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Ecología

Nacionalismo vegetal

Stefano Mancuso muestra cómo las silenciosas plantas son el verdadero sostén de la vida en el planeta

Stefano Mancuso. YOUTUBE

En las distópicas imágenes de un mundo sin seres humanos todo es verde. Las ciudades están invadidas de vegetación. La maleza recorre las autopistas y árboles de treinta metros dan sombra a trozos inservibles de generadores diésel. Coches eléctricos corroídos y oxidados están atravesados de madreselva y flores silvestres. La vida vegetal ha reventado los frágiles cimientos de hormigón armado. Pues esto no es más que un esbozo de lo que será. Al menos, un futuro posible.

A veces hay que ver para creer. Hace unos años recorrí cuencas hidrográficas contaminadas, en el Amazonas, una zona de bosque tropical tan extensa que influye en el clima global. Un lugar donde el ciclo de precipitación y evaporación son constantes, un emporio de árboles gigantes y biodiversidad rampante, pueblos originarios y pura vida (y empresas oportunistas). Y lo que pasa allí, en el Amazonas es una muestra de lo que hace millones de años que sucede en la Tierra, al menos, en lo referente a la vida. Sí, a veces hay que imaginar para poder percibir. Si fuésemos capaces de imaginar al mundo vegetal como una nación humana nos quedaríamos asombrados.

Este libro del investigador Stefano Mancuso es una simbólica Constitución de la Nación de las Plantas. Y en ocho artículos fundacionales se muestra cómo las silenciosas plantas son el verdadero sostén de la vida en el planeta. Mancuso, científico pionero en el estudio de la neurobiología vegetal es un defensor de la inteligencia de las plantas. Las plantas son el origen de todo. Gracias a su eficiente fotosíntesis, producen todo el oxígeno libre presente en el planeta y toda la energía química que consumen el resto de los seres vivos. Sin plantas es imposible la vida.

Seguimos teniendo acceso a una red global de información que solo usamos para distraernos

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Afanados en urgencias y perspectivas cortoplacistas, aporreados por pandemias y zoonosis, aborregados por redes sociales e ignorantes ‘influencers’, ahogados en antropocentrismo y capitalismo fósil… no somos capaces de ver el bosque global, la trama hiperconectada de la vida. ¿No sería hora de renegar de nacionalidades y aceptar nuestro vínculo con las plantas? Este libro es un vademécum –un manual– para la supervivencia de nuestra especie, esta breve constitución de las plantas, es una invitación anarquista a liberarse del yugo de la individualidad y el tonto egoísmo presumido. Las plantas, silenciosas, humildes y elegantes desplazan el énfasis desde la especie a la comunidad, y ante todo nos ayudan a comprender las reglas que gobiernan la vida.

Estos son los artículos primordiales, los únicos mandamientos que deberían regir la verdadera revolución que muchos esperamos facilitar para sobrevivir a la crisis climática. Estos son los fundamentos de la vida vegetal, donde las plantas nos proponen la revolución más poderosa de todas, la de la vida y la supervivencia…

STEFANO MANCUSO. La Nación de las Plantas. Galaxia Gutemberg, 120 Páginas, 14€.

STEFANO MANCUSO. La Nación de las Plantas. Galaxia Gutemberg, 120 Páginas, 14€.

Art. 1: La Tierra es la casa común de la vida. Su soberanía pertenece a todos los seres vivos.

Art. 2: La Nación de las Plantas reconoce y garantiza los derechos inviolables de las comunidades naturales en cuanto sociedades basadas en las relaciones mutuas entre los organismos que las conforman.

Art. 3: La Nación de las Plantas no reconoce jerarquías animales basadas en la centralización del mando y la concentración de funciones, sino que favorece las democracias vegetales difusas y descentralizadas.

Art. 4: La Nación de las Plantas respeta por igual los derechos de los seres vivos actuales y futuros.

Art. 5: La Nación de las Plantas garantiza el derecho al agua, a la tierra y a la atmósfera limpias.

Art. 6: El consumo de cualquier recurso no renovable queda vetado.

Art. 7: La Nación de las Plantas no conoce fronteras. Todo ser vivo es libre de circular, desplazarse y vivir en ella sin limitación alguna.

Art. 8: La Nación de las Plantas reconoce y promueve el mutuo apoyo entre las comunidades naturales de seres vivos como instrumento de convivencia y de progreso.

Las analogías de Mancuso son necesarias, intrigantes, desafiantes, y dejan patente que nuestra altiva inteligencia no ha valorado como toca la base de la cadena trófica, el punto inicial del sendero de la vida y sobre todo la única esperanza a la que aferrarnos: la fotosíntesis y la cooperación como única estrategia evolutiva crucial.

Mientras, seguimos teniendo acceso a una red global de información que solo usamos para distraernos, quemamos con furiosa indiferencia petróleo con ingeniería obesa e ineficiente, organizamos cumbres anuales –bla bla bla– para ver cómo el CO2 se concentra. Matamos la fertilidad del suelo, calentamos la atmósfera, olvidamos nuestros nexos, nuestras conexiones. Es hora de deconstruir, de aceptar el colapso de nuestra civilización y pasar el timón a las esporas y al polen. Nosotros, debemos ser meros cuidadores y facilitadores de la Nación de las Plantas, ayudar a frenar este desmoronamiento de ecosistemas. Es fácil, basta frenar, ser austeros, más coherentes, más generosos con la red verde que nos sustenta. Nada de agrotóxicos, tolerancia cero a los ecocidios, y basta de esquivar los problemas reales que nos acorralan. Las plantas tienen una inteligencia de enjambre, saben como pautar su metabolismo para consumir menos cuando el ambiente es adverso. Nosotros, generadores de ese ambiente adverso, ya debemos cesar tanta guerra a la vida. La Constitución de las Plantas que Mancuso nos regala nos da una pauta conceptual. Nos rodean peligros diversos: el primero la “visión de túnel” de carbono, reduciendo las emisiones no hacemos mucho, eso es una pieza del rompecabezas. Hay ecotoxicidad, contaminantes atmosféricos, consumo excesivo, desigualdad, escasez de materias primas, eutrofización, pérdida de biodiversidad, pobreza, enfermedades evitables, analfabetismo ambiental, falta de salud, estrés metabólico, crisis del agua, desigualdad, avaricia e ignorancia.

Pero también hay esperanza, una esperanza silenciosa y paciente. Me declaro un siervo y defensor de la nación de las plantas, soy consciente de que el antropocentrismo recalcitrante es cansino, y es hora de sembrar futuro y aceptar que la aparente frágil hierba rompe el asfalto, quiebra la rigidez.

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