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RELECTURAS

Bendita anomalía

Empezaré poniendo las cartas sobre la mesa, para que quede claro de una vez y nadie se lleve a engaño: esta fue la mejor novela publicada en nuestro país en 2018. Y en 2019. Y no digo más por si a Santiago Lorenzo le da (ojalá) por publicar un nuevo libro ahora, que es más o menos a lo que nos tiene acostumbrados. Recordemos: Los millones (2010), Los huerfanitos (2012), Las ganas (2014), 9 chismes (2017) y Los asquerosos, su obra magna, la gran novela sobre la España vacía, sobre la crisis, sobre la soledad elegida, sobre el mito del progreso, sobre los libros Austral y sobre mil cosas más. Una puñetera obra maestra. No solo está estupendamente escrita, es que además es divertidísima.

Santiago Lorenzo es una bendita anomalía en las letras españolas contemporáneas. En un panorama de blancos y negros, donde la novela parece oscil·lar entre ficciones tan planas que conducen al bostezo, o tan accidentadas que llevan a la nàusea y al mareo, Lorenzo logra el equilibrio perfecto. Con Los asquerosos nos entrega una obra a la vez clásica y experimental, atemporal y urgente, lírica y vacilona. Como su maestro Francisco García Pavón, con quien comparte lenguaje, tono y mirada, sabe que ceñirse a una estructura clásica (presentación, nudo y desenlace, sin demasiadas historias) es el modo más seguro de resultar actual, y por tanto, eterno. Sabe también que el idioma es un organismo vivo, que sus límites son mucho más amplios de lo que solemos pensar, y que por eso mismo no hay que tener reparo en acercarse a ellos o incluso sobrepasarlos, aunque jamás con coartadas elitistas ni pseudointelectuales.

Los personajes de sus libros nunca consiguen hacer aquello que se proponen, o bien hacen aquello que no desean. En Los millones, Francisco, miembro del GRAPO, no puede cobrar una Primititiva porque no tiene DNI; en Los huerfanitos, los hermanos Susmozas odian el teatro pero no les queda otro remedio que meterse a promotores teatrales; en Las ganas, Benito se sube por las paredes porque, por mucho que lo intenta, lleva tres años sin hacer eso. Aquí, por el contrario, la cosa cambia, o eso parece al principio. Manuel, el protagonista de Los asquerosos, se ve obligado a esconderse en un pueblo abandonado de la meseta, cortando todo contacto con el mundo exterior. Tras unos titubeos iniciales, por fin alcanza un estado de beatitud y felicidad casi místicos. La primera mitad del libro es de un lirismo que asusta. Lirismo ibérico, eso sí. Como si Thoreau, en vez de al lago Walden, se hubiese retirado a cualquier pueblito castellano abandonado. Eso en la primera parte de la novela, claro... antes de la llegada de la mochufa (neologismo genial que la RAE debería incluir en su próxima actualización). Entonces la cosa cambia, y asistimos a la destilación más pura del estilo y de los temas de su autor, con alguna novedad, como una rabia y mala leche inéditas hasta ahora en sus libros... y hasta aquí puedo leer.

Quien quiera saber cómo termina la historia, que corra a la librería más cercana a hacerse con un ejemplar de Los asquerosos. Me lo agradecerá de por vida.

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