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Cómic

Una canción para no olvidar

Kirkman lo ha vuelto a hacer. Tras deslumbrarnos con sus muertos vivientes, su refrescante superhéroe juvenil, ‘Invencible’, y el arrollador ‘El poder del fuego’, demuestra de nuevo su talento con Oblivion Song

Una canción para no olvidar

Sinceramente, no las tenía todas conmigo. Pudimos ver los originales de la serie en Angulema, hace dos años. En la muestra que le dedicaron también se incluían las planchas del último episodio de sus zombis, antes de que se publicara en España. En comparación con la limpia narrativa de Adlard, aquella extraña mezcla de ciencia ficción y monstruos resultaba barroca e innecesariamente distorsionada. Las páginas coloreadas tampoco parecían mejorar mucho el conjunto. Así que les aseguro que comencé la lectura de esta nueva fantasía de Kirkman con pocas esperanzas. Pronto me di cuenta de mi error.

Primero en cuanto al grafismo. A pesar de sus caras expresionistas y sus acabados feístas, De Felici es un dibujante como la copa de un pino. Su estética se ajusta como un guante a esta historia de perdedores, sabe imprimir en los rostros de los personajes todas esas penalidades que se supone han padecido, todos cargan con el peso de unas experiencias traumáticas, que se traduce en arrugas y una sensación de cansancio perfectamente dibujadas. Además, el artista es muy grande en el diseño de monstruos, algo fundamental en esta saga. Su narrativa es eficiente y su ritmo trepidante. Y además le acompaña una colorista realmente salvaje, Annalisa Leoni, que reparte las gamas más sorprendentes por las viñetas, saltando de claves muy quebradas a los tonos más saturados y ácidos, «alienígenas», sin despeinarse. Un trabajo tan embriagador como estimulante. En definitiva, el apartado gráfico cumple con creces y se pone al servicio de la brillante propuesta de Kirkman para ofrecernos un comic intenso y sugerente.

El guión parte de un supuesto de serie B. Otra dimensión colisiona con la nuestra y se produce un intercambio. Parte de sus monstruos aterrizan aquí y unos cuantos terrestres se ven trasladados a un planeta lleno de bestias hambrientas. El protagonista es un científico y aventurero que ha encontrado la manera de ir y volver a ese otro espacio y lucha por recuperar a los escasos supervivientes que encuentra. Mientras, la administración se empeña en olvidarlos y, como suele decirse, pasar página. La acción se acelera cuando el héroe se entera de que hay grupos mucho mayores de lo que él suponía todavía vivos y perfectamente adaptados al nuevo planeta. Para él todo este asunto es personal ya que su hermano fue uno de los que desapareció en esa realidad alternativa.

Como acostumbra Kirkman no solo escribe violentas escenas de acción a partir de su sencilla premisa. También profundiza en los problemas psicológicos de quienes pasaron años luchando por su vida en la jungla y ahora han vuelto a la «tranquilidad» del hogar, de los familiares que, después de dar por muertos a sus seres queridos, ahora los ven regresar. También se nos habla de culpa, la que siente el héroe por no dar con su hermano perdido y que después descubriremos que también obedece a otras causas más profundas. El guión reflexiona sobre la felicidad, discutiendo si están mejor aquellos que sobreviven entre las mayores penalidades o quienes viven una existencia sin sentido en una sociedad sin desafíos. Las discusiones al respecto entre los dos hermanos son interesantísimas. Hay también una trama política y militar y constantes discusiones sobre lo que es moral y lo que no y las consecuencias de nuestras decisiones. Por supuesto esto sigue, así que en la secuencia final Kirkman se las apaña para incluir una nueva raza extraterrestre, los hombres-sin-rostro, de los que apenas sabemos nada y que nos dejan con ganas de leer el siguiente capítulo.

Kirkman ha vuelto a demostrar que es uno de los grandes.

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