Superados los ochenta, Claudio Magris ha escrito cinco historias que componen un collar de joyas narrativas engarzadas por un asunto tan difícil como es la vejez. Lo mismo que sucede con otros grandes narradores contemporáneos, el tiempo nunca es lineal para él; después de todo es solo una convención que busca aprovechar y ordenar la realidad indisciplinada. Sus protagonistas se hallan todos ellos enfrentados a ese tempo que parece no tener principio ni fin, o que es lo más parecido a un río que tan pronto desemboca en el delta como en su nacimiento. A un pasado que debe agregarse de inmediato, palpitante, lleno de incógnitas, emocionante y misterioso como puede ser un futuro inmerso en las brumas del azar. Un tiempo igual que esos cristales de los relojes de arena que se iluminan y colorean con la luz que los atraviesa, dorada y oxidada cuando están llenos y amarilla pálida mientras permanecen vacíos. Y como siempre sucede con este autor, al crear la historia Magris interpreta al mundo, e interpretando el mundo es capaz de crear otra historia.
Un rico y ahora viejo industrial simula su retirada; un profesor de música después de años vuelve a encontrarse con su alumno de forma ambigua y esquiva; un conferenciante, en la pequeña y adormecida ciudad austriaca de Krems, movido por una coincidencia aparentemente insignificante, descubre la atemporalidad de la vida y el amor en el que todo está presente y a la vez es simultáneo; un viejo escritor, invitado de honor en un premio, mide su asombro ante el mundo y los ritos de la literatura; y, finalmente, un superviviente de la Gran Guerra, de los Habsburgo y de la irredentista Trieste, asiste al rodaje de una película dedicada a un acontecimiento de su juventud, luchando por reconocerse a sí mismo y a sus amigos en la gestualidad y las bromas de los actores que los interpretan. Todos, sin distinción, tienden a desdibujar la diferencia que media entre realidad y ficción. ¿Podríamos estar hablando del propio Magris que se pone en la piel de sus personajes? Puede, por algo se trata de un escritor que tiene claro que es la propia realidad la que precede a la imaginación. En su inventiva, como es sabido, la no ficción, la interpretativa y la literaria, y la escritura creativa, van codo con codo, apoyándose, desde el principio. De hecho, a partir de Microcosmos (1997) son dos escrituras que tienden a fusionarse y actuar juntas.
En Tiempo curvo en Krems, Magris interpreta a un mundo que él mismo saca de las sombras para darle una consistencia reconocible a través de la mirada de la vejez. Están presentes, además, el tributo a su fe literaria, Goethe, Mann, Von Hofmannsthal, Kafka y sobre todo Svevo, una fascinante elucubración que parece triunfar en cada momento sobre el tiempo lineal, y una mirada velada que conduce a la verdad como en la ceguera borgesiana.
En Tiempo curvo en Krems subyace también esa idea de que las páginas envejecen como los seres vivos, se arrugan y marchitan. Al contrario que algunos recuerdos, como le ocurre al protagonista del relato que da título al libro, el erudito ya avejentado, y no tan brillante, que en Krems, durante una cena al final de una conferencia a la que ha sido invitado, levanta el polvo de una pasión platónica del bachillerato debido a una dama que insiste en establecer relación de familiaridad mediante una historia del pasado, inexistente entre él y una amiga suya, de sus tiempos de estudiante con la que ni siquiera se hablaba. Aunque, como todos, la amaba en silencio. En esta colección de relatos de Magris, las coordenadas del tiempo se tambalean con la ayuda de la física, y sobre todo de una extraordinaria inventiva y una habilidad magistral para orquestar palabras y construir cautivadores monólogos. Trieste, Val Rosandra, Monferrato, Krems…, escenarios algunos de ellos habituales, acompañan al lugar de todos los lugares en estas magníficas historias sobre un tiempo que es tan curvo que puede volverse circular en cualquier momento de la vida.
