Diario de Mallorca

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NARRATIVA

Esto es la guerra

Una contienda muy narrada que ahora ocupa de nuevo la gran pantalla

Éric Vuillard YOUTUBE

Todo indica que la 1ª Guerra Mundial se ha puesto de moda, esperemos que solo en cuanto material cinematográfico o novelesco: de ficción, quiero decir. El éxito de la exitosa y seguro que oremiada película 1917 –diez candidaturas a las estatuillas de los oscar pasados tras haberse inflado a galardones en sus homólogos británicos, en los “Globos de Oro”, en los de la Crítica, de arrasar en los “Bafta”– nos deja entender un par de cosas. Por una parte, que ya parece haber quedado del todo atrás el interés cinematográfico por considerar cualquier guerra como una suma de heroicidades individuales apenas cruentas, con un sargento duro pero simpático y unos soldadetes simpáticos pero duros. Y, en segundo lugar, que el horror de la Gran Guerra –así se llama aún a la I Guerra Mundial (1914-1918)– está, como dije, de moda, valga el triste oxímoron. En efecto, vamos viendo en la pantalla que los millones de muertos morían de verdad y de forma atroz: troceados y entre una descomposición inhumana e infinita, como enseñaron para siempre la media hora inicial de Salvar al soldado Ryan o muchas secuencias de La delgada línea roja, cintas ambas sobre la Guerra del 39-45. En efecto también, se retoma la mirada de Senderos de gloria o de Johnny cogió su fusil o –si nos queremos fijar en aspectos laterales que acaban sufriendo los efectos colaterales– de La gran ilusión, para contarnos aquella espantosa pesadilla que comenzó con un atentado en Sarajevo y terminó destripando en las trincheras a millones de personas. Aquella Gran Guerra, de la que 1917 toma un episodio parcial (dos soldados británicos emprenden una misión casi imposible para salvar la vida de mil seiscientos compañeros) para abrirnos el campo visual y mental y meternos en el cuerpo el espanto de aquella salvaje carnicería histórica de más de cuatro años.

ÉRIC VUILLARD. La batalla de Occidente. Traduc. de  Javier Albiñana. Tusquets, 192 págs., 18 €.

ÉRIC VUILLARD. La batalla de Occidente. Traduc. de Javier Albiñana. Tusquets, 192 págs., 18 €.

¿Qué pasa con la literatura sobre aquella hecatombe? Bastarían, para hacernos una terrible idea, la controvertida Tempestades de acero, de Ernst Jünger; el Adiós a todo esto, de Robert Graves; la magnífica Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque; o la vocinglería descarada de los comienzos del Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. Aunque sin olvidar ese “modo humorístico” de relatar el horror que es El buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek. (Seguro que el lector añadirá otros títulos de su cosecha: incluso a Blasco Ibáñez). A ellos hay que sumar ahora al lionés Éric Vuillard (1968). Pero, ojo, para el lector en español, pues en Francia La batalla de Occidente apareció en el 2012.

De Vuillard conocíamos aquí la aterradora El orden del día –es decir, los entresijos y entramados empresariales que sostuvieron la tiranía de Hitler– y su 14 de julio, sobre la toma de La Bastilla. Centrándonos en la novela que nos ocupa, parece que la generación francesa que no vivió la Gran Guerra quiere tener memoria literaria de la misma, de la guerra de sus abuelos. Así, Vuillard sigue la estela del gran Pierre Lemaitre y sus espléndidas Nos vemos allá arriba o Los colores del incendio. Veamos qué y cómo cuenta Vuillard. Vuillard escribe a gritos. Vuillard es denuncia pura. No se para en una anécdota, en una historia parcial que luego se eleve a mayores. Siempre tiene a la vista todo el conflicto y –por decirlo así– escribe “después” y no “durante”. No busquen ni siquiera en el capítulo que dedica al plan de ataque de Alfred von Schlieffen acción directa: solo hallarán juicio sin clemencia. Vean lo que es la guerra (el tono Vuillard): “Y ya está. Es lo que se llama un sueño: meticuloso, sabio. Se asemeja un poco a esas amplias previsiones de beneficios que se hacen con la participación involuntaria de una masa de gente, y que acarrean infaliblemente el sacrificio de un gran número de personas”. Vean el pavor: “Con todo, imaginemos tan sólo durante cuarenta y tres segundos los veintisiete mil muertos del 22 de agosto de 1914, jornada que fue, en su momento, la más mortífera de la Historia. ¡Imaginemos a los veintisiete mil durmientes del valle! Oímos cantar al río, nos deslumbra con sus jirones de plata. Están allí, la cabeza descubierta, miles de bocas abiertas, la luz llueve sobre su sueño. Imaginemos sus blancas aletas de la nariz estremecidas por el viento del atardecer y veamos esos miles de boquetes rojos abiertos en el abdomen, la frente, la espalda, imaginemos esos cuerpos despedazados, la hierba negra”. Vean las siniestras predicciones: “Una gran convulsión recorre el mundo; se encarna durante algún tiempo en una agresividad roma, obstinada. Frágiles imperios se vienen abajo. El uso de la fuerza se desencadena irracionalmente entre pueblos que no lo desean y que dirigen hombres que tal vez tampoco lo desean. Pero el juego de las alianzas y de los planes militares es inexorable”. La 1ª Guerra ya está contada. Y una guerra son todas las guerras.

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