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CLÁSICO

Mujercitas, o la búsqueda de la felicidad

Una obra que es mucho más de lo que parece

Mujercitas, o la búsqueda de la felicidad

Cuando Louisa May Alcott publicó la primera parte de Mujercitas en 1868, anticipaba al final del libro que la continuación de la historia dependería de la voluntad de sus lectores. Que el segundo volumen apareciera tan solo un año después da buena cuenta del éxito inmediato de la novela.

Entre los muchos textos clásicos que aparecen referenciados en Mujercitas, los de David Copperfield y Oliver Twist son dos de los que se citan con más frecuencia. Ambas novelas de Dickens pertenecen al grupo de textos canónicos de la novela de aprendizaje y que la crítica ha considerado que abordaban una temática universal. La obra de Louisa May Alcott no ha gozado, a pesar de su popularidad, de tal privilegio crítico. ¿Por qué nadie duda del carácter universal de David Copperfield y sí del carácter universal de Mujercitas? Precisamente por las etiquetas que la obra de Louisa May Alcott ha recibido desde su nacimiento. Aunque es una de las obras más conocidas de la literatura norteamericana –probablemente la más famosa escrita por una mujer–, su posición ha quedado relegada a los márgenes de la literatura, etiquetada como clásico de la literatura infantil o como clásico de la ficción doméstica: literatura sobre mujeres, escrita por mujeres y para mujeres.

Durante varias generaciones, la experiencia que se ha considerado universal ha sido la que se centra en el devenir de protagonistas masculinos. Por eso, la vida de cuatro jóvenes en un pueblo de Massachusetts poco podría importar a quienes han decidido qué es digno de estudiarse como literatura y qué no. A pesar de ello, la obra de Louisa May Alcott ha inspirado a generaciones de mujeres durante décadas y cada nueva adaptación cinematográfica pone de manifiesto la vigencia de la novela, que trasciende el mero valor estético.

Sus personajes principales, las cuatro hermanas March, han sido el espejo en el que se han mirado muchas mujeres y sobre el que deberían leer y aprender muchos hombres, pues en los anhelos de muchas de ellas se perciben los deseos y las opresiones sufridas por el “segundo sexo” a lo largo de la historia. Meg, Jo, Beth y Amy tienen aspiraciones propias y como sujetos pensantes se ven forzadas a cuestionar, gestionar y lidiar, en su paso de la infancia a la edad adulta, con algunas de estas aspiraciones que se truncan a lo largo de la obra por los devenires de la vida: el amor, la muerte y las obligaciones que la sociedad les ha impuesto en su papel de madres, amantes y hermanas. Quizá resulte difícil para un lector del siglo XXI encajar o conectar con el didactismo y la moral puritana que envuelve la obra, pero resulta sencillo, para cualquiera que haya soñado en su juventud, o que haya sido testigo de los afanes de los más jóvenes en la edad adulta, identificarse con los sueños de la pobre familia March y de sus adinerados amigos el Señor Laurence y el joven Laurie. Los mayores detractores de la obra suelen ser quienes se han dejado llevar por las etiquetas que siempre la han acompañado. Pero Mujercitas es algo más. La obra se sustenta en los tres pilares fundacionales de los Estados Unidos: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y en su defensa de estos tres valores se convierte en una novela fundamental para luchar contra los prejuicios de clase y género por medio del amor, la empatía y la amistad.

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