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CINE

Ventanas por los aires

Las salas de cine han recibido una doble estocada con la pandemia y el agresivo empuje de las plataformas de streaming. ¿Será definitiva, o lograrán reincorporarse?

Ventanas por los aires

El negocio audiovisual, como todo en la vida, siempre ha sido inestable, evolucionando al ritmo de avances tecnológicos y corrientes culturales. Para garantizarse un mínimo de estabilidad y beneficios, los distintos segmentos de la industria acordaron un sistema denominado de ‘ventanas’ que se abrían y cerraban con cierto orden. Una vez producida una película las salas de cine disfrutaban una ventana de entre 4 y 8 semanas en exclusiva; después se abría la del video (ahora streaming), a continuación, las televisiones y al final todos se lanzaban a arañar las últimas migas.

La primera ventana, las salas de cine, era la que permitía a las productoras gastarse hasta 350 millones de dólares en una producción (como la última entrega de Los Vengadores). Sin embargo, como las plataformas de streaming no pagan tanto, por la ingente cantidad de películas y series que producen o adquieren, los productores y actores ingresan bastante menos.

Los avances tecnológicos de este siglo han complicado aún más la vida a los exhibidores de cine. Con la incertidumbre perenne de lograr que las películas exitosas compensen a los fiascos, han debido afrontar mejoras imprescindibles como remozar las plateas y sustituir los proyectores de celuloide por los digitales.

Con una amenaza aún mayor. Ahora mismo hay televisores de 55 pulgadas y calidad más que decente (4K UHD) por 500 €. Como la relación pulgadas/precio seguirá mejorando, disminuirán aún más los incentivos, la motivación, para ir al cine.

Además, al producirse todo en digital las mamparas de cristal de los contenidos se están no resquebrajando, sí maleando. Hace bastante que la televisión dejó de ser considerada una segunda división. Hace menos que se producen películas para pases casi simultáneos en cines y plataformas (Roma, de Alfonso Cuarón, verbigracia). También se está diluyendo la frontera entre película y miniserie. Cuatro capítulos de Unorthodox duran lo mismo que El irlandés de Scorsese. Una de las quejas del sector es que este empuje del streaming se está cargando las películas de presupuestos y recaudaciones medias. ¿Seguro? Hay guiones que comprimían el argumento para no pasar de las dos horas y por eso no obtenían luz verde de las productoras. En cambio estirados a una miniserie han mejorado. Es lo que le ha ocurrido a The good lord bird (dirigida e interpretada por Ethan Hawke, adaptando la novela Onion de James MacBride) o a la mismísima Gambito de dama.

Todos estos nubarrones no significan que el futuro de las salas de cine sea azabache. El componente social, salir de casa y compartir una experiencia cultural con otra gente, resucitará cuando quede atrás la pandemia. El streaming además no es ningún chollo, ni para las productoras ni para los espectadores. Netflix está lejos de ser un monopolio. Para ver un puñado de grandes estrenos uno debe estar suscrito a ese proveedor, y/o a Amazon Prime, HBO, Apple TV o Disney. Y las productoras ingresan significativamente menos de ellos que por las entradas de cine.

Mi intuición es que disminuirán las salas, es inevitable, pero no se extinguirán, como mínimo durante el próximo lustro, o década. Los espectadores más fieles serán su salvavidas, y no se arrepentirán.

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