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BIOGRAFÍA

El dedo en la llaga

Juan José Tamayo elabora un recuento breve, ameno y afectuoso de la vida de Pere Casaldáliga, el obispo de los olvidados

Pere Casaldáliga.

Este libro es un recuento breve, ameno y afectuoso de la vida de Pedro Casaldáliga (1928-2020), que fue santa en todos los sentidos de la palabra. No pretende ser una biografía, sino un homenaje. Nacido en una familia campesina de Cataluña, el obispo de los olvidados, como se definió a sí mismo cuando le preguntaron en una ocasión, se entregó pronto a sus dos primeras vocaciones, el sacerdocio y la poesía, hasta que descubrió una tercera y decidió hacerse misionero. La elección, de forma literal, no tendría vuelta atrás. En 1968, año de revoluciones en el que irrumpió la teología de la liberación en el seno de la iglesia latinoamericana, llegó al estado brasileño de Mato Grosso para no regresar nunca más. Allí unió su destino en una mística tolstoiana al de los perdedores de toda condición, las comunidades indígenas, los explotados, las mujeres, los negros. Entre quienes colaboraron en su misión estaba el villaviciosino Mino Cerezo Barredo, de cuyos murales Cubera ha realizado una magnífica edición con texto de Isolina Cueli. Pedro Casaldáliga falleció el verano pasado y fue enterrado en el cementerio de los indios carajá, frente al río Araguaia, junto a un peón y una prostituta, con un sombrero de paja y un remo, los mismos objetos con los que se había adornado el día de su consagración episcopal.

La virtud más valorada por Casaldáliga era la coherencia. En consonancia con ella, sometió su vida jubilosamente a una disciplina moral implacable. Hasta sus poemas son puros enunciados éticos.

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«Yo soy yo y mis causas», solía acotar precisando su lugar en el mundo. Clamó contra la pobreza y se puso incondicionalmente al lado de los desamparados. Vivió como ellos. El cristiano de estos tiempos, sentenció, o es pobre o no es cristiano. Los desplazamientos cortos los hacía a caballo y los viajes más largos en autobús. Denunció a los latifundistas y, por elevación, a la globalización neoliberal, el pecado del siglo, capaz de acabar con todo con tal de satisfacer intereses egoístas y corruptores. Acusó directamente a los países del primer mundo de ser los responsables del subdesarrollo y las privaciones de los pueblos del sur. Reescribió el Padrenuestro, cambiando la letra, para difundir su protesta.

No dudó en apoyar los movimientos revolucionarios que se sucedieron con desigual éxito en el continente. Recibió amenazas, fue perseguido y sufrió varios atentados, uno de los cuales le quitó la vida por error a otro sacerdote. El papa Pablo VI lo protegió, pero Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger lo llamaron a capítulo, obligándole a ir a Roma a dar explicaciones de su heterodoxia y su rebeldía. Pero él se mantuvo firme en su manera de entender la fe y de realizar la labor pastoral. Pere Casaldáliga rechazaba la existencia del estado vaticano y que el papa ejerciera un poder de monarca absoluto. Era partidario de una iglesia democrática, austera, al servicio de los más necesitados, y propugnaba un diálogo amistoso con todas las religiones, sin excluir a las minoritarias, con los no creyentes, y la celebración de un nuevo concilio. Para condensar este ecumenismo universal, proclamaba el «Dios de todos los nombres».

Pedro Casaldáliga. Herder, 128 páginas, 12,50 €.

Pedro Casaldáliga. Herder, 128 páginas, 12,50 €. JUAN JOSÉ TAMAYO

La virtud más valorada por Casaldáliga era la coherencia. En consonancia con ella, sometió su vida jubilosamente a una disciplina moral implacable. Hasta sus poemas son puros enunciados éticos. Vivió la vida de la manera más sencilla que cabe imaginar. La caminada recta, sin retorno, en pos del reino de Dios en la tierra, que él quiso hacer fundido en el anonimato con los olvidados, encierra la paradoja de haberlo convertido en un ser excepcional, con un liderazgo carismático, que a su paso ha dejado una profunda huella. Renunció al premio ‘Nobel’ en favor de Rigoberta Menchú y por su resistencia a abandonar la selva no pudo recoger el ‘Príncipe de Asturias’ al que estaba nominado. En su juicio sobre Fidel Castro, de quien habló como un gran estadista, un padre de la patria latinoamericana, aunque autoritario e imperialista, asoman sus humanas contradicciones, pero eso no puede evitar que, en contra de su propósito de vivir perdido entre los maltratados como uno más, una parte de los habitantes del planeta lo vea como un héroe en la interminable lucha para terminar con el hambre y la guerra, que fue su mayor deseo.

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