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RELECTURAS

Otra memoria

Norman Ohler.

No hay nada más descorazonador que descubrir que la historia, los historiadores, olvidan en demasiadas ocasiones, pero siempre injustamente, a los grandes pequeños protagonistas de la Historia, así con mayúsculas; esas personas que contra corriente, al revés de los que cómodamente se dejaron llevar por las circunstancias, se jugaron vida y existencia, perdiendo ambas en no pocas ocasiones, y que existieron en todos los lugares, en todos los instantes, lucharon sin matar con la sola intención de hacer ver a los demás la injusticia que les rodeaba o en su caso de disminuir sus efectos.

Afortunadamente, no siempre pero de cuando en cuando, salen a flote algunos nobles intentos de que traigamos a la actualidad esos olvidados, de los que poco se habla y menos se escribe. Y de noble puede denominarse la obra de Norman Ohler, en su intento de recordarnos que los primeros que se juramentaron contra la barbarie nazi, no fueron británicos, ni francesas, ni soviéticos, aunque bien se aprovecharon de ellos, sino ciudadanos alemanes de muy diversa condición, desde los que descendían de la más rancia nobleza hasta los que ocupaban puesto de obreros manuales. En su texto titulado Los Infiltrados (Editorial Crítica) intenta llevarnos de la mano por las circunstancias y sentires personales de aquel grupo de primeros resistentes al nazismo, cuando en el resto de la sociedad occidental aún se tenía a Hitler por un gran líder nacional, como es el caso de la Revista Time que denominó en 1938 al Canciller alemán hombre del año. A través de sus líneas el libro desgrana las sensaciones, las angustias, las ansias de aquellos hombres y mujeres desde los inicios de aquella resistencia, primero en forma literaria desde las páginas de la revista Der Gegner (el adversario) de Harro Schulze-Boysen hasta el margo final en la prisión de Plotzensee.

A través de su lectura reviven el propio Harro, su esposa Libertas, pero también los Coppi, los Harnack, los Von Brockdorf, los Guddorf y tantos otros, casi todos torturados, muchos de ellos ejecutados por la soga o por la afilada hoja de la guillotina y unos pocos supervivientes, lo cual quizá fuera conveniente recordar cuando se mete en el mismo saco del nazismo a todos los alemanes, sin mayor distinción. Y como postrera injusticia a todos ellos el conocimiento de que algunos de sus ejecutores tras la guerra pasaron al servicio de los vencedores.

En palabras, citadas en el libro de Ohler, del también resistente Albrecht Hasuhofer, ejecutado en Abril de 1945, en Berlín: “Hay momentos en los que gobierna la locura”. Es entonces cuando son colgadas las mejores cabezas.

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