue en un sueño en el que pudo entrever una portada, un par de páginas, dos frases, una palabra. Pero ya tiene por dónde empezar. Solo dejándose atrás como autor se puede escribir la historia de ese libro perdido y secreto que todos buscamos, porque en esa sombra interrogante se esconden la llama y el fuego. La escritura, en la duda continua, es el placer del descubrimiento, el de tantear el rostro amado en la penumbra, el de abrir los mundos imposibles que surgen al pasar las primeras páginas de un libro.

Puedo imaginar ahora mismo a una niña leyendo en silencio en la sala vacía de la biblioteca de su ciudad. Aún no se ha dado cuenta del regalo que sostiene entre las manos. Quizás su curiosidad nunca la lleve por los caminos del lenguaje, pero sin darse cuenta ya ha comenzado a escribir su propio libro secreto: ya está buscándolo. A todos esos niños que buscan, feliz Día del Libro. Nunca dejéis de buscar, vuestro libro os espera.

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