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Narrativa

A su imagen y semejanza

Una poderosa novela del Goncourt Jérôme Ferrari sobre

el fracaso identitario, la utopía separatista corsa y la muerte

A su imagen y semejanza

Hay novelas que arrancan de modo muy esperanzador para la literatura. A su imagen, de Jérôme Ferrari, parisino, originario de Córcega, ganador del premio Goncourt por El sermón sobre la caída de Roma (2012), es una de ellas. Resulta prometedor precisamente partiendo de la muerte de la protagonista que se desvela en el primer y deslumbrante capítulo que guía la liturgia que viene a continuación.

A su imagen es la historia de una mujer que extraña su destino. Antonia muere en un accidente automovilístico en Córcega después de retratar una boda y reencontrarse con un militar serbio, viejo conocido de la guerra de Yugoslavia. Apasionada por la fotografía desde su adolescencia, nunca ha tomado más que simples fotos de actos públicos para la prensa local o enlaces para particulares, salvo a principios de la década de 1990, en que partió a cubrir el conflicto de los Balcanes. Mantuvo relaciones con un activista nacionalista a quien terminó dejando, antes de comenzar a salir con otro hombre de manera intermitente. En A su imagen, Ferrari vuelve a la técnica de construcción narrativa empleada en El sermón de la caída de Roma, su primera y aclamada novela. Con la misa fúnebre celebrada por el tío de la protagonista, el sacerdote que le regaló su primera cámara, propone una retrospectiva de los momentos clave de la vida de la joven, en el contexto de la lucha del movimiento nacionalista corso y de los hechos que convulsionaron la isla a finales del siglo XX .

Cada episodio, que representa los momentos de la liturgia de la misa del sepelio, se refiere a una imagen captada por Antonia. Identifica la mecánica de las opciones de su vida y su irremediable alcance y ofrece, a la vez, una reflexión sobre el poder fotográfico que congela el curso del tiempo y retiene un presente ya muerto. Es la protagonista la que a su manera lo resume explicando que existen dos clases de fotografías profesionales: las que no deberían haber existido y las que merecerían desaparecer. La adolescente que soñaba con ser fotógrafa en la década de 1980 se lanzó a los brazos de un activista antes de decidirse a trabajar para un periódico local donde la actualidad parecía obedecer a otros fines que los de perpetuar la imagen de una comunidad isleña dañada por las sangrientas luchas entre clanes. Cansada de esa vida sucumbe a la tentación de viajar a la antigua Yugoslavia, arrastrada, como tantas otras antes, hacia el campo magnético de la guerra. Ferrari, en su desasosegante novela, sabe explorar los vínculos ambiguos que encadenan fotografía, realidad y muerte. Una vez más, Córcega le brinda a Ferrari el entorno natural y obligatorio para esta historia, igual que para la mayoría de las ficciones literarias que publicó desde 2001, después de haber experimentado la agitación cultural y política, incluso revolucionaria, de su tiempo. En realidad, sus primeros textos son crónicas comprometidas en “Paese”, un semanario nacionalista, mientras enseñaba filosofía en una escuela secundaria. Conoce a la perfección ese período de sueños y esperanza identitaria que revolucionó la historia de Córcega, truncado por la crisis interna que acabó con los movimientos separatistas en los años 90. En Ferrari, sin embargo, no existe ni la idealización ni el apego de otros escritores a la deriva independentista. Su experiencia dolorosa le hizo desconectarse de cualquier utopía, y de ahí precisamente nacen, como él mismo ha explicado, sus personajes dominados por la desilusión y el fracaso.

La ficción de Ferrari surge del colapso de un sueño interrumpido vinculado a la historia. El eje central de la novela es la muerte, y el motor que la mueve la fotografía de guerra frente a una realidad obscena.

Construida a través de fotos ausentes y el ceremonial religioso de la misa de muertos por Antonia, ofrece, en el sexto episodio de A su imagen, un gran soliloquio en el que el sacerdote rechaza las homilías tradicionales. Piensa en la que va a pronunciar y se da cuenta de que no significa nada, hasta alcanzar el punto más alto de la historia: la relación del ser humano con la Parca. No hay que dejarse llevar por el lirismo, ni siquiera por la emoción de dedicarle a los muertos palabras huecas porque verdaderamente no sabemos lo lejos o cerca que están. No son santos igual que tampoco lo son los vivos. A su imagen es tan descriptiva como conmovedora.

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