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Serie TV

Entre la comedia y el pathos

‘Fleabag’, la serie de la BBC que rompe la cuarta pared

Phoebe Waller-Bridge en 'Fleabag'. AMAZON PRIME VIDEO

Entre la comedia y el pathos de Fleabag no media nada, y eso es lo que hace que nos resulte tan embarazosamente, deliciosamente, inteligentemente reconocible y próxima además de descacharrante. Naturalmente, en este caso, el eso de casi todo lo lleva Phoebe Waller-Bridge porque, como la gallina del cuento infantil, fue ella quien empezó por escribir la obra de teatro homónima, la dirigió, la protagonizó y, después, la convirtió en serie de televisión que dirigió y protagonizó.

He de decir que, por casualidad, vi la segunda temporada antes que la primera, me sedujo y me lancé a ver la primera. La diferencia entre una y otra es que en la primera se pone el énfasis en el profundo dolor de un ser humano que ha perdido a un ser querido y no sabe cómo seguir viviendo; en la segunda, a pesar de o precisamente porque la protagonista no acaba de encontrar sus propios pies, se centra en una aventura amorosa imposible. Pero esta es una distinción muy general porque, como digo, en Fleabag no hay huecos entre lo que nos hace llorar de risa y lo que nos podría hacer llorar de pena. Más allá de las circunstancias y la historia que nos cuenta esta serie, nos cautivan dos aspectos en particular: la manera de hablar de su protagonista (la Fleabag del título) y el hecho de que comparta sus pensamientos más íntimos con la cámara, con nosotras.

Fleabag domina un vocabulario de amplio espectro: del más culto y mejor pronunciado al más colorido y vulgar, ambos siempre apropiados a lo que está ocurriendo a su alrededor, pero nunca segregados. Si simpatizamos tan totalmente con ella es porque probablemente a nosotras también nos gustaría expresarnos así, tal cual se nos viene a la cabeza. No hay “intocables” para esta mujer ni se reserva rehenes de ningún tipo. Frases como “no sería tan feminista si tuviera las tetas más gordas” o, justo después de limpiarse la sangre de la cara tras un altercado familiar, nos mira y dice: “esto es una historia de amor”, o “¡que te den!”, la respuesta que le da a un hombre que le ofrece consuelo, son algunos ejemplos. De estas frases, cuando nos reponemos de la sorpresa, no se puede deducir gran cosa más allá de que salen de su boca a borbotones, sin reflexión previa. Me temo, sin embargo, que hay que ver su expresión para entender que cada vez que dice algo destinado a otros personajes o a la cámara (a nosotras, insisto), está a la vez poniéndose en ridículo, gritando desesperadamente y pidiendo u ofreciendo complicidad con una audiencia que inevitablemente se implica al mismo ritmo que va ella: trepidante.

No sé si habrá una tercera temporada, por mucho que nos hayamos quedado con ganas de más. Lo que sí sé es que me admira la capacidad de Phoebe Waller-Bridge para poner un espejo delante (y detrás) de una mujer joven tratando desesperadamente de encajar en sociedad y, al mismo tiempo, de expresar sus deseos, sus miedos y su inseguridad.

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